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Tras un buen rato, el intenso calor disminuyó, y el frío paralizador se convirtió en un recuerdo borroso. Aquel doloroso episodio había durado, imaginó, media hora; se trataba del más largo hasta el momento. El ataque lo dejó débil y mareado, y permaneció tumbado e inmóvil durante varios minutos hasta que consiguió recuperar el aliento. Volvió a ponerse en pie, despacio.

—¡En el nombre de la Reina de la Oscuridad! —maldijo.

Echó una ojeada a la pierna derecha, y descubrió que estaba totalmente cubierta de nuevas escamas pequeñas que irradiaban de la grande. Sintió una opresión en el pecho; ¿cuánto tiempo le quedaba antes de que la abominable magia de dragón lo consumiera?

Apretó el puño y lo descargó sobre la escama grande. Intentó tapar las escamas con la pernera del pantalón, pero la tela estaba tan hecha jirones que apenas cubría nada. Reanudó la penosa marcha en dirección a la loma. Carecía de una sola moneda, pero tal vez lograría persuadir a alguien para que le diera algo de ropa cuando encontrara la población más cercana, siempre y cuando los habitantes no huyeran aterrorizados de él, pensado que era un monstruo.

—Ropas y agua —dijo en voz alta. «Fiona y Ragh deben estar sedientos y hambrientos».

Alcanzó la primera cresta y, al no encontrar nada allí, siguió hasta la siguiente. A lo lejos distinguió entonces señales de civilización, de modo que dio media vuelta y volvió sobre sus pasos para regresar a la playa.

Era ya de día cuando llegó junto al sivak y la solámnica. El draconiano contempló de hito en hito la pierna cubierta de escamas y abrió la boca para decir algo; pero una severa mirada de Dhamon lo acalló.

Fiona había recuperado el conocimiento y retorcía distraídamente los dedos en sus cabellos, sin mostrar la menor indicación de ser consciente de que Dhamon le había salvado la vida o de que éste había estado ausente durante horas. Dhamon pasó junto a Ragh y se acercó a ella con cautela.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó mientras le examinaba el feo moretón de la frente.

—Hambrienta. —La mujer frunció el entrecejo.

Dhamon sabía que también sentía otras cosas. Sin duda sentía dolor, a juzgar por las contusiones de los brazos y el modo en que protegía su lado izquierdo.

—He encontrado una ciudad, Fiona. Se encuentra a unos cuantos kilómetros al oeste. ¿Te sientes con fuerzas para una larga caminata?

Por primera vez desde que abandonaran Shrentak, la dama solámnica lo miró como si lo oyera y su rostro se iluminó. Él rodeó su muñeca con los dedos y le dio un suave tirón.

—Vayamos, ¿te parece? Sin duda habrá comida y agua.

La condujo al otro lado de la elevación y sendero adelante, mientras Ragh los seguía a corta distancia. Era pasado el mediodía cuando Dhamon los llevó al lugar desde el que había visto la población. Matas de hierbajos rodaban por una extensión de terreno árido, y todo era desolado y helado en aquel extraño desierto. El otoño se había instalado profundamente en el territorio, cuyo suelo estaba cruzado, aquí y allá, por estrechas crestas rocosas perforadas por depresiones poco profundas en forma de cuenco. El polvo del aire se introducía en la boca de Dhamon y agravaba la sed que sentía.

—Feo —observó Ragh, escupiendo un poco de arena—; este lugar es feo.

Aparentemente, no había un sendero que condujera a la población, y mientras andaban, se dedicó a buscar posibles rastros. Aparte de las huellas de un solitario jabalí, todo lo que descubrió fue un nido de cucarachas y una arena áspera que lo azotaba todo.

Fiona se rezagó, para mantenerse a la altura de Ragh.

—¿De dónde las ha sacado? —preguntó el draconiano con un susurro conspirador.

—¿Todas esas escamas? —Fiona no hizo ningún esfuerzo por mantener la voz baja—. La grande procede de Malystrix, la señora suprema Roja.

