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—Amo.

A Maldred, el dragón le parecía cansado y anciano, aunque sabía que era en realidad bastante joven. Bastante joven pero, también, bastante amenazador, y el ogro odiaba a la criatura casi tanto como se odiaba a sí mismo por trabajar para ella.

El hocico de la bestia era vagamente equino, y Nura Bint-Drax se hallaba enroscada frente a su rostro, con las manos que había formado, extrañamente unidas a su cuerpo de serpiente, alzadas para acariciar con suavidad las barbas que pendían de la mandíbula inferior del dragón.

—De modo que has decidido reunirte con nosotros, príncipe mío —gorjeó la niña-serpiente.

Maldred hizo caso omiso de Nura Bint-Drax pero se inclinó respetuoso ante el dragón, luego separó los pies para afirmarse bien en el suelo. Un retumbo recorrió el pétreo suelo cuando la criatura habló; fueron palabras largas y sonoras, y Maldred tuvo que concentrarse para comprenderlas.

—El humano. Habladme del valioso humano.

—Sí, amo —se apresuró a responder Nura—; te hablaré de Dhamon fierolobo. Como he informado ya, Maldred le permitió escapar de Shrentak, hace unos días, a lomos de un manticore…

El dragón rugió, y el sonido hizo temblar la cueva.

—Pero estoy poniendo remedio a la situación —prosiguió ella, alegremente—; he enviado dracs, amo. Les he ordenado que sigan a Dhamon y a sus compañeros y que lo capturen.

Los retumbos aumentaron, y a Maldred le rechinaron los dientes.

—Los dracs nos lo traerán aquí, amo —continuó Nura—. Los compañeros de Dhamon, claro está, serán eliminados, pero no son importantes. Uno es una dama solámnica que ha perdido el seso, el otro un sivak agotado y sin alas. Indiqué a los dracs que se aseguraran de que Dhamon no recibiera el menor daño, pero que hicieran lo que quisieran con los otros dos.

El retumbar se atenuó, y Nura se balanceó ante el dragón, evidentemente complacida consigo misma y considerando que los retumbos de la criatura eran alabanzas. Entonces, el sonido se interrumpió de improviso, y el dragón alzó un labio para dejar al descubierto afilados dientes de un gris nebuloso y una lengua negra como el carbón.

—El valioso humano se ha ido.

—Mis dracs lo traerán de regreso, amo, lo prometo.

—Tus dracs están muertos, Nura Bint-Drax. —La criatura parpadeó, y un velo de niebla apareció en la entrada de la caverna—. Observa.

Al cabo de unos pocos segundos se materializaron unas imágenes en la neblina: el manticore y sus jinetes, y los tres dracs que los habían perseguido en un principio.

—Muertos.

—Envié más dracs —se apresuró a intervenir la niña-serpiente—. Envié más para asegurarme de que Dhamon Fierolobo sería capturado. El segundo grupo era más formidable; mayor en número y más poderoso, más ingenioso; el manticore no podía vencerlos a todos.

—¿No? Pues te informo de que la mayoría de esos dracs están muertos, también.

La visión mágica que aparecía en el velo de niebla cambió entonces para mostrar lo que quedaba del formidable ejército de Nura: ocho dracs astrosos que volaban de un modo errático de vuelta a la ciénaga, mientras una horrenda tormenta bramaba a su alrededor.

—¿Y Dhamon? —inquirió Maldred en un susurro—. ¿Está muerto, también?

El dragón gruñó, y la caverna volvió a temblar. Si había palabras enterradas en el gruñido, el mago ogro no consiguió distinguirlas.

Cuando los gruñidos se apaciguaron, los ojos de Maldred se clavaron en los de la criatura.

—Si Dhamon Fierolobo vive, regresará a Shrentak. Me dejó allí, y el vínculo de amistad es demasiado fuerte entre nosotros. No me abandonará. Regresará muy pronto, a buscarme.

El dragón parpadeó, y en respuesta, el velo de niebla desapareció.

—Mi magia no muestra la posición exacta de Dhamon Fierolobo y sus compañeros. Sin embargo, sí me proporciona una sensación de adonde se dirige, y no es a Shrentak.

—Vivo. —Maldred respiró aliviado—. Dhamon sigue vivo.

