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Mientras el draconiano se acurrucaba con su ejército, Fiona, cansada de sus chanzas y su peste, se apartó del grupo y sostuvo su propia sesión de estrategia… con la espada.

—Busco venganza —dijo al arma—. Busco…

La espada le ofreció la respuesta que buscaba.

—Fiona. —Ragh golpeó el suelo con el pie—. ¡Fiona!

La solámnica alzó la mirada, enojada con el draconiano por haber interrumpido su diálogo con la espada. El sivak la vigilaba de cerca, pues lo cierto era que aún temía que la dama guerrera, en su locura, pudiera atacarlo a él o a los goblins.

La mujer volvió la cabeza para mirar a Ragh, enarcando una ceja.

—¿Sí?

—Necesitamos tu ayuda.

La expresión de desagrado desapareció, reemplazada por otra casi melancólica, pero los ojos aparecían aturdidos, y se movieron veloces hacia Ragh, para a continuación desviarse, y estudiar algo a lo lejos que tal vez sólo ella podía ver.

—¿Necesitas mi ayuda para tu plan?

El otro asintió.

»Sí, me necesitas —convino la solámnica—. Por ese motivo permanecí a tu lado, sivak. Me necesitas porque tengo aspecto humano, y soy la única que puede entrar en esa aldea y echar una ojeada para averiguar cómo están las cosas, descubrir dónde se encuentran Riki, Varek y el hijo de Dhamon, y enterarme de cómo les va todo. Yo puedo averiguar si saben que se hallan en serio peligro.

El draconiano volvió a asentir.

»Yo puedo enterarme de qué traman los hobgoblins. Sí, desde luego me necesitas.

Ragh tradujo libremente a Yagmurth lo que la mujer había dicho, pues éste se había apresurado a acercarse a él y contemplaba a la dama solámnica con curiosidad y temor.

»Ésa es la única razón por la que permanecí contigo. Por Riki, Varek y el niño. De no ser por eso, estaría siguiendo a Dhamon; aunque más tarde o más temprano le haré pagar, lo sabes muy bien.

—Sí, sí. Le harás pagar —refunfuñó Ragh.

El pequeño ejército de goblins se había reunido alrededor del draconiano, farfullando en sus débiles voces, con gran alarde de chasquidos y gruñidos.

»Pero, por el momento, Fiona…

Yagmurth golpeó el suelo con la lanza y agitó el brazo reclamando silencio.

—Puedes contar conmigo, Ragh —indicó Fiona, una vez que la cháchara de los goblins se hubo apagado.

Sonrió entonces, pero la sonrisa era peculiar, y los ojos seguían sin mirar directamente.

Ragh se preguntó al instante si realmente podía contar con ella.

—Por otra parte, Fiona, tal vez…

—Me gusta bastante Riki —prosiguió ella alegremente—, y me gustaría ayudarla y también al bebé. Yo no tendré jamás un hijo, sivak. No me casaré. Nunca. No tendré familia propia. Ahora que Rig ha muerto…

—Tal vez en lugar de ello deberíamos…

—La aldea se encuentra justo detrás de esa cuesta, ¿no es cierto? —Fiona se apartó—. No la veo desde aquí. —Envainó la espada—. Iré ahora —anunció—, por una criatura que no puedo tener.

Marchó en dirección norte, y Ragh se apresuró a ir tras ella, posando una zarpa sobre su hombro.

—En cuanto a Varek, Fiona; si hablas con Varek probablemente no deberías mencionarle que…

—¿Que el niño no es suyo? —Sonrió sinceramente—. Claro que el niño es de Varek. Es imposible que sea de Dhamon porque Dhamon morirá la próxima vez que lo vea. Pagará por lo que le hizo a Rig. Pagará por todo, más tarde o más temprano, lo juro.

«Loca de remate», pensó el draconiano, y se maldijo mientras la veía marchar, hundiendo las uñas en las palmas de las manos en silenciosa frustración.

—Maldita sea, tendría que haber ido con Dhamon. ¿Por qué, por todas las cabezas de la Reina de la Oscuridad tuve que ofrecerme a rescatar a la semielfa y a su familia? ¿Por qué? —Clavó los talones en la apelmazada tierra—. Una parte de mí piensa que tendría que haber desaparecido en el pantano hace mucho, y haber abandonado a Dhamon, Maldred y Fiona a su propia insensatez. Desaparecer… y… —Se rascó la cabeza—. ¿Y qué diablos habría hecho?

