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—¡Ragh! ¡Ayúdame con la barrera! —gritaba Maldred mientras golpeaba.

Curiosamente, Ragh no hizo nada, y en su lugar habló en voz tan baja al mago ogro que Dhamon no consiguió oír lo que decía, a pesar de su agudo oído de dragón. El suelo retumbaba con demasiada fuerza, Fiona chillaba enloquecida y Nura Bint-Drax también hablaba, pronunciando más de aquellas palabras arcanas. ¡Otro conjuro!

Sin duda la naga se esforzaba por mantener la invisible barrera, supuso Dhamon, se esforzaba por impedir que sus compañeros la rompieran, lo salvaran y se enfrentaran al Dragón de las Tinieblas.

Si Nura estaba tan absorta en su hechizo, aquello significaba que la magia del dragón no era definitiva aún, que el monstruo no poseía el control total sobre el cuerpo de dragón de Dhamon.

«Y si no tienes el control total, todavía podría ser capaz de detenerte —se dijo Dhamon mentalmente—. Mis compañeros y yo te detendremos».

«Es demasiado tarde para eso, Dhamon Fierolobo —se mofó mentalmente el Dragón de las Tinieblas—. Mi conjuro está concluido. Poseo este cuerpo. Jamás debería haberte enviado contra Sable; tendría que haberte mantenido cerca de mí. Después de todo, no he necesitado la energía de la muerte de la Negra. Sólo necesitaba la magia de todos esos prodigiosos objetos mágicos… y tu magia interior. Te necesitaba a ti. Nura ha estado en lo cierto desde el principio, y también Maldred. Eres el elegido a través del cual viviré».

«Mientes dragón. Tu conjuro no ha finalizado, pues tu títere, Nura, intenta conseguirte un poco del tiempo que necesitas para ponerle fin», repuso Dhamon enfurecido. Durante todas aquellas semanas había creído que el Dragón de las Tinieblas lo estaba convirtiendo en un simple drac o abominación; que lo azuzaba, lo amenazaba con la transformación definitiva si no mataba a Sable, y le prometía la curación si lo hacía, además de añadir a todo ello la amenaza contra Riki, Varek y el hijo del propio Dhamon. En realidad, durante todas aquellas semanas se había estado convirtiendo poco a poco en un recipiente para la esencia del dragón, para un dragón creado por el dios Caos.

—¡No! —gritó Dhamon, que sobresaltó a todos los presentes con el rugido que vomitaron sus fauces de dragón—. ¡No dejaré que venzas!

Intentó decir otras palabras, pero el Dragón de las Tinieblas penetró en su mente como una tempestad y sofocó su consciencia. En su mente, cada vez más reducida, Dhamon vio cómo el dios Caos tomaba del suelo del Abismo la sombra que él mismo proyectaba y le daba la vida y la forma de un dragón. Volvió a contemplarlo todo: la recién engendrada criatura el Dragón de las Tinieblas matando a Caballeros de Takhisis y Caballeros de Solamnia, al dragón luchando y eliminando Dragones Azules, cuya energía se bebía.

«Del mismo modo que los maté a todos ellos, mataré también a tu espíritu. Volveré a volar bajo mi nueva y perfecta forma —siseó la criatura en la mente de Dhamon—. Expulsaré tu alma».

Dhamon sintió cómo la consciencia se le escapaba, cómo la sangre que contenía su vida se derramaba. El dragón vencía. Todo a su alrededor se nubló: el hechizo interminable de Nura, los gritos de Fiona. Oyó lo que pareció un trueno, tal vez el latir del inmenso corazón del cuerpo del dragón al invadir su cuerpo, luego no distinguió nada.

Percibió unas tinieblas, acogedoras y aterradoras. Su fin lo llamaba, y se sintió atraído poco a poco hacia él.

—¡Lo has conseguido! —gritó Ragh—. ¡Lo has conseguido, ogro! ¡La barrera ha caído!

A una sugerencia de Ragh, Maldred había tomado algunas de las estatuillas mágicas que había en la bolsa y las había arrojado contra la barrera invisible. La explosión fue pequeña pero suficiente para hacer añicos el conjuro de Nura, a la vez que derrumbaba una parte del techo de la caverna.

Fiona se lanzó hacia el frente, esquivando las piedras que caían.

—¡En nombre de Vinas Solamnus! —gritó—. ¡Por la memoria de mi Rig!

