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– ¿Hacia dónde? -preguntó ella desorientada.

– El nuevo partido. Ahora tienen fondos; Keeble ha aportado un par de millones y Jackie Bragg se va a presentar con una cantidad obscena. Ya la conoces, ¿no?

– Oh, sí -dijo ella-. La inteligente Jackie.

Jackie Bragg acababa de sacar su muy exitoso invento a bolsa. Hair's to You mandaba una flota de estilistas de alto standing por las oficinas a cualquier hora del día para peinar a las mujeres y los hombres ejecutivos, demasiado ocupados para dejar sus mesas. Hacía cinco años era directora de una pequeña fábrica, con un jefe que se quejaba de que ella no tuviera tiempo para ir a la peluquería. Ahora salía en la lista de ricos del Sunday Times con un segundo proyecto a punto (lo mismo pero diferente, era lo que solía decir).

– La misma. Y los dos son buenos nombres comerciales sobre todo cuando se trata de la ofensiva del encanto. Hablo del nuevo partido, claro.

– Creía que a estas alturas ya tendrían un nombre -dijo Jocasta.

– Pues no lo tienen. A mí no se me ocurre. Si tú puedes, seguro que te nombrarán lady cuando lleguen al poder. Ah, ¿no te lo he dicho? El editor está convencido de que es buena idea. Chad le ha invitado de caza un fin de semana y como él y Keeble son colegas. Y…

– Nick, todo esto es muy interesante, pero estoy agotada. Creo que me iré directamente a casa -dijo, esperando que él se lo discutiera, pero él le dio un besito en la mejilla y asintió:

– Claro, cariño, pareces exhausta. Llámame mañana.

Jocasta le miró con fijeza.

– ¡Nick!

– ¿Qué?

– Nick, no puedo creer que hayas dicho eso.

– ¿Decir qué?

– Lo que acabas de decir.

Él la miró.

– Perdón, pero no entiendo nada. Creía que habías dicho que querías irte a Clapham.

– Lo he dicho. Pensaba que querrías venir conmigo. Oh, qué más da.

Tenía ganas de llorar; de llorar o de pegarle un puñetazo.

– Jocasta…

– Nick, he ido a Blackpool para estar contigo.

– Eso no es cierto -dijo él sin acritud-. Tenías que informar de la fiesta.

– Podría haberlo hecho cualquiera. Lo solicité especialmente…, hay que ser estúpida. Pero no se trata de eso.

– Sí se trata de eso. Jocasta, lo siento si te he disgustado, pero de verdad que…

– Oh, cállate, por favor. -No sabía por qué se sentía tan hostil, pero así era.

Él la miró.

– De acuerdo. Me callaré. Adiós.

Se alejó de ella, y su cuerpo desgarbado se perdió entre la multitud, siempre con el móvil pegado a la oreja.

Era necesario que aclararan las cosas, no podían seguir así. Había sucedido ya demasiadas veces. La trataba como si ella fuera una novia cualquiera que le gustaba un poco, y que estaría increíblemente agradecida si él le proponía que pasaran la noche juntos. Jocasta se sentía utilizada, descuidada e infravalorada. No dejaba de oír las palabras de Gideon Keeble: «Debería hacer de usted una mujer honrada».

No quería que hicieran de ella una mujer totalmente honrada. No con un anillo de boda. De momento no, al menos. Sin embargo, Nick podría dar un paso, comprometerse con ella, proponer que vivieran juntos.

Se durmió por fin hacia las cuatro, y pasó el día como pudo, esperando a que él la llamara de un momento a otro. Lo hizo, sobre las cinco y media.

– Llegaré muy tarde. Lo siento. Un gran debate sobre seguridad.

– Por mí estupendo -le comentó Jocasta, y colgó el teléfono.

Pasó una tarde larga y triste, y otra noche pésima, y se despertó el sábado con la cabeza a punto de estallar. Fue a dar un paseo y dejó a propósito el móvil en casa. Cuando volvió a media mañana, él había llamado y había dejado un mensaje en su contestador.

– Hola. Soy yo. ¿Quieres que quedemos? Tengo ganas de verte.

Ella le llamó al móvil. Estaba puesto el contestador.

– Sí -dijo-. Tenemos que hablar.

Nick llegó con una botella de vino tinto y unas flores que estaba claro que procedían de un supermercado, y cuando la besó lo hizo con sumo cuidado.

– Hola. -Le dio las flores-. Para ti.

