«¿Cuánto tiempo deberemos soportar esto? -era el emotivo final de su artículo-. ¿Cuántos pacientes más van a morir, cuántas ancianas tendrán que sentirse abandonadas y solas, y en el caso de Jilly Bradford, aguantar empapadas hasta los huesos después de permanecer varias horas bajo la lluvia esperando a la ambulancia? ¿Por qué después le niegan la comodidad de una cama caliente y una taza de té? ¿Cuánto tiempo tendremos que esperar para que alguien tome las riendas de la seguridad social?»
Aparte de ser descrita como una anciana Jilly quedó encantada con el artículo y con su papel estelar en él.
El lunes por la mañana, Clio salió temprano de casa para comprar el Sketch, y se quedó horrorizada con cada palabra. Jocasta había cumplido su promesa, no se mencionaba su nombre, ni siquiera se refería a ella como el médico de familia de la señora Bradford, pero el oprobio que había lanzado sobre el hospital y las citas fuera de contexto de los distintos departamentos la pusieron enferma.
El martes, el tema salía en todos los periódicos, pero el Sketch seguía ganando la carrera por una cabeza con una breve entrevista personal concedida por la señora Bradford, «en un débil susurro», a Jocasta Forbes, contando lo que había pasado, y agradeciendo a su nieta, Kate, que hubiera batallado tan valerosamente por ella y, por supuesto, también a la señorita Forbes, que había ayudado a su hija para que pudiera visitarla en la UCI cuando necesitaba más que nunca el consuelo del contacto personal.
«Creo que fue en ese momento cuando empecé a mejorar.»
Todos los periodistas estaban desesperados por hablar con Kate, que se había convertido en la heroína del momento, y ella estaba desesperada por hablar con ellos, pero Helen se negó de forma rotunda.
El miércoles, el tema estaba moribundo, aparte de un párrafo en la columna de Lynda Lee-Potter en el Daily Mail, que achacaba la situación a la eliminación de la figura de la supervisora y a que ya no se formara a las enfermeras en el propio hospital.
– Bien, esto es para el periódico de mañana -dijo Jocasta-. Te prometo que después de esto te dejaré en paz.
– No, por favor -dijo Kate-. Te echaré mucho de menos. Me ha encantado.
– No sé por qué -dijo Helen con sequedad.
La adoración de Kate por Jocasta le resultaba irritante y fuera de lugar. Desde su punto de vista, Jocasta no había hecho más que causarles problemas. Aquel fin de semana darían el alta a Jilly, pero no podría volver a su casa, sino que tendría que instalarse en la de Helen un par de semanas, aunque fuera de mala gana. Kate estaba feliz.
– Lo pasaremos en grande. Seré la enfermera jefe, te traeré todo el champán que quieras, y montones de vídeos y cosas.
– Oh, Kate -dijo Jilly, acariciándole la mano y mirándola cariñosamente-, ¿qué habría hecho sin ti? Me habría muerto, creo. Bien, Jocasta, he hecho lo que he podido con mis cabellos y Kate me ha traído esta mañanita tan bonita, ¿qué te parece?
– Es preciosa -dijo Jocasta, y lo era de verdad, rosa pálido y con un reborde de muletón.
Kate miró a Jocasta y sonrió.
– ¿Puedo salir yo en una foto?
– Bueno…
– ¡Kate! -dijo Helen-. Ni hablar.
– ¿Por qué? La abuela ha dicho que le he salvado la vida. No sé por qué no puedo salir. Sería genial. A lo mejor me descubre una agencia de modelos.
Ésa era su ambición del momento: ser una supermodelo. Se lo había confiado a Jocasta, que para sus adentros pensó que podía ser muy factible, pero no se lo dijo. Conocía demasiado bien el mundo oscuro, alimentado por las drogas, de la industria de la moda, y no habría animado a Kate a entrar en él por nada del mundo.
– No sé por qué no puede salir en las fotos -dijo Jilly-. Me gustaría mucho. Jocasta, ¿tú qué crees?
– Creo que sería bonito -contestó Jocasta con cautela-. Esa chica tan guapa, que ha batallado por su abuela, daría mucho más interés a las fotos para los lectores.
