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Elías, un hechicero muy conocido entre los indios yaquis, daba su paseo vespertino cuando encontró a Julián tirado en el campo; sangraba por la boca, y la hemorragia era tan intensa, que Elías -que era capaz de ver el mundo espiritual-percibió que la muerte del pobre actor ya estaba próxima.

Usando algunas hierbas que llevaba en la bolsa, consiguió detener la hemorragia. Después, se volvió hacia Julián:

– No puedo curarlo -dijo. -Todo lo que podía hacer ya lo hice. Su muerte está próxima.

– No quiero morir, soy joven -respondió Julián.

Elías, como todo nagual, estaba más interesado en comportarse como un guerrero -concentrando su energía en la batalla de su vida-que ayudando a alguien que nunca había mostrado respeto por el milagro de la existencia. Sin embargo, sin lograr explicarse porqué, decidió acceder a su pedido.

– Vaya a las cinco de la madrugada para las montañas -dijo. -Espéreme a la salida del poblado. No falte. Si usted no viene, va a morir antes de lo que piensa: su único recurso es aceptar mi invitación. Nunca podré reparar el daño que usted ya hizo a su cuerpo, pero puedo detener su avance hacia el precipicio de la muerte. Todos los seres humanos caen en este abismo, más pronto o más temprano; usted está a pocos pasos de él, y no puedo hacerlo retroceder.

– ¿Qué puede hacer entonces?

– Puedo hacer que camine por el borde del abismo. Voy a desviar sus pasos para que usted siga por la enorme extensión de esta margen entre la vida y la muerte; puede ir a derecha e izquierda, pero mientras que no caiga en él, podrá continuar vivo.

El nagual Elías no esperaba gran cosa del actor, un hombre prejuicioso, libertino, y cobarde. Se quedó sorprendido cuando a las cinco de la mañana del día siguiente, lo encontró esperando en uno de las salidas del pueblito. Lo llevó para las montañas, le enseñó los secretos de los antiguos naguales mexicanos, y con el tiempo Julián Osorio se transformó en uno de los más respetados hechiceros yaquis. Nunca se curó de la tuberculosis, pero vivió hasta los ciento siete años, siempre caminando por el borde del abismo.

Cuando llegó el momento indicado, comenzó a aceptar discípulos, y tuvo a su cargo el entrenamiento de Don Juan Matus, quien a su vez le enseñó las antiguas tradiciones a Carlos Castaneda. Castaneda, con su serie de libros, terminó por hacer conocer estas tradiciones en el mundo entero.

Una tarde, conversando con otra discípula de Don Juan, Florinda, ella comentó:

– Es importante para todos nosotros tener en cuenta el camino del nagual Julián al borde del abismo. Nos hace entender que todos tenemos una segunda oportunidad, aún cuando estemos muy cerca de desistir.

Castaneda estuvo de acuerdo: examinar el camino de Julián significaba entender su extraordinaria lucha para mantenerse vivo. Entender que esta lucha se libraba segundo a segundo, sin ningún descanso, contra los malos hábitos y la autocompasión. No se trataba de una batalla esporádica, sino de un esfuerzo disciplinado y constante para mantener el equilibrio; cualquier distracción o momento de debilidad podría arrojarlo al abismo de la muerte.

Sólo había una manera de vencer las tentaciones de su antigua vida: enfocar toda su atención en el borde del abismo, concentrarse en cada paso, mantener la calma, no tener apego a nada más allá del momento presente.

O sea, el tipo de camino que todo ser humano tiene que recorrer; el problema es que nadie se da cuenta de que está siempre al borde del abismo.

EL QUE MÁS SE PREOCUPABA

El autor Leo Buscaglia cierta vez fue invitado a actuar de jurado en un concurso escolar, cuyo tema era: "el niño que más se preocupa por los demás".

El vencedor fue un niño cuyo vecino -un señor de más de ochenta años-acababa de quedar viudo. Al ver al anciano en su huerta, llorando, el niño saltó la cerca, se sentó en su regazo, y allí se quedó por largo tiempo.