—Dime, amo —intervino rápidamente Nura—. Dime adonde va Dhamon Fierolobo y enviaré otro ejército de dracs. En cuestión de días, te lo juro, el humano estará en esta misma cueva y…

El dragón gruñó más enojado entonces, y el sonido resonó en la piedra de la cueva de tal modo que las vibraciones amenazaron con aplastar a Nura y a Maldred contra el suelo. Cayeron polvo y pedazos de roca del techo, y una grieta apareció en el suelo. Cuando los temblores cesaron por fin, el leviatán se llevó una zarpa gris oscuro a la testa, y arañó la hilera de escamas que discurrían a lo largo de la mandíbula. Una, del tamaño de un plato, cayó al suelo, y el dragón la empujó en dirección a Maldred. Un pálido resplandor verdoso se extendió desde la garra para cubrir la escama. El fulgor se tornó nebuloso, y ocultó la extremidad y la escama; luego, al cabo de unos instantes, se apagó. La escama centelleó sombría con su propia energía mágica.

—Dices que el vínculo de amistad es fuerte entre vosotros —dijo el dragón a Maldred—. Demuéstralo. Toma esta escama y localiza a Dhamon Fierolobo. Cuando rompas la escama, tú y él seréis conducidos mágicamente hasta mí.

El ogro se inclinó y recogió la escama. Los bordes eran tan afilados y ardientes que le cortaron y abrasaron los dedos; pero ocultó el dolor y sostuvo el objeto ante sí, contemplando cómo su ancho rostro ogro se reflejaba en su superficie. Aunque la escama era delgada y dura, el mago ogro sabía que poseía fuerza suficiente para partirla cuando llegara el momento.

—Como desees —respondió a la criatura.

—No te demores —continuó ésta—. El pantano de Sable se hace un poco más grande cada día que pasa. Si no quieres que la ciénaga se trague tu querido territorio ogro y a tu padre, harás bien en encontrar a Dhamon rápidamente. Y no cometas equivocaciones esta vez.

—Pronto será tuyo —prometió Maldred.

Con una nueva reverencia en dirección al dragón y una breve mirada triunfal a la niña-serpiente, giró sobre los talones y abandonó la caverna.

A su espalda, oyó cómo la criatura decía:

—También tengo un cometido para ti, Nura Bint-Drax.

3

Un territorio inestable

El mar abrazó a Dhamon Fierolobo. Oscuras y turbulentas, las aguas llenaron sus pulmones, y una ola se alzó como un puño gigante para hundirlo violentamente. En ese instante —cuando todo era negro y abrumador— le llegó una repentina lucidez. Comprendió que sería fácil dejar de luchar; permitir que el océano lo arrastrara a las profundidades, tomar unos cuantos tragos más de agua salada, hundirse en el olvido con Rig —con Jaspe, Raph, Shaon y los otros—, con aquéllos que lo habían considerado un camarada y que habían muerto en su presencia. Era la oportunidad de reunirse con ellos. Tal vez su deber era unírseles.

La maldita escama dejaría de atormentarlo, y también los dragones que dominaban Krynn y que habían acabado con toda esperanza. Ya no sentiría el dolor producido por la pérdida de los amigos, ya no sería responsable de más muertes. La escama de la pierna lo estaba matando de todas formas, pues cada ataque era peor que el anterior. «Ríndete —se dijo—. Todo el mundo muere más tarde o más temprano. Toma el camino fácil y muere ahora». Empezó a relajarse y a rendirse, sintió que un extraño frío se apoderaba de él, y, luego, una incómoda presión en los oídos.

El agua realizaba su trabajo y empezaba a ahogarlo. Pero a medida que el dolor aumentaba, una parte de él comenzó a resistirse.

«Salva a Fiona y a Ragh —pensó—. Piensa en alguien más para variar».

En el último instante, cuando notaba ya que la consciencia se le iba desvaneciendo, se rebeló contra la tormenta y el mar. Movió los pies, frenético, pegó los brazos a los costados, y se impulsó hacia arriba. La escama no tardaría en matarlo, lo sabía, pero no podía morir hoy, ya que tenía camaradas que salvar y cosas importantes que aún debía llevar a cabo.

Su cabeza salió a la superficie, y tosió con fuerza, para vaciar los pulmones. El sabor del agua salada era penetrante y nauseabundo. Azotado por las olas que levantaba el fuerte viento, se esforzó por ver a través de la espuma y la lluvia, sin dejar en ningún momento de esforzarse por llenar los pulmones con el precioso aire. Las aguas eran casi tan negras como el cielo, pero el resplandor de los relámpagos le confería de vez en cuando un tono gris verdoso.