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El dragón rugió, el sonido discordante y metálico como un millar de campanas que repiquetearan, y Dhamon no supo si la criatura reía o expresaba su furia.

—Pero tu creación defectuosa y horrible es fuerte —prosiguió Dhamon, avanzando poco a poco—, y pienso mostrarte hasta qué punto.

Tensó con rapidez los músculos y saltó, pero no consiguió recorrer más que unos cuantos metros antes de estrellarse contra una barrera invisible. Por la amplia sonrisa pintada en el rostro de Nura Bint-Drax, sospechó que ésta había sido levantada por el hechizo de la naga. Sin resuello, Dhamon no pudo hacer nada contra el siguiente conjuro que la criatura le lanzó a toda velocidad.

Un puño inmenso e invisible se abatió sobre él desde las alturas, y lo aplastó contra el suelo de roca, donde lo inmovilizó al tiempo que le extraía el aire de los pulmones.

—Deprisa, amo —indicó Nura, nerviosa—. No puedo retenerlo mucho tiempo, pues realmente es muy fuerte, y parece capaz de combatir mi magia más poderosa.

—Sólo necesito un poco de tiempo Nura Bint-Drax —tronó el dragón en respuesta—. Mantenlo inmóvil, y dominaré su espíritu.

—¡No puedes retenerme! —gritó Dhamon a la naga—, y tú no puedes vencerme.

Apretó las manos en forma de zarpas contra el suelo de piedra y recurrió al odio que sentía, así como a sus energías, para ejercer presión contra aquella fuerza, que cedió sólo ligeramente. Redobló los esfuerzos.

—¡No permitiré que me doblegues, serpiente maldita!

Oyó cómo la roca se agrietaba bajo las zarpas, oyó cómo Nura musitaba palabras de ánimo al dragón, oyó cómo éste pronunciaba alargadas sílabas que le eran desconocidas, y oyó, también, el sonido de unas pisadas. Aspiró con fuerza, y captó el olor del mago ogro a poca distancia. Incluso aunque el ogro llegara a tiempo, ¿lo ayudaría?, se preguntaba Dhamon mientras ejercía más presión aún contra la fuerza invisible de la naga.

¿Conseguiría él mismo alguna cosa?

El dragón proseguía con su extraña recitación. El ruido vibraba contra las palmas correosas de las zarpas de Dhamon, mientras éste intentaba comprender las palabras, que, evidentemente, formaban parte de un conjuro. Dhamon alzó un poco la cabeza y, al volverla, consiguió ver cómo brillaban, misteriosos, los enormes ojos de la criatura. Puntos luminosos centelleaban en las partes centrales, igual que estrellas que se encendían. Al cabo de un instante, el mágico brillo se derramó cómo lágrimas para recubrir el tesoro instalado entre las garras del dragón.

—Deprisa, amo —instó Nura—. ¡Todavía lo tengo sujeto!

—No —gruñó Dhamon, negándose a rendirse.

Consiguió hacer más progresos en su lucha contra aquella fuerza y logró por fin ponerse de rodillas.

—No conseguirás inmovilizarme.

No sabía lo que el Dragón de las Tinieblas intentaba hacer, pero tenía que ser bastante peligroso si requería magia externa, y estaba claro que el montón de tesoros mágicos daba más fuerza al hechizo de la criatura. Dhamon lo había visto hacer en innumerables ocasiones estando con Maldred, con Palin y también la vez en que la señora suprema Roja, Malys, intentó utilizar la energía sobrenatural de objetos arcanos para alimentar su ascensión a la categoría de diosa.

—No puedo dejar que venzas.

—El amo vencerá. —Nura hablaba ahora con su voz de mujer—. Vivirá para siempre, y yo viviré a su lado.

Dhamon no había advertido que se había acercado a él, pero allí estaba ella, a unos centímetros de distancia, con su aspecto de querubín inocente y con las manos ahuecadas como si lo sostuviera en la palma.

—No puedes vencer a mi amo, Dhamon Fierolobo. Harías bien en rendirte y evitarte sufrimientos. La inconsciencia pondría fin a todo tu dolor.

—¡Jamás! —El ahogado grito resonó en las paredes de la caverna—. ¡No me robará el espíritu y me transformará en una infame abominación! ¡No lo hará!

