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Inmediatamente, el rey hizo traer un caballo blanco.

– Necesito quedarme dos años con este animal -dijo el condenado.

– Tendrás tus dos años -repondió el rey, que a esta altura desconfiaba un poco. -Pero si el caballo no aprende a volar, serás ahorcado.

El hombre se fué de allí con el caballo, feliz de la vida. Al llegar a su casa, encontró a toda la familia llorando.

– ¿Pero es que estás loco? -gritaban todos. -¿Desde cuándo alguien en esta casa sabe cómo hacer que un caballo vuele?

– No se preocupen, porque la preocupación nunca ayudó a nadie a resolver sus problemas -respondió él. -Y yo no tengo nada que perder, ¿o es que no lo entienden? Primero, nunca nadie trató de enseñarle a volar a un caballo, y puede ser que aprenda. Segundo, el rey está muy viejo, y puede morir en estos dos años. Tercero, el animal también puede morir, y yo tendría dos años más para entrenar a un nuevo caballo. Eso sin contar la posibilidad de que haya revoluciones, golpes de estado, amnistías generales.

Finalmente, si todo siguiera como hasta ahora, habré ganado dos años de vida, en los que podré hacer todo lo que se me dé la gana: ¿les parece poco?

AHUYENTANDO LOS FANTASMAS

Durante años, Hitoshi trató -inútilmente-de despertar el amor de aquella que creía la mujer de su vida. Pero el destino es irónico: el mismo día que ella finalmente lo aceptó como futuro esposo, también descubrió que padecía una dolencia incurable y que no viviría mucho tiempo.

Seis meses después, ya cerca de la muerte, ella le pidió:

– Quiero que me prometas una cosa: nunca te enamorarás de nuevo. Si lo haces, volveré todas las noches para espantarte.

Y cerró los ojos para siempre. Durante muchos meses, Hitoshi evitó acercarse a otras mujeres, pero el destino siguió siendo irónico, y le descubrió un nuevo amor. Cuando se preparaba para casarse, el fantasma de su ex-amada cumplió su promesa, y se le apareció:

– Me estás traicionando -dijo.

– Durante años te entregué mi corazón, y tú no me correspondiste -respondió Hitoshi. -¿No te parece que merezco una segunda oportunidad de ser feliz?

Pero el fantasma de su ex amada no quiso saber de disculpas, y todas las noches se presentaba para asustarlo. Le contaba en detalle lo que había sucedido durante el día, qué palabras de amor le había dicho a su novia, cuántos besos y abrazos se habían dado.

Hitoshi ya no podía dormir más, y fue a buscar a Bashó, el maestro zen.

– Es un fantasma muy hábil -le dijo Bashó.

– ¡Sabe todo, hasta los menores detalles! Y está llevando mi noviazgo a su fin, porque no consigo dormir, y en los momentos de intimidad con mi amada, siento vergüenza.

– Vamos a ahuyentar a este fantasma -le aseguró Bashó.

Aquella noche, cuando el fantasma regresó, Hitoshi lo interrumpió antes de que dijera la primera frase.

– Tú eres un fantasma tan sabio, que vamos a hacer un trato. Como me vigilas todo el tiempo, voy a preguntarte algo que hice hoy; si aciertas, dejo a mi novia y nunca más miraré a mujer alguna. Si te equivocas, tienes que prometerme que no volverás a aparecerte, so pena de ser condenado por los dioses a vagar para siempre en la oscuridad.

– De acuerdo -respondió el fantasma, confiado.

– Esta tarde, estuve en el mercado, y en determinado momento tomé un puñado de granos de trigo de una bolsa.

– Lo ví -dijo el fantasma.

– La pregunta es la siguiente: ¿cuántos granos de trigo tomé?

El fantasma, en ese mismo momento, cayó en la cuenta que no conseguiría jamás responder a la pregunta. Para evitar ser perseguido por los dioses en la oscuridad eterna, desapareció para siempre.

Dos días después, Hitoshi se acercó a la casa del maestro zen.

– Vine a agradecerle.

