—¡Jamás!
Dhamon presionó heroicamente, y consiguió ponerse en pie. Permaneció allí erguido, mareado y sin fuerzas; y la fuerza invisible siguió apretando, inmovilizándolo.
—Empiezas a comprender, ¿no es cierto? —El tono de Nura era casi conmiserativo mientras echaba la cabeza hacia atrás—. ¿Lo comprendes todo?
—Sí —balbuceó Dhamon, y la voz sonaba cada vez más extraña—. Soy el elegido, ¿no es eso? ¿El único recipiente que tu hinchado amo pudo encontrar para cambiarlo con su magia?
La expresión complacida de la niña titubeó de modo casi imperceptible.
—El único. ¿Verdad? ¿Con cuántos otros hizo la prueba? ¿A cuántos otros manipuló, con cuántos fracasó, qué número de ellos destruyó con su repugnante ambición?
La naga hizo un breve gesto de asentimiento.
—Nuestras pruebas demostraron que eras el único lo bastante fuerte para dominar la magia, Dhamon, gracias a la magia de dragón que ya existía en tu interior.
Debido a la maldita escama que la Roja le había colocado a la fuerza unos años atrás. Dhamon lo comprendió entonces. Gracias a la magia que el Dragón de las Tinieblas y el Dragón Plateado habían usado para romper el control de la Roja. ¡Oh!, claro que sí, poseía gran cantidad de la maldita magia de dragón en su interior.
Nura sonrió mientras observaba cómo su adversario forcejeaba bajo la presión.
—El amo siempre dijo que tu mente era más fuerte que tu cuerpo, pero yo no estaba de acuerdo, aunque realmente eres perspicaz y listo. Es una lástima que tu mente vaya a dejar de pertenecerte. Un pena que toda esa inteligencia…
Las palabras quedaron ahogadas por el poderoso rugido del Dragón de las Tinieblas, que hizo estremecer la caverna. El conjuro se había completado, y los mágicos tesoros se convirtieron en una pálida luz multicolor antes de desvanecerse en la nada. La cueva se iluminó con un estallido de luz, con la fuerza de la nueva magia, y Dhamon sintió cómo una oleada de energía penetraba a raudales a través de la pared invisible, y lo envolvía.
20
Juego de sombras
Dhamon se sintió arrastrado por un remolino que lo sumergía en una oscuridad asfixiante.
El calor concentrado en el pecho se desperdigó por todo el cuerpo y amenazó con consumirlo.
—¿Mal? —llamó Dhamon.
No obtuvo respuesta; no había más que tinieblas, turbulentos sonidos y un intenso calor.
Ni una sola parte de él se libró. Dagas de fuego se clavaron en su cuerpo desde todas direcciones, y se sintió desgarrado, desmembrado sobre el potro de tortura. Le arrancaban brazos y piernas del torso, en medio de un dolor insoportable.
Dhamon jadeó, aspirando todo el aire que los abrasados pulmones le permitían, al mismo tiempo que intentaba aislar alguna parte de él del agudo dolor y ver… algo… cualquier cosa.
Todo lo que consiguió detectar fue una abertura en la oscuridad que era negra como el azabache.
—¿Qué? ¿Mal? ¿Estás ahí, Mal?
Un gruñido gutural fue la única respuesta.
—¡Fuerte! —se oyó decir Dhamon en voz alta—. ¡Soy fuerte, Nura Bint-Drax! —Las palabras siguieron el rítmico latido de su corazón—. ¡Nada es más fuerte que yo, condenada serpiente! ¡Yo detendré tu magia!
Pero el hechizo de la naga ya había acabado.
El dolor y la fiebre se agudizaron hasta tal punto que Dhamon creyó —esperó— perecer antes de volver a tomar aire. Chilló, y el chillido se transformó en un rugido, que a continuación se apagó cuando el calor empezó a disminuir. Volvió a chillar sólo para estar seguro de que seguía vivo, luego aspiró profundamente y encontró la voluntad de resistir un poco más.
—El calor —musitó—, ¡me purificaba!
El calor ahuyentaba toda la debilidad de lo que en una ocasión había sido un cuerpo humano, y dejaba únicamente poder y fuerza.
—¡Viviré, Nura Bint-Drax! ¡Y mantendré una promesa que le hice a Ragh! Te veré muerta.