—Ya eres una abominación, Dhamon. Es una lástima que no puedas verte. ¡Resultas mucho más impresionante que bajo tu endeble forma humana, pero eres una abominación! —El rostro de la niña adoptó una curiosa dulzura—. Descansa, Dhamon. Deja que tu espíritu encuentre la inconsciencia. Hazlo más fácil para nosotros y para ti mismo.

—¡Moriré antes de permitir que eso suceda!

Nura lanzó una carcajada, que sonó igual que unas campanillas agitadas por el viento.

—¡Una abominación! Pero, Dhamon Fierolobo, mi amo es misericordioso y no te dejará morir… por completo no. Ocupará tu cuerpo y desplazará tu espíritu, no importa lo mucho que te resistas.

Volvió a reír, con una risa larga y dulce, y cuando se detuvo esta vez los ojos centellearon con una malicia divertida que provocó un estremecimiento involuntario en Dhamon.

Éste siguió luchando contra el invisible campo de fuerza a la vez que rebuscaba en su interior. El horno de su pecho llameaba, y el calor se extendía desde el pecho y el estómago hasta los brazos y las piernas. El calor marcó una cadencia, y mientras Dhamon se concentraba y buscaba en su interior, el latido se convirtió en un tronar en sus oídos.

Clavó las zarpas en la piedra. En la piedra, observó con asombro, pues la fuerza sola de las garras había partido la roca.

—Lo sientes, ¿no es cierto, Dhamon Fierolobo? ¿Lo comprendes por fin? Sabes lo que mi amo está haciendo. Lo que debería haber hecho hace semanas, si tu cuerpo hubiera progresado más deprisa, si hubieras aceptado los cambios antes. Si hubieras conseguido matar a Sable…

—… lo que habría permitido que la energía mágica dispersada por la muerte de la señora suprema Negra alimentara el hechizo del Dragón de las Tinieblas.

Aquellas palabras las pronunció Maldred, de pie en la entrada de la sala, sin dejar de observar con precaución al dragón y a Nura, que rondaba alrededor de Dhamon.

El mago ogro intentó desviar la mirada, reacio a fijar la vista en lo que era la forma definitiva de su compañero, pero no pudo evitar sentirse fascinado por ella. Sus ojos no dejaban de regresar a su antiguo amigo, convertido ahora en una criatura patética y deforme, en una abominación.

—Bien, príncipe —ronroneó Nura—, ya veo que Dhamon se te ha vuelto a escapar. No se te da bien controlar a tu pupilo.

Con un rugido, Maldred se abalanzó al frente, pero también él se golpeó contra una pared invisible. La niña alzó la mano, cuyos dedos centellearon igual que los ojos, mientras la boca pronunciaba palabras que no podía oír. La alabarda mágica se desprendió de la mano del mago ogro, y se elevó por los aires hasta aterrizar en el montón de tesoros que se fundía frente al Dragón de las Tinieblas.

—¿Adónde ha ido a parar tu inapreciable espada, príncipe? ¿Tu maravilloso espadón mágico? ¿El que tu padre te entregó? Y Fiona… ¿dónde está esa arma? ¿La espada que yo había forjado especialmente? ¡Quiero todas esas armas mágicas, y las quiero ahora!

Maldred golpeó con los puños la barrera invisible, luego echó la cabeza atrás y aulló de rabia.

—No dejaré que el dragón venza —masculló Dhamon para sí, sin dejar de empujar.

—Oh, pero sí lo harás. No tienes elección, Dhamon —repuso Nura, devolviendo la atención a éste, al tiempo que se acuclillaba junto a él, fuera de la barrera—. A través de la muerte de Sable o de la magia contenida en los tesoros, en realidad no importa cuál, el amo no tardará en poseer la energía necesaria para hacerse con tu cuerpo.

—Lucha contra ello, Dhamon —gritó Maldred—. ¡Lucha con todo lo que poseas!

Nura agachó el rostro para acercarlo al de Dhamon, y su cálido aliento se filtró a través de la barrera.

—Alimentará el conjuro y desplazará tu espíritu rebelde… y además colocará su esencia en el interior de tu nuevo y hermoso cuerpo de escamas.

—¡No! —chilló Dhamon, tensando los músculos de las piernas.

—El amo se muere, Dhamon Fierolobo —insistió la naga—. La energía de Caos que lo engendró y sustentó se desvanece, pero se renovará a través de tu persona. Vivirá mucho tiempo, porque yo tenía razón al fin y al cabo: tú eres el elegido.