– Ah, bueno. Pues es Guildford 78640. -Volvió a mirar a Jocasta-. ¿No serás de la prensa?
– Ojalá. Mi vida sería más divertida.
– Es que nos han dicho que no habláramos con la prensa. Ordenes de arriba. Y tenía algo que ver con la tal señora Bradford.
– ¿En serio? ¿Por qué?
– Alguien metió la pata, creo. La dejaron demasiado tiempo en la camilla y se le formó un coágulo en la pierna. Esta mañana la han bajado otra vez para hacerle una venografía.
– ¿Y tú la has visto?
– No sabría decirte, a estas horas ya lo veo todo borroso. Cada paciente es igual que el anterior.
Cuando Jocasta volvió, Derek Bateson seguía en Urgencias.
– ¿Ha vuelto la nieta?
– Todavía no. Pero tengo su número de móvil. ¿Lo quieres?
– ¡Oh, sí, por favor!
Menuda lumbrera. ¿No podría habérselo dicho antes y ahorrarle toda la comedia en rayos X? Al menos había conseguido una buena cita.
– ¿Hola? ¿Quién es?
Era una voz joven y cautelosa.
– Oh, hola. Supongo que eres Kate. Soy Jocasta Forbes, del periódico Sketch. Siento mucho lo de tu abuela…
– ¿Hay alguna novedad?
– Todavía no. Tengo mucho interés en hablar con su médico de familia, la que ha ido hoy a verla. Derek, el chico con quien has hablado antes, me ha dicho que tú tenías su teléfono.
– Sí, lo tengo. Pero… Mamá, por favor, sólo es una periodista que… -Una pausa y después continuó, obviamente enfadada-: Mi madre quiere hablar contigo.
Una mujer de voz agradable, aunque angustiada, se puso al teléfono.
– Hola. Mire, no se moleste, pero preferimos no tener nada que ver con la prensa. Lo siento.
– No se preocupe. Me imagino que lo está pasando mal. Siento mucho lo de su madre.
– Sí, la verdad es que ha sido un día espantoso. Ahora estábamos a punto de salir para el hospital.
– Claro. Bien, no quiero entretenerlas más. Pero pensaba que…
– Lo siento -dijo Helen-. Prefiero no hablar de esto.
Clio estaba intentando concentrarse en un documental sobre naturaleza cuando sonó el teléfono.
– ¿Diga?
– ¿La doctora Scott, por favor?
– Yo misma.
– Hola, doctora Scott, siento mucho importunarla en casa. Me llamo Jocasta Forbes, escribo para el Sketch…
Era en momentos como ése, pensó Clio, cuando la Tierra se movía realmente.
– ¿Has dicho Jocasta? -dijo por fin, sintiendo su propia voz temblorosa y rara-. ¿Jocasta Forbes?
– Sí, eso he dicho. ¿Por qué?
– ¡Dios santo! -exclamó Clio, y de repente tuvo que sentarse-. No es posible. Jocasta. Así que lo has conseguido, lo que dijiste que harías.
– Perdone, pero… ¿nos conocemos?
– Jocasta, soy Clio. Clio Scott. Bueno, Clio Graves, de hecho. Tailandia, hace dieciocho años. Es asombroso. Esto es totalmente asombroso.
– ¡Clio! ¡Dios mío! ¿Cómo estás? Esto es extraordinario…
– Absolutamente extraordinario. Qué raro. Pero ¿por qué me llamas ahora? ¿De dónde has sacado mi número?
– Estoy escribiendo un artículo sobre una de tus pacientes, la señora Bradford.
– ¿Un artículo? ¿Por qué un artículo?
– Según tengo entendido, estuvo en una camilla demasiado tiempo y ahora está bastante enferma. En la UCI. A la prensa le chiflan estas historias. He estado en el hospital, pero su nieta…
– ¿Kate Tarrant?
– Sí. No la conozco todavía, pero me ha dado tu teléfono. Parece una chica de armas tomar. Bueno, eso no importa. ¡Oh, Clio, me encantaría verte! ¿Por qué no hicimos lo que habíamos prometido y nos vimos cuando volvimos a casa, hace tantos años? ¿Puedo ir a verte?
– Espera un momento, Jocasta, por favor. Acaba de llegar mi marido.
– ¡Tu marido! Qué maduro suena eso. Oye, llámame dentro de cinco minutos. ¿Tienes un lápiz? Apunta.
Entró Jeremy, cansado e irritable.
