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La solámnica había tomado al bebé en brazos y lo acunaba con gesto maternal. Un niño con brillantes ojos oscuros y cabellos color trigo. En la pierna del bebé se veía una curiosa marca de nacimiento, y Fiona siguió su contorno con el dedo. La marca recordaba vagamente a una escama y era dura al tacto. El dedo de la mujer acarició el rostro de la criatura, cuyas orejas eran redondeadas, sin nada en ellas que recordara a las de su madre. Por lo que Fiona pudo observar no existía el menor parecido con Varek, sólo con Dhamon, y se preguntó si Varek había adivinado la verdad.

—Debo admitir que me sorprende que estéis vivos. —Riki se puso a charlar con el sivak—. Tú y Dhamon… y Maldred, también, según te he oído decir. —Agitó un dedo ante él—. Imaginaba que os habrían ahorcado a todos hace meses. No era mi intención abandonaros allí, en aquella cárcel, pero tenía que pensar en el bebé. Y en mí y en Varek.

Ragh lo recordó con un gruñido. Riki los había denunciado a unos caballeros de la Legión de Acero, meses atrás en una cárcel dejada de la mano de los dioses en las Praderas de Arena. Lo había hecho para garantizar la seguridad de Varek y de sí misma, y lo había hecho, al parecer, sin sentir ningún remordimiento.

—No me juzgues equivocadamente, animalito —añadió la semielfa, mientras ajustaba los vendajes una vez más—. Me alegro de que no murieras. No eres malo para ser lo que eres. Pero no comprendo cómo tú y tus amigos evitasteis la soga.

—El relato es largo y habrá que dejarlo para otro momento, Rikali —respondió él con voz cansina.

—Tengo unos cuantos de tales relatos para contárselos a mi bebé cuando sea mayor —replicó ella, alegremente—. Historias sobre este pueblo, también. Esos horribles hobgoblins nos han impedido ir a ninguna parte durante bastantes meses, y todo porque Varek y algunos de los otros trabajaban para ayudar a la Legión de Acero. No existe recompensa para las buenas obras en este triste mundo.

El draconiano asintió. La semielfa tenía razón. Las buenas acciones no resultaban provechosas.

—¿Qué hay de los solámnicos? —intervino Fiona, sin apartar ni un instante los ojos del bebé—. Tengo entendido que hay simpatizantes solámnicos en este pueblo, también.

—¡Cerdos, ya lo creo que los hay! —prosiguió Riki, al mismo tiempo que daba una palmada a Ragh en la espalda para indicar que había terminado—. Por aquí hay toda clase de gentes de ésas que son tan buenas que resultan insoportables. Me sorprende que consiguiéramos llevarnos tan bien con todas; yo, Varek y el niño. —Calló y paseó la mirada por la vivienda de una sola habitación—. ¿Dónde está Dhamon? ¿No sabéis dónde está?

—No —Fiona negó con la cabeza—, pero lo encontraré. Lo localizaré, te lo prometo.

—Estupendo —respondió ella, sin comprender del todo; luego cerró las menudas manos y las apoyó en las caderas—. Puedes decirle que Varek y yo nos hemos ido de aquí; no vamos a perder ni un minuto, esperando a que los hobgoblins regresen. Nos vamos hoy mismo. Vamos a… —Se volvió hacia su esposo—. ¿Adónde dijiste que íbamos, Varek?

—Evansburgh, creo. —Miró a su alrededor nervioso, pues no parecía que hubieran avanzado mucho en la tarea de embalar sus pertenencias—. Puede que hoy no, pero nos iremos muy pronto, Riki. Si… cuando… llegue la noticia a los Caballeros de Takhisis de que sus pequeños monstruos han sido…

—Asesinados —interpuso Fiona.

—Asesinados, sí, enviarán caballeros en lugar de hobgoblins. Evansburgh es un lugar más grande. O tal vez iremos a Haltigoth y nos perderemos allí. —Se frotó las palmas de las manos en la túnica—. Quiero que mi familia esté a salvo. Soy leal a la Legión, pero éste no es momento de arriesgar mi vida. No cometeré el mismo error de poner a Riki y a nuestro hijo en peligro.

Riki se deslizó hasta Fiona y tomó el niño.

—Di a Dhamon que probablemente nos habremos ido. También a Mal, ¿de acuerdo? ¿Se lo dirás a los dos? No me importaría volver a verlos.

La mujer no dijo nada.