El fotógrafo preparó la cámara.
– Será una gran foto -dijo a Jocasta, mientras Jilly se arreglaba el pelo por enésima vez y Kate se sentaba en la cama a su lado, rodeando a su abuela con un brazo-. La pondrán en primera página.
– Eso espero. Pero sé rápido, a la madre no le hace gracia y no quiero que se enfade.
– La niña es una preciosidad. ¿Sabes que se parece un poco a ti?
– Ojalá -dijo Jocasta-. Quedarán de maravilla -añadió, cuando salió el fotógrafo-. Las dos estabais impresionantes.
– Muchas gracias -dijo Jilly-, pero lo dudo. Es cuando no estás bien cuando se nota la edad.
– Le prometo que no se notará. Y las arrugas de Kate tampoco saldrán. Las dos estaban muy guapas. Se parece mucho a usted.
– Me encantaría creerlo -dijo Jilly-, pero por desgracia eso es imposible.
– ¿En serio? ¿Por qué?
– Pues verás…
– Mamá -dijo Helen, en un tono de voz muy frío-, ahora no.
Kate estaba mirando a su madre, y después miró a Jocasta y sonrió inmediatamente.
– Te acompaño fuera.
– Bien -dijo Jocasta-. Adiós, señora Bradford, me alegro de que se esté recuperando tan bien.
– Gracias. Y gracias también por su ayuda. Estoy segura de que ha ayudado a muchas otras personas, indirectamente. Si algún día va a Guildford, pase por mi tienda. Caroline B, en High Street.
Kate echaría de menos a Jocasta. Le caía muy bien. No le tenía miedo a nadie, iba a por lo que quería y lo conseguía.
– ¿Sólo hablarás de la abuela? -preguntó-. ¿En el artículo de la foto?
– Oh, no -dijo Jocasta-, habrá que recordarles toda la historia. Cuatro días, que es lo que va entre esta foto y la primera, es mucho tiempo para un periódico. Te mencionaré a ti y todo lo que hiciste.
– ¡Qué bien! ¿Podrías hacer otra cosa? Poner mi nombre entero. Hay tantas Kates que es muy soso.
– De acuerdo -dijo Jocasta sonriendo-. ¿Cuál es tu nombre completo?
– Kate Bianca Tarrant.
– Es un nombre precioso, Bianca.
– Sí. Cuando sea mayor creo que me llamaré así. Tu trabajo debe de ser divertido -dijo Kate soñadoramente-. Podría ser periodista en lugar de modelo.
– Es divertido. Te advierto que hay que hacer mucho trabajo rutinario, aunque eso sucede en todos los trabajos. De hecho creo que servirías -dijo, mirando a Kate con expresión inquisitiva.
– ¡Uau! Pues eso es lo que haré. ¿Me conseguirás un trabajo?
Jocasta rió.
– Por ahora no. Eres un poco joven. Hoy te piden un título.
– ¡Un título! No, gracias. Si no puedo con el instituto.
– Tú misma. A veces cogemos a gente para hacer prácticas. Este verano, cuando tengas vacaciones, si te apetece, podría colarte una semana. No necesariamente conmigo. Quizás en el departamento de moda.
– ¡Uau! ¡Sí! Sería fantástico. No te olvidarás, ¿eh?
– Seguro que no permitirás que lo olvide -dijo Jocasta-. Coge mi tarjeta. Tiene mis teléfonos y mi dirección de correo electrónico.
– Gracias, Jocasta. Te echaré de menos.
– Yo también.
– Perdona a mi madre, por lo de antes. No sé qué le pasa. La verdad, es muy raro, siempre se lo cuenta a todo el mundo. Que soy adoptada.
– ¿Ah, sí? -dijo Jocasta. A Kate no le pareció sorprendida, sólo demostraba un interés educado.
– Sí.
– Parecéis todos muy unidos.
– Sí, nos llevamos bien. La verdad es que con quien me llevo mejor es con la abuela. Es muy divertida. Mi padre está bien, pero es más estricto incluso que mi madre, y tengo una hermana pequeña que es la Señorita Perfecta, lista y estudiosa, con una beca de música en una escuela pija.
– ¿También es adoptada?