—¡Zorra!
Habría seguido lanzando improperios contra la criatura de no haber empezado a actuar la magia de la naga. Los dardos luminosos se habían introducido bajo la piel y empezado a eliminar el conjuro que proyectaba la apuesta imagen humana sobre su auténtico cuerpo.
Los músculos de Maldred se hincharon, su cuerpo se ensanchó, y chaleco y pantalones se desgarraron hasta que las prendas apenas consiguieron cubrirlo. El pecho se tornó más amplio a medida que él crecía hasta alcanzar una altura de más de dos metros setenta, y la piel bronceada por el sol cambió a un vivo color azul celeste. Las cejas se espesaron sobre los ojos, la nariz se volvió más grande y achatada, y la corta melena que había tenido un aspecto de meticuloso acicalamiento se trocó por otra blanca como la nieve y se hinchó alrededor del rostro, en forma de cabellera desordenada que le llegaba por debajo de los hombros.
—Ya está —anunció satisfecha la niña-serpiente, una vez completada la metamorfosis—. Realmente me gusta contemplar tu auténtico cuerpo de mago ogro, príncipe. Te desprecio, y sin embargo obtengo un mayor placer al despreciar algo tan horrendo como tu aspecto de ogro. —Se produjo un nuevo silencio entre ambos antes de que ella añadiera—: Me pregunto si el amo te considera también repugnante…
—¿Quién es exactamente tu amo, Nura Bint-Drax? —Las palabras de Maldred surgieron veloces y coléricas—. ¿La Negra, Sable? ¿O aquél que acecha a nuestras espaldas?
Se dio la vuelta y echó una ojeada a un viejo sauce y a las sombras situadas más allá del velo de hojas que colgaba hasta el suelo y que insinuaba la presencia de la entrada de una cueva. Al poco se volvió de nuevo para mirar a su interlocutora con fijeza.
—¿O realmente crees que puedes ser leal a varios amos?
—Desde luego, mi lealtad no es para con la señora suprema de Shrentak. Sólo finjo servir a esa envanecida y despreciable hembra de dragón, ya que eso es de utilidad para mí señor. Obtengo poder e información de Sable. Conjuros mágicos. La capacidad de crear dracs…
—Y abominaciones.
Ella inclinó la cabeza con gesto malicioso.
—Las cosas que aprendo de Sable me hacen más valiosa para mi amo. Nuestro amo.
—Servir a dos dragones es peligroso, Nura Bint-Drax.
—Aliarme con dos dragones. Y yo prefiero pensar que es sensato.
Le tocó entonces el turno a Maldred de asentir, mientras se frotaba, pensativo, la barbilla.
—Si Sable consigue vencer, tendrás un lugar en este mundo diabólico. Y si lo hace el dragón que tenemos ahí atrás…
—… tendré un lugar a su lado. —Se balanceó hacia atrás sobre la enroscada cola, y sonrió con afectación—. Mientras que si Sable vence, tú lo pierdes todo, y si el amo gana, tú no seguirás siendo otra cosa que un sirviente feo. Suceda lo que suceda, has perdido para siempre a tu querido amigo Dhamon Fierolobo.
Maldred dejó caer las manos a los lados, abriendo y cerrando los puños. Dhamon había sido como un hermano para él.
»¿Te duele traicionarlo, príncipe?
Habría golpeado a la naga con todas las fuerzas de su imponente cuerpo de ogro, pero detectó un movimiento en las hojas del sauce situado a su espalda, y, al mirar de reojo, distinguió una luz tenue que emanaba del interior de la boca de la cueva.
—Así que el amo ha despertado —se limitó a decir Nura, y a continuación, se deslizó junto a Maldred y atravesó la capa de follaje.
