– ¿Adónde va?
– Sale. Cuando acaba en el pub. A tomar una copa. A un club.
– ¡A un club! ¿A su edad?
– Ya lo sé. Es patético. Y también se queda en casa de Jerry a menudo.
– ¿Con el tío de la moto?
– Sí, es su novio. ¿No lo sabías?
– La verdad es que no. -Kate lo digirió en silencio-. ¿Crees que ellos…?
– Sí, por supuesto -dijo Sarah-. ¿Qué crees tú que hacen?
– No lo sé… -contestó Kate. Miró a Sarah en silencio un momento y añadió-: Tú no lo has hecho todavía, ¿no?
– No, claro que no. Pero lo estoy pensando.
– ¿Con Darren?
– Sí, es el adecuado.
– Pero… ¿para qué? ¿Por qué?
– Porque me apetece -dijo Sarah-. Al menos creo que me apetece. La mitad de la clase lo ha hecho. Empiezo a sentirme marciana. ¿Tú no?
– No -dijo Kate con firmeza-. Yo no.
– ¿Aunque al final te enrolles con Nat Tucker?
– ¡Ni hablar!
Nat Tucker iba un curso por delante de ellas y había sido objeto del deseo de muchas chicas. Era alto, moreno y, aunque no era demasiado guapo y a veces le salían granos, era muy sexy. Había dejado la escuela y trabajaba de aprendiz en el taller de su padre; se había comprado un coche con el que paseaba por el barrio, con la música a todo volumen, y un brazo colgando fuera de la ventanilla, sosteniendo un cigarrillo. Le había dicho a Kate un par de veces que la llevaría a dar una vuelta, pero hasta entonces no lo había hecho.
– Escucha -dijo Kate-, he tenido otra idea.
Había visto un anuncio en un periódico local. «Agencia de detectives privados -decía-. Investigaciones de empresa, matrimonios, personas desaparecidas, etc. Discreción y confidencialidad.» Y después las palabras mágicas: «Si no obtenemos resultados no cobramos». Valía la pena intentarlo. Con la voz temblorosa, Kate había llamado a la agencia. Una mujer de voz alegre y despreocupada atendió la llamada.
– ¿Sí?
– Quiero hablar con alguien para encontrar a una persona. Por favor.
– Sí. ¿Puede decirme algo más? ¿Se trata de un familiar?
– Sí. Un familiar. Quiero… encontrar a… a mi… -Se interrumpió. Por Dios, cómo le costaba siempre decirlo-. A mi madre -dijo con voz firme.
– Ya. -La voz continuaba siendo tranquila-. Bien, haremos todo lo posible. Pero antes de seguir adelante, debo saber algunos detalles.
– No… no sé su nombre. Ningún nombre…
– Eso lo hace más difícil, pero no imposible. Hemos resuelto casos parecidos.
Llovía, era un día gris y deprimente. A Kate, de repente, le pareció que había salido el sol.
– ¿Puede darnos alguna idea de su situación, de dónde podría estar?
Se avecinaron algunas nubes.
– No. Ninguna idea, lo siento.
– Bien, ¿tiene algún punto de partida? Por ejemplo, ¿dónde nació usted? ¿Y cuándo?
– Oh, sí. -Eso era fácil. Muy fácil-. Nací en el aeropuerto de Heathrow. El 15 de agosto de 1986.
Un largo silencio y después:
– ¿En el mismo aeropuerto?
– Pues sí. Y entonces ella… El caso es que me encontraron poco después.
– Creo que debería venir a vernos. Es evidente que tenemos que hablar de esto con calma -dijo la voz.
Sarah se ofreció a ir con ella, pero Kate pensaba que debía ir sola.
– Parece más… más adulto.
Fue al día siguiente, después de la escuela. La oficina estaba encima de una joyería, y era bastante lujosa, no miserable, como esperaba Kate, y el señor Graham tampoco era el vejestorio tristón que había imaginado. Era apuesto, bastante guapo y bien educado. Era bastante mayor, pensó, pero no tanto como sus padres, probablemente rondaba los cuarenta. Le ofreció una taza de café espantoso y le pidió que le explicara lo que quería.
Después de cinco minutos, el señor Graham levantó una mano.
– Veamos. Es posible que pudiéramos encontrarla, a tu madre…
– ¿Podrían? ¡Oh, Dios mío!