Ragh vaciló, y sus ojos se movieron veloces entre el dragón en que se había convertido Dhamon y el cascarón del Dragón de las Tinieblas. Maldred contemplaba a su antiguo amigo.

—Por mi padre —dijo el mago ogro en voz baja—. Por todo lo que es sagrado. Mírale, Ragh. Mira en qué se ha convertido.

Dhamon, bajo la forma de un dragón, no se parecía a ningún otro dragón que hubiera sido visto jamás en Krynn. Las escamas eran espejos negros que reflejaban la caverna y a todos sus ocupantes, y despedían principalmente un fulgor plateado, aunque en algunas partes mostraban una tonalidad satinada.

El dragón Dhamon era una criatura imponente, no tan grande como el Dragón de las Tinieblas, pero sí con un aspecto mucho más elegante. Era como si un gran artista hubiera esculpido la criatura, hurtando los mejores rasgos de varios dragones de Krynn para crear una composición única.

El Dragón de las Tinieblas había tomado las astas, de un negro indefinido, de un joven Rojo que había eliminado durante la Purga; las magníficas alas pertenecían al primer Azul que había matado en el Abismo, y las zarpas las había copiado de las de un Dragón Blanco, palmeadas y letales como una hoja bien afilada.

—Hermoso —admitió Ragh, contemplando con asombro al dragón que era Dhamon—. Es… es una criatura hermosa, desde luego. Increíble.

—Hermosa o no, morirá —siseó Fiona.

La solámnica se había aproximado despacio y alzaba en aquellos momentos la espada mientras seguía acercándose poco a poco a la criatura. El dragón se movía perezosamente, debido a que los últimos vestigios mágicos del hechizo seguían actuando.

—¡Ahora es el momento de atacar! Cuando la hermosa bestia todavía es vulnerable.

—¡Nooo! —aulló Nura.

La naga había estado observando orgullosa, maravillada ante la transformación final, pero ahora, con cierto retraso, pasó a la acción.

—¡No arañarás el nuevo cuerpo de mi amo! ¡No vas a hacerle daño, mujer miserable!

Nura corrió hacia Fiona, y su aspecto cambió mientras lo hacía, su estatura aumentó, las piernas se fusionaron para formar el repugnante cuerpo de serpiente, y toda ella se estiró hasta medir seis metros de altura desde la coronilla hasta la cola. Los cabellos cobrizos se desplegaron en abanico para formar una caperuza.

Ragh entró en acción simultáneamente, tras decidir que Dhamon podía defenderse de Fiona, pero que la naga era peligrosa.

El draconiano corrió hacia la mujer-serpiente.

En ese mismo instante, el cuerpo inerte del Dragón de las Tinieblas se contrajo.

Maldred se dio cuenta e interrumpió el conjuro que había iniciado; incluso tuvo que echar una segunda mirada de tan sorprendido como estaba, pues había creído muerto al otro dragón.

—¡Ragh! ¡Fiona! —tronó—. ¡El Dragón de las Tinieblas controla ambas formas! ¡Hemos de vérnoslas con dos dragones, no con uno!

El mago ogro detuvo el hechizo, introdujo los dedos en la bolsa que llevaba y los cerró sobre la última estatuilla que le quedaba. Corrió al frente y arrojó la figura; pero, aunque había apuntado al Dragón de las Tinieblas, erró el tiro. La talla golpeó la pared de la cueva, lanzando fragmentos de roca por los aires a la vez que se desplomaba un trozo del techo. Las vibraciones arrojaron a Maldred al suelo.

En medio de la neblina levantada por los cascotes, el mago ogro creyó haber alcanzado el blanco, pero entonces el polvo y las piedras se aposentaron en el suelo, y el Dragón de las Tinieblas volvió a moverse, de un modo más perceptible esta vez.

El elegante dragón intentó moverse, pero todavía resultaba lento; era como si el Dragón de las Tinieblas no pudiera manejar los dos cuerpos a la vez.

Dhamon abrió la boca y rugió su ira.

El Dragón de las Tinieblas aulló a modo de respuesta.

—¡Matad al Dragón de las Tinieblas! ¡Al Dragón de las Tinieblas! —gritó Maldred mientras se incorporaba—. Matadlo y tal vez podamos romper el hechizo. ¡Tal vez podamos salvar a Dhamon!

Recogió la alabarda del suelo, y cargó como enloquecido contra el dragón, con quien tenía su propia deuda de venganza.