—Pero es una escama negra, no roja.

—Estaba colocada en el pecho de un caballero negro que era agente suyo, y a quien Dhamon venció. Mientras agonizaba, el caballero se arrancó la escama y la apretó contra la pierna de Dhamon, donde quedó incrustada. La hembra de Dragón Rojo controlaba al caballero negro a través de la escama; así que Dhamon se convirtió, también, en títere de Malys, hasta que un Dragón de las Tinieblas, actuando de común acuerdo con un Dragón Plateado, rompió su control.

—Pero es…

—Negra —acabó la frase la solámnica—. La escama se volvió de un negro espejeante durante el proceso. Probablemente porque el Dragón de las Tinieblas utilizó su sangre negra para el conjuro que liberó a Dhamon.

Ragh reprimió un escalofrío.

Dhamon se detuvo, se volvió, y los miró.

—Por si os interesa, al cabo de unos pocos meses se inició el dolor. Unos meses después de eso, empezaron a brotar las escamas pequeñas. Para ser sincero, creo que me están matando.

El draconiano contempló con atención la parte posterior de la pierna del hombre. Las escamas pequeñas eran en su mayoría también negras, pero unas pocas eran azul celeste y de color humo. Descubrió unas cuantas más que habían aparecido alrededor del tobillo de la otra pierna.

—Dhamon…, esas escamas…

—No son problema tuyo. —Señaló hacia el horizonte—. No hay demasiados kilómetros hasta la ciudad. Un par de horas de marcha como mucho. Llegaremos allí a primeras horas de la tarde, y buscaremos una posada.

—¿Con qué vas a pagar la comida? —inquirió el draconiano, malhumorado, a la vez que se golpeaba el estómago—. Desde luego, no con tus encantos. —Su mirada volvió a posarse en las piernas de su compañero.

—Alguien nos dará de comer —prometió Dhamon.

—Cuando lleguemos a esa ciudad —siguió Ragh—, será mejor que yo no entre con vosotros dos.

—Buena idea.

—Tal vez tú tampoco deberías hacerlo —añadió el draconiano, echando una nueva ojeada a las escamas.

Un cuervo alzó el vuelo detrás de ellos, con algo colgado del pico. Fiona retrocedió para echar un vistazo, luego agitó una mano para que Dhamon y Ragh siguieran adelante.

—Un esqueleto —les dijo, y reanudó la marcha hacia la ciudad.

No obstante, Dhamon se detuvo para inspeccionar el esqueleto. El hombre llevaba semanas muerto, conjeturó, y puesto que los cuervos se habían comido ya casi toda la carne, no quedaba gran cosa que indicara cómo había fallecido. Sin embargo, lo que sí pudo averiguar fue que el hombre no había sido pobre y que era de tamaño menudo, con toda probabilidad un elfo o un semielfo. A pesar de que las aves habían desgarrado la túnica, Dhamon pudo comprobar que había estado confeccionada con una tela cara, con botones de metal bruñido y un reborde trenzado. Buscó con la mirada una espada o daga pero ni siquiera encontró vainas. Las botas habían sido de elegante cuero embetunado, que ahora estaba agujereado por la arena que arrastraba el viento. La pesada bolsa de monedas que colgaba del costado del esqueleto y la cadena de plata que se balanceaba del cuello no tardaron en ir a parar al bolsillo de Dhamon.

—Eso pagará la comida —comentó Ragh satisfecho, y se entretuvo un instante para comprobar que no habían pasado por alto ninguna otra cosa de valor.

—Con un poco de suerte esto nos ayudará a salir de este lugar y a pagar un pasaje hasta Ergoth del Sur —declaró Dhamon, y empezó a caminar en dirección oeste.

Cuando alcanzó a Fiona minutos más tarde, ésta estaba hundida hasta la cintura en arena y forcejeaba para salir. La solámnica se encontraba en el centro de una depresión.