Siguiendo un impulso, diferente de todo aquello que yo pensaba en esa época, hice un pedido: si algún día consiguiera ser el escritor que quise ser y que ya no quiero más, volveré aquí al cumplir cincuenta años, y traeré dos rosas rojas y una blanca.
Nada más que para recordar el bautismo, compré un retrato de Nhá Chica. Durante la vuelta a Río, el desastre: un ómnibus aparece repentinamente frente a mí, desvío el auto en una fracción de segundo, mi cuñado también logra desviarse, el auto que viene atrás embiste el ómnibus, hay una explosión, varios muertos. Nos detenemos al costado del camino, sin saber qué hacer. Busco un cigarrillo en el bolsillo, y veo el retrato de Nhá Chica. Silencioso en su mensaje de protección.
Allí comenzó mi viaje de regreso a los sueños, a la búsqueda espiritual, a la literatura, y un día me ví de nuevo en el Buen Combate, aquel que uno inicia con el corazón lleno de paz, porque es resultado de un milagro. Nunca me olvidé de las tres rosas. Finalmente, los cincuenta años -que en aquella época parecían tan distantes-terminaron llegando.
Y casi pasan. Durante la Copa del Mundo, fui a Baependi a cumplir mi promesa. Alguien me vió llegar a Caxambú (donde pernocté), y un periodista me vino a entrevistar. Cuando le conté lo que estaba haciendo allí, me pidió:
– Hable sobre Nhá Chica. Su cuerpo fue exhumado esta semana, y el proceso de beatificación está en el Vaticano. Es necesario que la gente dé su testimonio.
– No -dije yo. -Es una historia muy íntima. Sólo hablaría de ella si recibiera una señal.
Y pensé para mí mismo: "¿Y cuál podría ser la tal señal? ¡Si por lo menos alguien hablara en nombre de ella!"
Al día siguiente, tomé el auto, las flores, y fui a Baependi. Me detuve a cierta distancia de la iglesia, recordando al ejecutivo de la casa discográfica que había estado allí tanto tiempo atrás, y las muchas cosas que me habían hecho retornar. Cuando estaba por entrar en la casa, una mujer joven salió de una tienda de ropa:
– Ví que su libro "Maktub" está dedicado a Nhá Chica -dijo ella. -Estoy segura que ella se alegró por eso.
Y no me pidió nada. Pero esa era la señal que estaba esperando. Y éste es el testimonio público que debía rendir.
EL GRECO Y LA LUZ
En una agradable tarde de primavera, un amigo fue a visitar al pintor El Greco. Para su sorpresa, lo encontró en su atelier, con todas las cortinas cerradas.
El Greco trabajaba en un cuadro que tenía como tema principal a la Virgen María, y usaba apenas una vela para iluminar el ambiente. Sorprendido, el amigo le comentó:
– Siempre oí decir que a los pintores les gusta el sol para elegir correctamente los colores que van a usar. ¿Por qué no abres las cortinas?
– Ahora no -respondió El Greco. -Perturbaría la llama brillante de inspiración que me está incendiando el alma, y que llena de luz todo a mi alrededor.
LA VERDADERA IMPORTANCIA
Jean paseaba con su abuelo por una plaza de París. En un determinado momento, vió un zapatero que estaba siendo maltratado por un cliente, cuyo calzado presentaba un defecto. El zapatero escuchó calmadamente el reclamo, pidió disculpas, y prometió enmendar el error.
Pararon a tomar un café en un bistró. En la mesa de al lado, el camarero le pidió a un hombre que corriese un poco la silla, para hacer espacio. El hombre irrumpió en un torrente de quejas, y se negó.
– Nunca olvides lo que has visto -le dijo a Jean su abuelo. -El zapatero aceptó el reclamo, mientras que este hombre junto a nosotros no quiso moverse. Los hombres útiles, los que hacen algo útil, no se incomodan por ser tratados como inútiles. Pero los inútiles siempre se juzgan importantes, y esconden toda su incompetencia detrás de la autoridad.