– Aprovecha para aprender las lecciones que formaron parte de esta experiencia tuya -le respondió Bashó.

"En primer lugar, ese espíritu regresaba siempre porque tú le tenías miedo. Si quieres ahuyentar una maldición, no le des ninguna importancia.

"Segundo: el fantasma sacaba provecho de tu sentimiento de culpa: cuando nos sentimos culpables, siempre deseamos -inconcientemente-que nos castiguen.

"Y finalmente: nadie que realmente te amase te habría obligado a hacer este tipo de promesa. Si tú quiere entender el amor, aprende de la libertad".

EN MEDIO DE LOS INOCENTES

El sabio rey Weng quiso visitar la prisión de su palacio. Y comenzó a escuchar las quejas de los presos:

– Soy inocente -decía un acusado de homicidio. -Terminé aquí porque quise asustar a mi mujer y sin querer la maté.

– Me acusaron de soborno -dijo otro. -Pero todo lo que hice fue aceptar un regalo que me ofrecieron.

Todos los presos clamaban su inocencia al rey Weng. Hasta que uno de ellos, un joven de poco más de veinte aÑos, dijo:

– Soy culpable. Herí a mi hermano en una pelea y merezco el castigo. Este lugar me ha hecho reflexionar sobre el mal que causé.

– ¡Expulsen a este criminal de la prisión de inmediato! -gritó el rey Weng. -¡Con tantos inocentes aquí, va a terminar por corromperlos!

ESTOY AQUÍ DE PASO

En el siglo pasado, un turista americano fue a El Cairo a visitar al famoso rabino polaco Hafez Ayim. El turista se quedó sorprendido al ver que el rabino habitaba en un cuarto sencillo, lleno de libros, y en el cual los únicos muebles eran una mesa y un banco.

– Rabi, ¿dónde están los muebles? -preguntó el turista.

– ¿Y dónde están los suyos? -le retrucó Hafez.

– ¿Los míos? ¡Pero si yo estoy aquí de paso!

– Yo también -dijo el rabino

LA MUJER QUE PEDÍA

Mi mujer y yo la encontramos en la esquina de la calle Constante Ramos, en Copacabana. Tenía aproximadamente sesenta años y estaba en una silla de ruedas, perdida en medio de la multitud. Mi mujer se ofreció para ayudarla: ella aceptó, y pidió que la lleváramos hasta la calle Santa Clara.

De la silla de ruedas colgaban algunas bolsas de plástico. En el camino, nos contó que ésas eran todas sus pertenencias; dormía bajo los toldos y vivía de la caridad ajena.

Llegamos al lugar indicado; allí estaban reunidos otros mendigos. La mujer sacó de las bosas de plástico dos paquetes de leche larga vida, y los distribuyó entre el grupo.

– Hacen caridad conmigo, preciso es hacer caridad con los demás -nos comentó.

YO SÓLO QUERÍA ENCONTRAR A DIOS

El hombre llegó exhausto al monasterio.

– Estoy buscando a Dios hace mucho tiempo -dijo. -Tal vez usted pueda enseñarme la manera correcta de encontrarlo.

– Pase a ver nuestro convento -dijo el padre, tomándolo de la mano y conduciéndolo hacia la capilla. -Aquí están las más hermosas obras de arte del siglo XVI, que muestran la vida del Señor y de Su gloria junto a los hombres.

El hombre aguardó, mientras el padre explicaba cada una de las bellas pinturas y esculturas que adornaban la capilla. Al final, repitió la pregunta:

– Muy bonito todo lo que ví. Pero me gustaría aprender la manera más correcta de encontrar a Dios.

– ¡Dios! -respondió el padre. -Dice usted muy bien, ¡Dios!

Y llevó al hombre hasta el refectorio, donde se estaba preparando la comida de los monjes.

– Mire a su alrededor: dentro de poco se servirá la comida, y está usted invitado a comer con nosotros. Podrá escuchar la lectura de las Escrituras, mientras sacia su apetito.

– No tengo hambre, y ya leí todas las Escrituras -insistió el hombre. -Quiero aprender. Vine hasta aquí para encontrar a Dios.