Выбрать главу

– El caso es ¿qué? No creo que pueda soportar ninguna justificación.

– No te voy a dar ninguna. El caso, Nick, es que de hecho creo que he hecho algo bueno -dijo despacio y con mucha suavidad.

Él la miró fijamente.

– ¿Qué quieres decir?

– Que no he podido hacerlo -dijo Jocasta-; al final, no pude. He entrado en la habitación, y estaba allí echada, pensando, reflexionando, sobre lo que estaba a punto de hacer, lo que sucedería, y al cabo de poco me he levantado y me he ido. Así que, Nick, sigo embarazada. ¿Qué vamos a hacer?

Capítulo 45

Clio miró muy temerosa hacia las ventanas de Jocasta. Le aterraba lo que podía encontrar. No sería fácil. De hecho le estaba costando mucho. Incluso en ese momento. Que alguien, sobre todo alguien a quien quería mucho, se deshiciera de un bebé de una forma tan despreocupada le dolía mucho. Pero las razones de Jocasta, por tortuosas que fueran, parecían ser insuperables para ella, y ahora había que cuidarla.

Sin mucho ánimo tocó el timbre. Al cabo de poco oyó la voz de Jocasta.

– Sí. ¿Quién es?

Su voz parecía asombrosamente alegre. Estaba asombrosamente alegre cuando abrió la puerta. Estaba muy pálida, pero sin duda estaba muy contenta. Se recuperaba muy deprisa, pensó Clio, e intentó reprimir su irritación.

– Hola, Clio. Deja que te dé un abrazo. Pasa, qué bien que hayas venido.

– He venido en cuanto he podido.

– Lo sé. Eres un sol. Gracias.

La acompañó a la sala. Jocasta parecía estar perfectamente. Al fin y al cabo podía haberse quedado atendiendo a sus pacientes.

– ¿Qué? ¿Cómo te encuentras? -preguntó.

– Fatal. No paro de vomitar.

– Oh, Jocasta, cuánto lo siento. Has tenido mala suerte. La anestesia no suele tener ese efecto hoy en día.

– ¿Ah, no? No sabría decirte.

– ¿Qué?

– He dicho que no sabría decirte. No me la han puesto.

– ¿Qué? ¿Dices que no te han puesto anestesia?

– Nada, nada de nada.

– Jocasta…

Clio la miró a los ojos, que brillaban en su pálida cara. Sonreía.

– No me la han puesto porque no he abortado -dijo-. Sigo embarazada. No sé cómo voy a salir adelante, pero… estoy embarazada. Me he marchado. Les he dicho que no lo haría, justo cuando venían a buscarme. Se han enfadado mucho -añadió.

Clio se sintió como si alguien acabara de mostrarle pruebas irrefutables de que la tierra era plana. Se quedó mirando fijamente a Jocasta, intentando decidir qué sentía. Por fin lo supo: irritación. Una inmensa irritación.

– Eres una cerda -dijo-, una imbécil. Me he saltado todos los límites de velocidad para venir aquí, seguro que he perdido todos los puntos, esta tarde, preocupándome, llorando como… ¡Oh, Jocasta!

Se echó a llorar.

– Clio, cielo, no, no, ya sé que es duro, pero…

– No -dijo, acercándose a ella para abrazarla-, no es duro. En absoluto. Que te deshicieras del niño es duro. Estoy muy contenta por ti, muy contenta.

– Qué bien, porque yo también estoy contenta por mí. Muy contenta. Estaría en las nubes si pudiera parar de vomitar. Me lo merezco por haberme hecho la enteradilla.

– Sí, puede que sí. ¿Se lo has dicho a Nick?

– Sí. Ha venido.

– ¿Qué ha dicho?

– Clio, se ha puesto contento, contentísimo. De hecho estaba emocionado. Hasta que supo que no lo había hecho, estaba muy enfadado. Todavía no me puedo creer que…

– Jocasta -dijo Clio-. Odio decir esto, no, no odio decir esto, disfruto diciéndolo, pero ya te lo dije.

– ¿Dónde está Nick? -preguntó media hora más tarde, después de prepararle a Jocasta una manzanilla.

– Vete a saber. Ah, sí, ha tenido que ir a buscar su coche, le han puesto el cepo. Es socio de no sé qué cosa que esperan junto al coche hasta que vienen a quitarle el cepo, pero era demasiado tarde y se lo habían llevado, así que ha tenido que ir a buscarlo. Pobre -añadió cariñosamente.

Sonó el móvil.