El anciano goblin amarillento hizo repiquetear la lanza con suavidad en la pierna del draconiano, para atraer su atención.

—Esclavos humanos. —Yagmurth olfateó despectivo—. Son poco de fiar. Es mucho mejor comérselos, pues son apetitosos cuando son jóvenes, aunque creo que éste hará lo que ordenas.

Los dos se quedaron con la vista fija en el paisaje de Throt, que a Ragh le recordó un desierto por su aridez y severidad. Podía contar los árboles que veían con ambas manos, y sólo divisó unos pocos pájaros. Existían lugares tan desolados como ése en Krynn, lo sabía bien, pues había estado en ellos; también existían climas más hostiles. Ése era ciertamente tolerable, pero a él no le gustaba.

—No me gustan los goblins —masculló en su propia lengua, mientras dejaba a Yagmurth rascándose la cabeza—. No me gusta tener que esperar a una dama solámnica demente, y no me gusta no saber nada de Dhamon. Mi amigo Dhamon. —Meneó la cabeza cubierta de escamas sin saber cómo salir de aquella difícil situación—. ¿Por qué no me limité a perderme en el pantano?

Ragh no se movió del lugar hasta que Fiona regresó dos horas más tarde. La mujer respiraba con dificultad, y tenía el rostro manchado de sudor y tierra; la espada que aferraba aparecía cubierta de sangre.

El draconiano corrió a su encuentro, aunque contemplando aún con desconfianza la espada que la dama empuñaba.

—Fiona, ¿qué ha sucedido? ¿Estás herida? ¿Qué…?

Yagmurth parloteaba y saltaba entre la pareja, en un intento de obligarlos a hablar en una lengua que él entendiera.

La dama guerrera dedicó una mirada despectiva al goblin y lo apartó de una patada, mientras se echaba atrás un mechón de cabellos.

—La aldea es pequeña por lo que parece. Mucho. De todos modos, no pude acercarme demasiado. Los hobgoblins pertenecen a los Caballeros de Takhisis; lo sé por los emblemas de las armaduras.

—¿Hobgoblins con armadura? Estupendo.

—Cuero y mallas en su mayor parte. Resultó magnífico volver a combatir contra un adversario cubierto con una armadura, después de tanto tiempo… aunque fueran de asquerosos hobgoblins. Dejé de pensar en Rig durante unos minutos mientras estaba peleando. Todo parecía tan claro. —Hizo una pausa para tomar aire con fuerza, con los ojos muy abiertos y relucientes.

—La batalla te sienta bien —se limitó a contestar Ragh.

—Tropecé con tres de ellos, tres hobgoblins, en el extremo sur del pueblo. Centinelas, evidentemente. No querían dejarme entrar en la población, y si bien no conseguí comprenderlos, deduje la esencia de la situación. La aldea estaba asediada.

El draconiano señaló la espada de la mujer.

—Maté a dos de ellos, el tercero huyó —respondió ella con un encogimiento de hombros—. Lo habría perseguido, pero pensé que podría verme superada en número; de modo que regresé para informarte.

«Una curiosa reacción cuerda», pensó Ragh.

—Estupendo. Estaba preocupado.

La mujer escupió en el suelo.

»Reforzarán el extremo sur de la aldea ahora, claro —razonó el sivak.

—Supongo —convino ella.

De repente, la expresión enloquecida regresó a los ojos de la solámnica. La mujer se volvió en dirección al pueblo, pero Ragh se colocó ante ella, aunque manteniéndose fuera del alcance de la espada.

—No nos apresuremos.

—Soy una Dama de Solamnia, sivak. Mi informe ante ti ha concluido, por lo que regresaré al pueblo y mataré todos los refuerzos que hayan reunido en el sur.

El draconiano lanzó un gemido, y en contra de todo lo que le dictaba el sentido común rodeó, protector, a la mujer con el brazo y tiró de ella fuera de la elevación, hacia el oeste.

—No, Fiona. Estarán esperando a alguien que venga del sur. Los engañaremos, elegiremos otra dirección.

—¿Otra? De acuerdo. Ataquemos desde el oeste. —Sujetó la empuñadura de la espada con firmeza—. Cuenta a tus pequeños y apestosos amigos el plan, y veamos si pueden hacerlo.