– Por supuesto que sabré lo que le gusta, Helen. Trabajo en moda, ¿no te acuerdas?
La invitaba a almuerzos caros en restaurantes de lujo. A Jim no le gustaba nada esa relación pero, como decía Helen, la abuela era alguien con quien Kate podía hablar si lo necesitaba.
– ¿Por qué no puede hablar con nosotros, si se puede saber?
– Hay cosas que ella cree que nos angustiarán, cosas que no quiere contarnos. Mejor mi madre, que ella considera atrevida y algo pilla, que esa estúpida de Sarah.
Jim no se lo discutió. Helen sabía que una de las razones por las que a Jim no le caía bien su madre era su favoritismo hacia Kate en detrimento de Juliet, lo que en sí era bastante ilógico, dado que Juliet era la hija biológica de Helen. Sin embargo también lo era de Jim, y había heredado muchos de sus rasgos. Era una niña muy buena, y extremadamente inteligente y dotada para la música, pero también era silenciosa y tímida, no tenía el encanto inmediato de Kate, y para ella Jilly era un poco amedrentadora.
Uno de los días más maravillosos en la vida de Helen había sido aquel en que la señora Forster, de la agencia de adopciones, la había llamado para decirle que había un bebé que ellos podrían considerar adoptar.
– Es una niña abandonada -había dicho la señora Forster-, de modo que no hay ninguna posibilidad de que pueda devolverse a su familia biológica.
De hecho Helen había leído la historia del bebé en los periódicos. Había sido noticia de primera página.
«Bianca -decía el pie de la foto-. Bautizada así por las enfermeras porque la encontraron en un cuarto de limpieza en el aeropuerto de Heathrow, tiene cinco días.» Seguía diciendo que los servicios sociales esperaban localizar a la madre, que podía necesitar atención médica, y hacían un llamamiento a cualquiera que hubiera notado algo raro en la Terminal 3 del aeropuerto de Heathrow la noche del 16 de agosto para que se pusiera en contacto con la policía.
¿Cómo podía pasar algo así?, le había preguntado a Jim, y cuando la madre de acogida le entregó finalmente a Bianca, Helen se sintió como si en cierto modo ya la conociera. Bianca (pronto convertida en Kate) abrió sus grandes ojos azules (que pronto se volverían marrón oscuro) y la miró, agitando su diminuto puño, y haciendo morritos con la boca, y Helen supo, sin más, que quería pasar el resto de su vida con ella.
En cambio, ése no había sido precisamente el día más feliz de su vida. Intentó afrontar la idea de que aquel ser pequeño y dependiente que de una forma extraña se había convertido en su propia carne, así como en su hija natural, saldría a buscar a la mujer que la había traído al mundo porque la percibía como su madre.
Fuera quien fuera esa mujer, pensó Helen, y fuera como fuera, sin duda ella tenía ganas de matarla.
Capítulo 3
El timbre de la puerta, que no paraba de sonar, interrumpió su profundo sueño. Había pasado una velada larga y tediosa y no había podido acabar el artículo en el que había estado trabajando hasta medianoche. Bajó las escaleras, abrió la puerta y se encontró frente a Josh, despeinado y con un aspecto lamentable.
– ¿Puedo pasar? -dijo-. Beatrice me ha echado.
«Qué raro que no lo haya hecho antes», pensó Jocasta, mientras lo acompañaba hasta el sofá. Josh había tenido su primera aventura un año después de casarse, y seis meses después de nacer su segunda hija, lo había hecho otra vez. Un año después de que pasara lo que él juraba que había sido una sola noche con su secretaria, Beatrice había dicho que la próxima vez sería la última. Ahora había descubierto que hacía cinco meses que tenía una aventura con una inglesa que trabajaba en la oficina de París de Forbes y, cumpliendo su palabra, le había echado literalmente de casa.
– Soy un idiota -repetía Josh-, soy un idiota sin remedio.
– Sí, lo eres -dijo Jocasta, mirando cómo se mesaba los cabellos.