Le dijo cosas que la animaron: que sabían dónde había nacido, el hospital al que la habían llevado, que los rastros podían recuperarse incluso cuando parecían fríos. Era como un maravilloso cuento de hadas. Y entonces llegó el golpe: que no podían hacerlo sin cobrar. Que sería un trabajo a largo plazo, con una gran inversión de tiempo. Quería al menos un adelanto de trescientas libras.
Kate se sintió fataclass="underline" la seductora y brillante visión de que le entregaban a su madre se desvaneció lentamente.
– Mira -dijo Richard Graham, que no era mala persona-. Habla con tus padres, con los que te adoptaron. A ver si pueden ayudarte. Y diles que vengan contigo.
Era imposible que sus padres pagaran trescientas libras. No para eso. Le dirían que todo era muy endeble, le advertirían que acabaría siendo mucho más dinero, y que alguien de la Organización Nacional de Asesoramiento a Adoptados y Padres la ayudaría gratis cuando cumpliera los dieciocho.
Cuando cumpliera los dieciocho. Faltaban más de dos años. Se sintió fatal. Era como si le hubieran dicho que su madre estaba a la vuelta de la esquina y que, si se apresuraba, aún la atraparía. Pero alguien la sujetaba en la calle y no podía moverse.
¡No era justo! ¡No era justo!
Capítulo 11
Finalmente se presentó el Partido Progresista de Centro: en las Connaught Rooms, la misma sede que había usado el Partido Socialdemócrata, el SDP, algo menos de veinte años antes. No había ninguna intención oculta en esa coincidencia: era un lugar muy céntrico, lo bastante grande, famoso y espléndido. El trío KFL -como se les conoció enseguida- que lo había hecho posible, eran Jack Kirkland, Janet Frean y Chad Lawrence.
Afirmaban tener 21 diputados en sus filas, y casi todas sus circunscripciones habían aceptado permitirles trabajar para los nuevos colores hasta las siguientes elecciones. La circunscripción de Chad Lawrence fue de las pocas que forzaron unas elecciones y él las ganó con facilidad.
Su calendario era perfecto: con el eslogan «Las personas primero, la política después», habían arrasado sobre una lista más bien de pacotilla, y al menos por un momento histórico todo les había ido de cara. No sólo el momento era perfecto -el presupuesto era en abril y había poco tiempo para preparar las elecciones locales de mayo- sino afortunado. Las luchas internas y la desesperación habían hecho mella en el Partido Conservador, y las historias de horror sobre hospitales, escuelas y delincuencia habían acosado al Nuevo Laborismo.
El funeral de la Reina Madre había encendido una ola de patriotismo. La población estaba predispuesta para algo inspirado y nuevo. En un nuevo partido político, dijo Kirkland, podrían pensar que lo habían encontrado.
Tres periódicos se habían puesto de su parte, el Sketch, el Independent y el News. Otros fueron más escépticos, pero eran receptivos con lo que todos denominaban una brisa fresca en la política. El nombre fue un enorme éxito y los cronistas lo pasaron en grande comparando la primera conferencia de prensa con una sesión fotográfica de la Copa del Mundo y con la meta de los corredores en el Grand National.
Corrieron muchas historias feas sobre los tres y hubo también rumores infundados sobre quién iba a abandonar qué partido para ingresar en el nuevo, y el más disparatado fue que Gordon Brown era uno de ellos, y el más fundamentado que lo era Michael Portillo. Ninguno de los dos lo hizo. Tanto Tony Blair como Iain Duncan Smith dijeron -evidentemente apretados- que eso era la democracia, aunque lamentaran (por parte de Iain Duncan Smith) la deslealtad que había engendrado, y que Tony Blair recordara que el SDP había tenido un nacimiento igual de triunfal y un funeral siete años después.
Todos los protagonistas principales, Lawrence, Frean y Kirkland, salieron en las primeras páginas y muchos también en las interiores. Todos tenían familias atractivas y saludables, que sonreían obedientes por si les sacaban una foto. Gideon Keeble afirmó que estaba orgulloso de participar, lo mismo que Jackie Bragg, que dijo que sabía distinguir una buena idea, y estaba orgullosa de formar parte de ésta. La City había analizado las fortunas de Keeble, Bragg y otros simpatizantes ricos, y hasta qué punto estaban dispuestos a poner su dinero en el proyecto. Se habló mucho también de donantes anónimos.