—Díselo tú —agregó la semielfa, volviéndose entonces de nuevo hacia Ragh—, y diles que lamento de verdad haberlos entregado a aquellos caballeros de la Legión de Acero hace unos cuantos meses. Hice lo que tenía que hacer, tú lo comprendes. —Empezó a arrullar al bebé y le sopló con dulzura en la frente—. Díselo a los dos.

—Lo haré —respondió el draconiano, y tal vez aquello fuera otra mentira.

En un instante, el sivak llegó ante la puerta, miró al exterior y esbozó una mueca divertida al observar la presencia de un grupito de aldeanos curiosos que aguardaba fuera.

Fiona pasó veloz junto a él y salió a la brillante luz del sol.

—Sí, díselo tú a Dhamon, sivak, pero tendrás que hablar deprisa, porque cuando lo encuentre, no le quedará mucho tiempo de vida.

Riki enarcó una ceja, pero Ragh ya había salido corriendo, y alcanzado a Fiona, que tenía la espada desenvainada, con los nudillos blancos sobre la empuñadura, y la hoja del arma limpia y reluciente.

19

En la guarida del Dragón de las Tinieblas

Sentía vértigo. El olor de las montañas lo abrumaba: la piedra misma, la tierra y el polvo introducidos entre las grietas, las agujas de pino en descomposición de árboles muertos, las plumas mohosas de halcones que forraban nidos invisibles. Se dio cuenta de que habían pasado cabras por allí no hacía mucho, y al menos también un lobo que, sin duda, las seguía. También percibió el aroma de algún animal muerto dentro de una hendidura.

—Un conejo muerto que, tal vez, un búho ha subido hasta aquí —indicó Dhamon, y se dijo que olía incluso al búho, también, sorprendido por la intensidad del almizcleño olor—. El pájaro está devorando el conejo.

Dhamon oía ahora al búho y el raspar de las zarpas mientras desgarraban la carne, el sonido del pico mientras arrancaba los pedazos.

Oyó cómo la brisa removía las agujas de pino, aquéllas que se aferraban tozudamente a pequeños árboles incrustados en grietas rellenas de tierra, y también aquellas otras que habían caído y se arremolinaban sobre la superficie rocosa. Percibió unos débiles golpecitos, y al cabo de un instante se dio cuenta de que debían de ser las pezuñas de las cabras al golpear las rocas. ¿A qué distancia estaban? Sospechó que bastante lejos. ¿Hasta qué distancia podía oír? Chilló un ave, un arrendajo a juzgar por el característico sonido, y se oyó una violenta aspiración que fue más potente que ninguna otra cosa. El ruido vino acompañado de un repugnante olor a sudor y aceite.

—Maldred; me preguntaba cuánto tardarías en alcanzarme.

La respiración del mago ogro era irregular y profunda, y éste no dijo nada. Se dobló al frente, con las manos pegadas sobre las rodillas y el rostro de un azul más oscuro que de costumbre a causa del esfuerzo. Se irguió, por fin, y levantó la mirada para encontrarse con la de Dhamon.

Con los ojos muy abiertos, el ogro estudió a su compañero, luego desvió la vista, y encontró en la ladera de la montaña algo en lo que interesarse.

—Sí, Mal, la magia del dragón sigue cambiándome. —Dhamon alzó una mano al lado izquierdo del rostro; allí ya no quedaba piel humana, sólo escamas—. En el pecho siento como un fuego abrasador, y necesito hacer un gran esfuerzo para mantener a la bestia fuera de mi cabeza. —Elevó la mirada hacia las montañas—. Jamás he tenido miedo a morir, Mal. Ningún hombre escapa a ese destino, así que ¿por qué temerlo? Pero quería ver a mi hijo primero; también quería decir algunas cosas a Riki, disculparme con ella, y con Fiona también…

Maldred abrió la boca para decir algo, y luego se lo pensó mejor.

Dhamon echó a correr otra vez, pues sospechaba que había una entrada a la guarida del dragón por los alrededores. Comprendió que su instinto no lo engañaba a medida que aumentaba la velocidad y el olor de Maldred fue quedando atrás.

La entrada de la cueva era pequeña si se pensaba en el tamaño de un dragón, pero estaba muy bien camuflada, y resultó difícil distinguirla al principio, por lo que dudó de que pudieran descubrirla con facilidad las gentes o criaturas que viajaban hacia el norte desde Throt a Gaardlund o Foscaterra. Mercaderes y mercenarios pasarían ante ella, sin enterarse de su presencia. La ascensión resultó empinada y traicionera; incluso para alguien como él. Ocultando aún más la entrada había un saliente irregular que proyectaba una larga sombra sobre una amplia extensión de rocas afiladas y cuarteadas. En las profundidades de aquella sombra se encontraba la abertura.