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¡Maldición! Su deslizador comenzaba a detenerse, agotada la batería. Probablemente la alarma hubiera sonado antes, pero Theo había sido incapaz de oírla con el ruido de los motores sobreacelerados. El aparato cayó al suelo del túnel, deslizándose sobre el hormigón hasta detenerse. Cogió la bomba y empezó a correr. Siendo adolescente había participado una vez en la recreación de la carrera desde Maratón hasta Atenas, en el 490 a.C., para anunciar la victoria griega sobre los persas, pero había sido treinta años más joven. Trató de ir más rápido y su corazón se desbocó.

¡Kablam!

Otro disparo. Rusch debía de haberse subido de nuevo a su deslizador. Theo siguió corriendo, con las piernas subiendo y bajando, al menos en su mente, como pistones. Allí, delante, se encontraba la plataforma del campus, con seis deslizadores estacionados a un lado. Sólo veinte metros más…

Miró atrás. Rusch se acercaba a toda velocidad. Dios, no podía detenerse ahora o lo mataría como a un pichón.

Obligó a su cuerpo a recorrer los últimos metros, pero…

…la persecución prosiguió.

Saltó a otro deslizador y lo envió volando una vez más túnel abajo, aún en sentido horario. Miró atrás. Rusch abandonaba su propio deslizador, presumiblemente preocupado por sus baterías, y tomaba uno nuevo, lanzándose a la caza.

Theo echó una ojeada al reloj de la bomba. Sólo quedaban veinte minutos, pero al menos parecía disponer al fin de una buena ventaja. Gracias a ello se detuvo por fin a pensar un instante. ¿Podía tener razón Rusch? ¿Había una posibilidad de deshacer todo el daño, las muertes de hacía veintiún años? Si nunca hubiera visiones, la mujer del alemán seguiría viva, así como la hija de Michiko, Tamiko; su hermano Dimitrios seguiría vivo.

Pero, por supuesto, nadie concebido tras las visiones, nadie nacido en los últimos veinte años, sería igual. Qué espermatozoide penetraba en un óvulo dependía de miles de detalles; si el mundo se desarrollaba de un modo distinto, si las mujeres quedaban embarazadas en días distintos, incluso en segundos diferentes, sus hijos no serían los mismos. ¿Cuánta gente había nacido en las dos últimas décadas? ¿Cuatro mil millones? Aunque lograra rescribir la historia, ¿tenía derecho a hacerlo? ¿No merecían esos miles de millones el resto de su tiempo asignado, y no ser borrados, ni siquiera asesinados, sino completamente expurgados del tiempo?

El coche de Theo prosiguió su viaje por el túnel. Miró atrás de nuevo y vio a Rusch emerger en la distancia por la curva.

No, no cambiaría el pasado aunque pudiera. Y, además, en realidad no creía a Rusch. Sí, el futuro podía cambiarse, pero ¿el pasado? No, eso tenía que ser fijo. Al menos en eso siempre había estado de acuerdo con Lloyd Simcoe. Lo que aquel hombre sugería era una locura.

¡Otro disparo! El proyectil falló su objetivo, hundiéndose en la pared del túnel frente a él. Pero sin duda habría más, si Rusch averiguaba hacia dónde se dirigía.

Pasó otro kilómetro, y en el contador de la bomba no quedaban más que once minutos. Theo consultó las marcas de las paredes, tratando de adivinarlas con las luces de sus faros. Tenía que estar…

¡Sí! ¡Allí estaba, donde lo había dejado!

El monorraíl, colgando del techo. Si lograra alcanzarlo…

Un nuevo disparo retumbó. Aquel acertó al deslizador, y Theo casi perdió el control del vehículo. El monorraíl seguía a unos cien metros. Luchó con la palanca, maldiciendo al aparato, exigiéndole más velocidad.

El monorraíl constaba de cinco elementos: una cabina en cada extremo y los tres vagones intermedios. Tenía que llegar a la cabina más alejada; el tren sólo se movería en la dirección que la cabina consideraba hacia delante.