– Gracias. ¿Te apetece un café?

– Me encantaría. Jocasta, ¿de qué tenemos que hablar?

– De mí, Nick. De eso tenemos que hablar. ¿Quieres decirme exactamente adónde crees que vamos?

– Bueno, hacia delante, creo.

– Y… ¿juntos?

– Bueno, es evidente.

– ¿Y eso qué significa?

– Significa que te quiero…

– ¿Me quieres?

– Jocasta, sabes que sí.

– No lo sé -dijo ella-, francamente. ¿Qué has hecho para que yo lo sepa? Nick, llevamos juntos dos años y medio y no hemos pasado juntos ni unas vacaciones.

– Bueno -repuso él con ecuanimidad-. Yo no soporto el sol. Tú odias el campo. ¿Qué íbamos a hacer?

– Nick, no se trata de las vacaciones. Se trata de nuestra vida. Ya lo sabes. De planificar un futuro juntos. De estar juntos siempre, no sólo cuando conviene. Decir: sí, Jocasta, quiero estar contigo. Como Dios manda.

– Prefiero estar contigo como Dios no manda -dijo, acercándose a ella para besarla.

– No intentes encandilarme, por favor, Nick. Ya estoy harta. Quiero que digas o hagas algo que… que… Quiero que te comprometas conmigo -dijo-. Quiero que digas… -Se calló.

– ¿Que diga qué?

– Te diviertes, ¿no? -dijo, con la voz más aguda por la impotencia-. Te divierte verme sufrir, te divierte verme decir cosas que… que…

– Jocasta -dijo él, de repente con una voz más amable-. No me divierto en absoluto. Me pone muy triste verte tan disgustada, pero si quieres que me arrodille y te pida que seas la señora Marshall, no puedo hacerlo. Todavía no. Aún no me siento preparado.

– No -dijo ella con tristeza-, no, eso es evidente, pero, Nick, tienes treinta y cinco años. ¿Cuándo vas a tener ganas?

– No lo sé -contestó él-. La mera idea me aterroriza. No me siento bastante centrado, no me siento lo bastante bien situado económicamente, no me siento…

– ¿Bastante maduro? -dijo ella, con un tono rebosante de ironía.

– Sí, supongo que es eso. Lo siento, pero es así.

De repente Jocasta se sintió agotada.

– Jocasta -dijo él con cariño. Le puso una mano en el brazo-. Lo siento. Ojalá…

Ella le interrumpió en un acceso de rabia y desesperación.

– Oh, ¿quieres callarte de una vez? Deja de decir que lo sientes cuando sabes perfectamente que no es verdad. -Estaba llorando, dolida en lo más profundo-. Vete, ¿por qué no te vas? Vete y…

– Pero… pero ¿por qué? -La voz de Nick era de verdadero desconcierto-. Nos encanta estar juntos. Y yo te quiero, Jocasta. Es una lástima para ti que yo sea un inmaduro con fobia al compromiso. Pero estoy madurando. Tiene que haber esperanza. Mientras tanto, ¿por qué no podemos seguir como hasta ahora? ¿O es que hay otro? ¿Es eso lo que intentas decirme?

– Por supuesto que no -dijo ella, sorbiendo por la nariz, y cogiendo el pañuelo que él le tendía-. Ojalá lo hubiera. -Logró esbozar una pequeña sonrisa.

– Pues yo no pienso igual. Y en mi caso no hay nadie más. No podría haberla. Después de ti, no. Por favor, Jocasta, dame un poco más de tiempo. Me esforzaré por madurar. Te quiero, te lo prometo -dijo-, yo te quiero. Lo siento si no lo he dejado bastante claro. ¿Por qué no nos echamos un rato y nos recuperamos?

Pero durante el sexo que siguió, por agradable y apaciguador que fuera, por cariñoso y tierno que fuera Nick, que esperó a que ella estuviera a punto, mucho tiempo, a que se tranquilizara y se ablandara debajo de él, manipulando su cuerpo de la forma que sabía hacer tan bien, para que alcanzara el placer, incluso cuando sintió que se acercaba el clímax, que crecía y se esparcía convirtiéndose en un alivio estrellado y penetrante, seguía sintiéndose desconfiada y dolida. Echada al lado de él, mientras él le acariciaba el pelo y la miraba a los ojos sonriendo, supo que, por mucho que dijera que la quería, no era suficiente. Y que de nuevo ella amaba más a alguien de lo que ese alguien la amaba a ella.