– Había un caos brutal, una mujer ha sufrido una embolia pulmonar, se supone que por haber estado demasiado tiempo en una camilla, ha venido la prensa, un jaleo de lo más estúpido.
– ¿Y cómo está ella?
– Y yo qué sé, Clio. ¿Podemos comer la sopa?
– Sí, sí, claro. Se está calentando. Lo siento, Jeremy, de verdad, pero tendré que volver a salir. El niño con meningitis de esta mañana, su madre sigue muy angustiada, y…
– Dios, cómo me alegraré cuando acabes con esta ridiculez. De acuerdo. No tardes mucho, ¿vale? He tenido un domingo espantoso.
Clio salió de casa discretamente, recorrió unos metros con el coche, paró y llamó a Jocasta.
– Hola. Soy yo. Oye, prefiero no ir al hospital. Cuestiones médicas de protocolo y cosas así. ¿Quedamos en el pub que hay en la calle del hospital? Se llama Dog and Fox.
– Claro. Estoy impaciente.
Clio reconoció a Jocasta de inmediato cuando entró apresuradamente en el pub. Estaba sentada en una mesa junto a la ventana, fumando y leyendo algo. Tenía una botella de vino y dos copas delante. Levantó la cabeza, la vio y sonrió. Se puso de pie, se apartó la melena y fue hacia ella, y en ese preciso momento Clio supo exactamente a quién le había recordado Kate Tarrant.
– No hay muchas novedades, lo siento -dijo la enfermera Campbell sonriendo con paciencia de funcionaría a Helen y a Kate-. Su madre sigue en la Unidad de Cuidados Intensivos, recibiendo los mejores y más avanzados cuidados tecnológicos. Créame, está en buenas manos.
– Puede que ahora sí -dijo Kate-, pero de haberla cuidado como es debido desde el principio, ahora no tendría que estar allí.
– ¡Kate! Lo siento -dijo Helen apaciguadoramente a la enfermera Campbell-. Está muy nerviosa.
– Ya lo veo. -La mirada que lanzó la enfermera Campbell a Kate habría aterrorizado a un espíritu un poco más débil-. Creo que lo mejor que pueden hacer es marcharse a casa y volver por la mañana. Su madre no es muy consciente de nada en este momento y si lo fuera… Si lo fuera, no creo que la actitud de la chica la ayudara mucho. Necesita calma y silencio, no que la alteren.
– Ah, claro, porque eso es lo que ha tenido, ¿no? -exclamó Kate-. ¡No recuerdo mucha calma y silencio en ese asco de Urgencias anoche, con gente vomitando, gritando y cagándose en ese lavabo pestilente!
– ¡Kate, por favor! ¡Cállate! Discúlpela -dijo Helen.
– No se preocupe, señora Tarrant. Estamos acostumbrados a la histeria, se lo aseguro. Insisto en que se vayan a casa.
– ¿No hay ningún sitio aquí donde podamos esperar? -pidió Helen con humildad-. Vivimos muy lejos, ¿sabe?
– Hay una sala para familiares -dijo la enfermera Campbell de mala gana-. En la planta baja. Pero no es demasiado cómoda.
– No sé por qué pero nos lo imaginábamos -dijo Kate-. Venga, mamá, vámonos.
Helen siguió a Kate por el pasillo, demasiado nerviosa y angustiada para volver a reñirla.
– Podría quedarme aquí toda la vida -comentó Jocasta apagando el cigarrillo-. Ni siquiera hemos hablado de nuestros viajes. Sólo dime una cosa, ¿te ceñiste al plan? ¿Acabaste donde querías acabar y todo eso?
– No, qué va. La verdad es que no. A menudo me he preguntado qué haría Martha.
– El otro día oí hablar de ella. Así sin más. Está metida en política, parece. O está a punto de estarlo. En ese nuevo partido. También pensaba localizarla. Oh, no, tengo que irme.
– ¿Qué… qué piensas escribir exactamente? -preguntó Clio.
– Oh, lo de siempre. Cosas lacrimógenas. Historias de horror. La seguridad social falla de nuevo. Otra viejecita en una camilla.
– Jocasta, no es una viejecita ni mucho menos -dijo Clio-. Es una mujer estupenda de sesenta y tantos.
– ¿Ah, sí? Ojalá pudiera conocerla. ¿Crees que podré?
– Imposible, si está en la UCI, no.
– ¿Conoces a la hija?