Casi…

No detuvo suavemente el deslizador, sino que pisó a fondo el freno. El aparato se inclinó hacia delante, y Theo con él. Resbalaron por el suelo de cemento, haciendo saltar las chispas. Theo salió, cogió la bomba y…

¡Otro disparo!

¡Dios!

Un chorro de la sangre del propio Theo en su cara…

Más dolor del que hubiera sentido nunca en la vida…

Un proyectil destrozando su hombro derecho.

Dios…

Dejó caer la bomba, trató de aferrarla con la mano izquierda y trastabilló hacia la cabina del tren.

El dolor, el dolor inconcebible…

Apretó el botón de marcha.

Las luces del tren, situadas encima del parabrisas inclinado, se encendieron, iluminando el túnel. Después de la penumbra de la última media hora, el resplandor era doloroso.

El monorraíl se puso en movimiento con un quejido. Operó el control de velocidad, acelerando por el túnel.

Creyó que iba a perder el sentido por el dolor, y miró hacia atrás: Rusch estaba esquivando el deslizador abandonado de Theo. El monorraíl empleaba levitación magnética y era capaz de alcanzar grandes velocidades. Por supuesto, nadie había probado nunca su velocidad máxima en el túnel…

Hasta entonces.

El reloj de la bomba mostraba ocho minutos.

Sonó otro disparó, pero falló su objetivo. Theo miró por encima del hombro, a tiempo de ver el deslizador de Rusch desaparecer por la curvatura.

Inclinó la cabeza para asomarla por un lateral y sintió el viento en la cara.

—Vamos… vamos…

Las paredes curvas del anillo pasaban a toda velocidad, y los generadores magnéticos no dejaban de zumbar.

Allí estaban Jake y Moot, el físico atendiendo al policía, que estaba sentado, afortunadamente vivo. Theo los saludó cuando el monorraíl voló a su lado.

Los kilómetros se desgranaban hasta que…

Sesenta segundos.

Nunca llegaría hasta la estación de acceso, hasta la superficie. Puede que debiera dejar la bomba; sí, desmantelaría el LHC no importaba dónde explotara, pero…

No.

No, había llegado demasiado lejos, y no sufría ningún defecto fatal; su caída no estaba predeterminada.

Si solo…

Volvió a mirar el reloj y las marcas de las paredes.

¡Sí!

¡Sí! ¡Podía conseguirlo!

Instó al tren para que acelerara.

Y entonces…

El túnel se enderezó.

Activó el freno de emergencia.

Otra lluvia de chispas.

Metal contra metal.

Su cabeza restallando hacia delante.

La agonía de su hombro.

Salió como pudo de la angosta cabina y se alejó del monorraíl.

Cuarenta y cinco segundos…

Se tambaleó algunos metros más por el túnel… hasta la entrada de la inmensa cámara vacía de seis plantas de altura que en el pasado alojara al detector CMS.

Se obligó a seguir, a entrar en la cámara, situando la bomba en el centro de aquel vasto espacio.

Treinta segundos.

Se giró y corrió tan rápido como pudo, asustado por el río de sangre que dejaba a su paso…

De vuelta al monorraíl…

Quince segundos.

Subir a la cabina, pulsar el acelerador…

Diez segundos.

Deslizarse por las vías instaladas en el techo…

Cinco segundos.

Alrededor de la curvatura del túnel…

Cuatro segundos.

Casi inconsciente por el dolor…

Tres segundos.

Gritando al tren para que corriera…

Dos segundos.

Cubriéndose la cabeza con las manos, protestando con violencia el hombro al alzar el brazo derecho…

Un segundo.

Preguntándose por un instante qué deparaba el futuro…

¡Cero!

¡Kabum!

La explosión resonando en el túnel.

Un destello de luz a su espalda arrojando una enorme sombra sobre el insecto que era el tren en el anillo, y…