A los treinta y tres años aún conservaba bastantes vestigios del chico guapo que había sido, con el pelo rubio, la frente ancha y los labios carnosos y bien dibujados. Estaba más gordo y tenía un color de piel más rojizo, pero era muy atractivo, y tenía ese encanto de hombre indefenso que no se tomaba en serio a sí mismo que hacía que las mujeres quisieran cuidarle. Todos querían a Josh. No era precisamente ingenioso, pero sí un buen narrador, e iluminaba cualquier habitación o cena, y además tenía ese don social inapreciable de hacer sentirse divertidos a los demás.
Beatrice no era hermosa, pero había mucho en ella que sí lo era. Sus ojos, grandes, oscuros y cálidos (que distraían de una nariz y una mandíbula demasiado grandes), los cabellos, largos, abundantes y brillantes, y las piernas, más largas aún que las de Jocasta e igual de esbeltas. Cuando Beatrice y Josh se conocieron, ella ya tenía buena fama como abogada penalista; Josh caminaba sin rumbo, con el objetivo claro de encargarse algún día de la empresa familiar. Había dejado el derecho antes de terminar la universidad, y en lugar de eso había estudiado filosofía. A continuación había pasado un año intentando entrar en alguna escuela de teatro, pero todas le rechazaron, y al final había acudido a su padre expresando un repentino y asombroso interés por la empresa Forbes.
Peter Forbes le dijo que le permitiría que tuviera una toma de contacto para que viera si le gustaba. La toma de contacto no fue muy suave. El primer día, Josh no recibió el lujoso despacho que esperaba en la oficina de Londres, sino una clase de conducción de camiones elevadores en la fábrica de Slough. Curiosamente había disfrutado bastante durante ese período en la fábrica, pero el período en la oficina que siguió lo mató de aburrimiento. Con frecuencia se fingía enfermo y alargaba más y más la hora del almuerzo en los pubs de Slough. Su padre le dijo que o se lo tomaba en serio o le echaría, y Josh le contestó que le haría feliz si le despedía.
Ése fue el día de la cena en la que conoció a Beatrice.
Menos de un año después se habían casado. La gente nunca acababa de entender su relación, ni por qué funcionaba. La simple verdad era que se necesitaban. Josh necesitaba orden y dirección y Beatrice, que era ordenada y motivada, necesitaba el apoyo emocional y social de un marido, que además tenía mucho dinero, teniendo en cuenta que el derecho penal era una de las especialidades peor pagadas del derecho.
Le atraía mucho Josh, le parecía asombrosamente interesante, y sería muy rico algún día. Josh había descubierto que Beatrice tenía mucha menos confianza en sí misma de la que aparentaba, que tenía un sorprendente apetito sexual y también que era la primera persona que conocía en mucho tiempo que parecía pensar que él podía servir para algo.
– Creo que puedes llegar a hacer grandes cosas en esa empresa -le comentó ella (el lunes por la noche ya había investigado en Internet y había evaluado el potencial de la empresa), y le mandó de vuelta a ver a su padre, para que se disculpara y pidiera que le devolviera el puesto. Un mes más tarde, cuando él estaba trabajando en serio, invitó a Peter Forbes a cenar con ellos. Se cayeron estupendamente el uno al otro.
– Ya veo que es difícil y muy autoritario -dijo después a Josh-, pero es pura energía y empuje. Y me encanta la forma como habla de su empresa, como si fuera alguien de quien estuviera enamorado.
– Es que lo está -dijo Josh, taciturno.
Por su parte Peter Forbes quedó cautivado con el intelecto, la evidente ambición y la intensidad de Beatrice.
Seis meses después Josh fue nombrado subdirector de ventas para el sur de Inglaterra y recibió el tan deseado despacho en Londres, y Beatrice le dijo que creía que debían casarse. A Josh le entró el pánico, y dijo que tal vez algún día, pero que no había ninguna prisa, él estaba contento con el estado actual de las cosas. Beatrice le contestó que en realidad sí la había, porque estaba embarazada.