El cuerpo seguía cambiando, para crecer más, tal vez. Colocó una mano ante el rostro pero no vio nada excepto oscuridad. Oyó un chasquido y sintió que el pecho se ensanchaba e hinchaba, pero esa vez no sintió dolor. ¿Dónde estaban el dolor y el calor?
En aquellos momentos ya no sentía nada en realidad, comprendió sobresaltado, y en su papel de participante a la fuerza, aguardó mientras percibía cómo el tamaño del cuerpo se doblaba, para a continuación volver a doblarse.
—¡Fiona!
Desde algún lugar de la oscuridad Maldred llamaba a la dama solámnica.
De modo que el mago ogro seguía allí. ¿Por qué llamaría a Fiona? ¿Estaba también ella allí?, se preguntaba Dhamon. ¿Cómo había conseguido la mujer llegar aquí, a ese lugar situado en las profundidades de la tierra? Las tinieblas empezaron a retirarse, y el corazón de la caverna se fue haciendo visible. Podía verse a sí mismo.
«Mis ojos —oyó decir Dhamon a una voz en el interior de su cabeza—. Ves a través de mis ojos ahora, Dhamon Fierolobo, pero pronto no verás y no percibirás nada nunca más».
La consciencia del Dragón de las Tinieblas estaba totalmente incrustada en su cerebro; eran dos seres que compartían un solo cuerpo. «¿Qué magia vil podía hacer desaparecer el alma de alguien?», pensó.
—¡Ragh! ¡Fiona! ¡Daos prisa! —Volvió a oír la voz de Maldred.
De modo que el draconiano y Fiona estaban allí, habían conseguido seguir su pista. ¿Habían conseguido llevar a Riki y al bebé lejos de los hobgoblins? ¿Estaba a salvo su hijo? Intentó llamarlos, pero no consiguió emitir la voz; ni siquiera fue capaz de abrir la boca.
—¡Fiona! —La voz de Maldred no dejaba de resonar.
No importaba si estaban allí, pensó. Lo que deberían hacer era irse. Maldred debería decirles que huyeran mientras aún tuvieran tiempo de salvarse. Volvió a intentar llamarlos, para advertirles que huyeran. Centró los pensamientos en abrir la enorme boca y en gritarles que corrieran lo más deprisa que pudieran.
¿Qué pasaba con el miedo al dragón?, se preguntó. Lo cierto es que deberían estar huyendo. El aura de miedo al dragón que exudaba el Dragón de las Tinieblas debería repelerlos; pero no era así, ni, ahora que lo pensaba, había estado presente el temor al dragón cuando él penetró en la sala. Se dio cuenta de que, en realidad, él no había sentido ni un ápice de aquel miedo. ¿Se habría vuelto tan débil el Dragón de las Tinieblas que era incapaz de generar su magia? O acaso ¿había puesto todo su poder en el hechizo para controlar a Dhamon?
—¿Es ése Dhamon? ¿Es realmente Dhamon? —Era el familiar susurro ronco del draconiano—. ¡Por los huevos primigenios! No se está convirtiendo en un drac, ¡se está convirtiendo en un dragón!
De repente, Dhamon supo que aquello era verdad, pues era capaz de percibir el tamaño que había adquirido: piernas gruesas como viejos y robustos robles, zarpas imponentes, con uñas largas y letales. Las protuberancias de los omóplatos habían desaparecido, reemplazadas por alas que se encontraban plegadas a los costados, incapaces de extenderse demasiado porque la barrera mágica de Nura seguía allí. El cuello era largo y sinuoso, la cabeza ancha y los ojos enormes, y ahora lo veían todo con suma claridad.
El Dragón de las Tinieblas volvió la testa, y Dhamon vio a Maldred, que golpeaba aún el invisible muro con los puños. Fiona lanzaba estocadas contra la barrera con la maldita espada, al tiempo que chillaba algo sobre… ¿sobre que había sido estafada? Aullaba su ira, y esta vez Dhamon la oyó claramente entre el retumbar de la caverna y los poderosos latidos de su corazón.
—¡Maldito seas, dragón! —chillaba la dama con voz aguda—. ¡Es mi destino matar a Dhamon Fierolobo! ¡Yo! ¡Hacer que pague por Rig! ¡Qué pague por todos ellos!