EN EL AEROPUERTO
Estaba viajando de New York a Chicago, con rumbo a la feria de libros de la American Booksellers Association. De repente, un joven se puso de pie en el pasillo del avión:
– Necesito doce voluntarios -dijo. -Cada uno va a llevar una rosa, cuando aterricemos.
Varias personas levantaron la mano. Yo también lo hice, pero no fui elegido.
Pero de todos modos, decidí acompañar al grupo. Descendimos, el joven señaló a una muchacha en el vestíbulo del aeropuerto de O'Hare. Uno a uno, los pasajeros fueron entregándole sus rosas. Al final, el joven la pidió en matrimonio frente a todos -y ella aceptó.
Un comisario de a bordo me comentó:
– Desde que trabajo aquí, es lo más romántico que ha ocurrido en este aeropuerto.
DE BUDA Y LA VIRGEN MARÍA
El monje vietnamita Thich Nhat Hanh es uno de los más respetados maestros de budismo de occidente.
En un viaje a Sri Lanka, encontró seis niños descalzos. "No eran niños de una favela, sino del campo; mirándolos, ví que formaban parte de la naturaleza que los rodeaba.
Él estaba solo en la playa, y todos corrieron en esa dirección. Como Thich Nhat Hanh no hablaba el idioma, se limitó a abrazarlos, y fue correspondido.
Sin embargo, en un momento dado, recordó una antigua plegaria budista: "Me refugio en Buda". Comenzó a cantarla, y cuatro de los niños hicieron lo mismo, batiendo palmas, y reconociendo un texto que tal vez sus padres les hubiesen enseñado. Thich Nhat Hanh entonces hizo señas a los dos niños que habían permanecido callados. Ellos sonrieron, unieron las palmas de sus manos, y dijeron en pali: "Me refugio en la Vírgen María".
El sonido de la plegaria era el mismo. En aquella playa, aquella tarde, Thich Nhat Hanh cuenta que encontró una armonía y una serenidad que muy pocas veces había experimentado.
LA VIRTUD QUE OFENDE
El abate Pastor paseaba con un monje de Sceta, cuando los invitaron a comer. El dueño de casa, honrado por la presencia de los padres, mandó servir lo mejor que tenía.
Sin embargo, el monje estaba en época de ayuno; cuando la comida llegó, tomó un guisante y lo masticó lentamente. Y no comió nada más.
A la salida, el abate Pastor conversó con éclass="underline"
– Hermano, cuando estés visitando a alguien, no transformes tu santidad en una ofensa. La próxima vez que estés ayunando, no aceptes invitaciones a comer.
El monje entendió lo que el abate Pastor le decía. A partir de ese día, cada vez que estaba con otras personas se comportaba como ellas.
EL CAMINO DE ROMA
Cuando me encontraba haciendo el camino de Roma, uno de los cuatro caminos sagrados de mi tradición mágica, me dí cuenta -después de casi veinte días de estar prácticamente solo-que estaba mucho peor que cuando lo había iniciado. Con la soledad, empecé a tener sentimientos mezquinos, amargos, innobles.
Busqué a la guía del camino, y le comenté este hecho. Dije que, cuando comencé esa peregrinación, creía que iba a poder acercarme a Dios: sin embargo, después de tres semanas, me sentía mucho peor.
– Usted está mejor, no se preocupe -dijo ella. -La verdad, cuando encendemos la luz interior, la primera cosa que vemos son las telas de araña y el polvo, nuestros puntos flacos. Ya estaban allí, sólo que usted no los veía, porque estaba en la oscuridad. Ahora le va a ser más fácil limpiar su alma.
ENSEÑANDO AL CABALLO A VOLAR
Un anciano rey de la India condenó un hombre a la horca. No bien terminó el juicio, el condenado pidió:
– Su Majestad es un hombre sabio, y le gusta saber todo aquello que sus súbditos saben hacer. Respeta a los gurús, a los sabios, a los encantadores de serpientes, a los faquires. Pues bien: cuando era yo un niño, mi abuelo me transmitió la técnica para hacer que un caballo blanco vuele. No existe nadie más en este reino que sepa hacerlo, de modo que mi vida ha de ser preservada.