El ogro se volvió para seguirla, acercó una mano para apartar las hojas, pero entonces se detuvo un momento. Cerró los ojos y buscó la chispa mágica que anidaba en el interior de su fornido pecho azulado. Buscó… ¡y la encontró! Enrollando la mente alrededor de la chispa, la instó a crecer hasta que un calor más intenso que aquel calor húmedo le recorrió brazos y piernas, y ascendió por el cuello, hasta conseguir que la piel le hormigueara llena de energía mágica. Cuando aprendió por primera vez el hechizo, éste incluía también gesticulaciones y frases, y necesitó algún tiempo para dominarlo; pero ahora, con el paso del tiempo, aquel conjuro se había convertido en algo que formaba parte de él. En la actualidad, todo lo que tenía que hacer era concentrarse. En cuanto la chispa prendió, su cuerpo de mago ogro se estremeció, y la piel empezó a arremolinarse. En cuestión de segundos, Maldred pareció plegarse sobre sí mismo, y la piel de un vivo azul celeste regresó a la antigua tonalidad bronceada. La ondulante melena de un blanco níveo desapareció, reemplazada por cortos cabellos rubios que parecían recién cortados y peinados. Sin embargo, las ropas del ogro seguían colgando hechas jirones sobre su figura humana, ya que la magia sólo afectaba al cuerpo, no a lo que lo cubriera.
El ogro con aspecto humano retrocedió hasta la poza estancada y echó una ojeada a su superficie, satisfecho ante lo que veía. Sabía que resultaba un hombre impresionante, pícaro y de aspecto poderoso, y un poco noble por la forma de la mandíbula. Era un aspecto que hacía que las mujeres se volvieran a mirarlo en, prácticamente, todas las ciudades y provocaba que los hombres se lo pensaran dos veces antes de enfrentarse a él. Se trataba de una mezcla que había perfeccionado, y que había creado a base de tomar las mejores características físicas de hombres que visitaban Bloten para hacer tratos con su padre: el semblante lo había tomado prestado de un rey-bandido, la figura de un luchador del circo, y los ojos de un asesino de Kaolyn, que, hacía casi una década, había sido contratado para eliminar a un advenedizo señor de la guerra ogro que amenazaba el poder de su padre. La tez era la de un joven pirata que había visto años atrás en la costa cerca de Caermish, y la sonrisa pertenecía a un espía de Wayfold, a quien su padre había ejecutado después de que dejara de serle útil. La forma de andar y gestos eran todos suyos. Con el tiempo, había llegado a apreciar aquella imagen humana, a preferirla a su aspecto natural, pues también había llegado a preferir a los humanos a los ogros. Nura Bint-Drax no hacía más que expresar lo que él sabía en lo más profundo de su corazón; los ogros eran una raza repulsiva y bestial.
—Nura tiene razón. —Frunció el entrecejo y meneó la cabeza, luego, canceló el hechizo, y su inmensa figura azul reemplazó a la humana y atractiva—. No soy digno de querer parecer un humano.
Maldred miró entonces de soslayo y vio que las hojas de sauce que cubrían la entrada de la cueva tremolaban debido a la fuerza del aliento del dragón. Al cabo de unos instantes, apartó a un lado la cortina vegetal y entró.
La luz del interior de la caverna procedía de los ojos de la criatura; ojos grandes, felinos y de un amarillo mortecino, cubiertos por una gruesa película a la que debían, en parte, su aspecto lóbrego. El dragón, como todos los de su especie, era enorme, y aunque las espesas sombras de la cueva impedían que todo el cuerpo resultara visible, Maldred pudo distinguir con claridad la inmensa cabeza y parte del descomunal cuello. La criatura era negra, sin embargo no era un Dragón Negro. La figura era más elegante, la cabeza, más larga y ancha, el color mate, en lugar de brillante, y las púas de la cresta de espinas, que discurría desde justo por encima de los ojos y desaparecía en las sombras a lo largo del cuello, eran largas y delgadas. No se parecía a ningún otro dragón de Krynn, y tampoco emanaba ningún olor de él, si bien en la caverna reinaba el mismo olor malsano y húmedo de la ciénaga. Aquella criatura rezumaba un poder extraordinario e irradiaba un intenso terror al dragón, y esto último se veía obligado a suprimirlo cada vez que Maldred y Nura Bint-Drax se hallaban en su presencia.
—Maaaaaldred —dijo el ser, estirando la palabra en un ronroneo gutural.