– Hola, Kate. ¿Cómo estás? Oh, Dios -exclamó pasándole el teléfono a Clio-, tengo que ir al baño. Lo siento.

Clio la miró comprensiva y dijo:

– Kate, soy yo, Clio.

– ¿Qué le pasa a Jocasta?

– Tiene… tiene el estómago revuelto.

– Oh, no, pobre. Pasaré a verla. Le llevaré unas flores. Estoy con Nat, en Clapham, a dos calles de su casa. La hemos buscado en el callejero.

– Kate, no creo que…

Pero había colgado.

De forma asombrosa a Jocasta le hizo ilusión.

– Me encantará verla. De verdad.

– ¿Y Nat? ¿Estás segura?

– Bueno, quizás un par de minutos. Ya sé por qué viene, me llamó ayer. Es por el contrato de Smith. Ha cambiado de idea y va a hacerlo.

– ¿Ah, sí? -dijo Clio. No le apetecía nada oír hablar de Kate y su contrato. De su contrato y de Fergus.

Pensar en Fergus la puso irritable de repente. Estaba contenta por Jocasta, sin duda, y por Nick, pero ella estaba sola otra vez. Muy sola. Sin perspectivas de estarlo menos. Seguro que era por eso por lo que la había llamado Fergus, para decirle que había firmado un contrato fantástico para Kate. Era tan insensible. Y egocéntrico.

Llegó Kate, con aspecto radiante, y con un ramo de flores enorme pero más bien desarreglado.

– Cariño, qué bonitas -dijo Jocasta.

– Espero que sí. Las cogimos cerca del taller. Las ha elegido Nat mientras yo iba al baño.

– Son muy bonitas. Gracias, Nat.

– De nada. Siento que no te encuentres bien.

– ¿Sabéis qué? -dijo Jocasta-. ¡Estoy fenomenal!

– ¿En serio? -dijo Kate-. Clio me ha dicho que tenías el estómago revuelto.

– ¿Ah, sí? No, nada de eso, voy a tener un hijo, Kate. ¿Qué te parece?

Kate la miró fijamente.

– Dijiste que no tendrías nunca.

– Ya lo sé. Pero son cosas que pasan.

– Sí, ya. -Se quedó un momento pensando en lo obvio. Después dijo-: Creo que es estupendo. Te dije que serías una gran madre. ¿No crees, Nat?

– Sí -dijo él, con expresión solemne, como si estuviera sopesándolo realmente-. Esperemos que sí.

Jocasta le sonrió.

– Yo también lo espero.

– Gideon estará encantado.

– No es de Gideon -dijo Jocasta con calma-. Gideon y yo vamos a divorciarnos.

Kate la miró confundida. Era normal pensó Jocasta.

– ¿De quién es entonces?

– Es de Nick.

– ¿Nick, el que era tu novio? ¿El que vino al funeral?

– Ése.

– Oh. -Reflexionó un momento-. ¿Vas a casarte con él?

– Es probable. Es un poco antimatrimonio. Pero está muy contento con lo del bebé.

– Bueno, eso está bien, supongo. Siento lo de Gideon, de todos modos. Me caía muy bien.

– Sí, Kate, a mí también. Pero no pasa nada. No deberíamos habernos casado. Fue un error estúpido. Sobre todo por mi parte. Seguimos siendo buenos amigos.

– Genial. -Estaba muy desconcertada, descolocada.

Jocasta decidió cambiar de tema.

– Háblame de tu contrato -dijo-. ¿Lo has firmado? ¿Cuándo empiezas?

– No -dijo Kate-. No lo he firmado. Fergus me ha dicho que no lo hiciera.

– ¿Fergus te ha dicho que no lo firmaras?

– Sí. Estaba dispuesta a firmar, he ido a verle y me ha dicho que no lo hiciera. Me ha dicho que no era consciente del lío en el que me metía, que todo empezaría de nuevo, con la prensa y todo el rollo, y no me ha dejado. Me siento aliviada -añadió-. A pesar del dinero, en el fondo no me apetecía.

– Sí, el dinero no lo es todo, ¿verdad? -dijo Nat.

– No. Clio, ¿adónde vas? Clio…

Clio condujo a toda prisa hasta el despacho de Fergus. Más multas por exceso de velocidad. Rezó para que estuviera allí. Eso no era algo que pudiera solucionarse por teléfono. Al llegar a North End Road, y su edificio, le vio de pie en la ventana del primer piso, mirando a la calle. Parecía muy desgraciado. Aparcó el coche, sin preocuparse de que estuviera en las líneas en zigzag junto al cruce, y cruzó la calle corriendo. Apretó fuerte el timbre.