Cuando volvió a su casa, la madre le preguntó qué le había dicho al pobre hombre.

– Nada -dijo el niño. -El ha perdido a su esposa y eso debe haberle dolido mucho. Yo fui solamente a ayudarlo a llorar.

EL JARRÓN DE PORCELANA Y LA ROSA

El Gran Maestro y el Guardián compartían la administración de un monasterio zen. Cierto día, el Guardián murió y fue necesario sustituirlo.

El Gran Maestro reunió a todos los discípulos para elegir quién tendría el honor de trabajar directamente a su lado.

– Voy a presentarles un problema -dijo el Gran Maestro. -Y aquél que lo resuelva primero será el nuevo Guardián del templo

Terminado su cortísimo discurso, colocó un banquito en el centro del salón. Sobre éste puso un jarrón de porcelana carísimo, con una rosa roja para adornarlo.

– He aquí el problema -dijo el Gran Maestro.

Los discípulos contemplaron, perplejos, lo que tenían delante: los diseños sofisticados y raros de la porcelana, la frescura y la elegancia de la flor. ¿Qué representaba todo eso? ¿Qué debían hacer? ¿Cuál sería el enigma?

Después de algunos minutos, uno de los discípulos se puso de pie, y miró a su vez al Maestro y a los alumnos. Después, caminó resueltamente hacia el jarrón, y lo arrojó contra el suelo, destruyéndolo.

– Tú serás el nuevo Guardián -le dijo el Gran Maestro al alumno.

Cuando éste volvió a su lugar, explicó:

– Yo fui muy claro: les dije que ustedes estaban ante un problema. Sin importar lo bello o fascinante que pueda ser, un problema tiene que ser eliminado.

"Un problema es un problema; puede ser un jarrón de porcelana, un lindo amor que ya perdió su sentido, un camino que ha de ser dejado de lado -pero que insistimos en recorrer porque nos reconforta.

"Sólo hay una manera de lidiar con un problema: atacándolo de frente. En esos momentos, no se puede tener piedad, ni dejarse tentar por el lado fascinante que todo conflicto carga consigo".

ALGUNOS PROVERBIOS DE SABIDURÍA JUDAICA, ORGANIZADOS POR ARNALDO NISKIER

Dientes: si no puedes morder, es mejor no mostrar los dientes.

Aprender: aprendí mucho con mis maestros, más con mis compañeros, y más todavía con mis alumnos.

Águila: un águila no caza moscas.

Bendición: las bendiciones son bendiciones para aquel que bendice, y las maldiciones son maldiciones para aquel que maldice.

Contenido: no mires la jarra sino lo que ésta contiene. Hay jarras nuevas que contienen vino viejo y delicioso, y hay jarras viejas que ni siquiera contienen vino nuevo.

Elogio: cuando uno vive lo bastante, es acusado de cosas que nunca hizo y elogiado por virtudes que nunca tuvo.

Generación: bienaventurada la generación en la cual lo grande aprende de lo pequeño.

Honra: no es el lugar el que honra al hombre, sino el hombre quien honra al lugar.

Calumnia: la lengua que calumnia mata a tres personas al mismo tiempo: a aquel que profiere la calumnia, a aquel que la escucha, y a aquella persona de la cual se habla.

EL VIEJO QUE CONFUNDÍA TODO

G.I. Gurdjeff fue una de las personalidades más intrigantes de este siglo. Bastante conocido en los círculos que estudian ocultismo, todavía permanece ignorado como un importante estudioso de la psicología humana.

La historia que sigue ocurre cuando él, ya viviendo en París, creó su famoso Instituto para el desarrollo del hombre.

Las clases eran siempre muy concurridas. Pero entre los alumnos había un viejo -siempre de mal humor-que no paraba de criticar lo que allí se enseñaba. Decía que Gurdjeff era un charlatán, que sus métodos carecían de base científica, y que el hecho de considerarse un "mago" nada tenía que ver con su verdadera condición. Los alumnos se sentían molestos con la presencia de aquel viejo, pero a Gurdjeff parecía no importarle.