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– Oí decir que el señor tiene una corneta que ahuyenta a los tigres -dijo el joven. -Sucede, sin embargo, que no existen tigres en nuestro país.

Ahí mismo el hombre convocó a todos los habitantes de la aldea, y le pidió al muchacho que repitiera lo que acababa de decir.

– ¿Escucharon bien lo que dijo? -gritó el hombre, una vez que el joven hubo terminado. -¡Ésta es la prueba irrefutable del poder de mi corneta!

EL PEZ QUE SALVÓ UNA VIDA

Nasrudin pasa frente a una gruta, vé un yogui meditando, y le pregunta qué es lo que busca.

– Contemplo a los animales, y aprendo de ellos muchas lecciones que pueden transformar la vida de un hombre -dice el yogui.

– Pues un pez ya salvó mi vida -respondió Nasrudin. -Si usted me enseña todo lo que sabe, yo le cuento como fue.

El yogui se sobresaltó: sólo un santo podía haber salvado su vida gracias un pez. Y decidió enseñarle todo lo que sabía.

Cuando terminó, le dijo a Nasrudin:

– Ahora que te enseñé todo, me sentiría orgulloso de saber cómo es que un pez salvó tu vida.

– Es simple -respondió Nasrudin. -Yo estaba casi muriendo de hambre cuando lo pesqué, y gracias a él pude sobrevivir tres días.

LA DERROTA EN EL EVEREST

Edmund Hillary fue el primer hombre en subir al Everest, la montaña más alta del mundo. Su acción coincidió con la coronación de la Reina Elizabeth, a quien dedicó la conquista y de quien recibió el título de "Sir".

Un año antes Hillary ya había intentado la escalada y había fracasado por completo. Así y todo, los ingleses reconocieron su esfuerzo y lo invitaron a hablar ante una numerosa concurrencia.

Hillary comenzó a relatar sus dificultades, y a pesar de los aplausos, decía sentirse frustrado e incapaz. Sin embargo, en un momento dado, dejó el micrófono, cayó en la cuenta de la talla de su empresa y gritó:

– ¡Monte Everest, me has vencido esta primera vez. Pero te conquistaré el próximo año, por una razón muy simple: tú ya has llegado al máximo de tu estatura, mientras que yo todavía estoy creciendo!

EL PRECIO DE LA PREGUNTA

El rabino vivía enseñando que las respuestas están dentro de nosotros mismos. Pero sus fieles insistían en consultarlo acerca de todo lo que hacían.

Un día, el rabino tuvo una idea: colocó un cartel en la puerta de su casa, y escribió:

RESPONDO CADA PREGUNTA POR 100 MONEDAS

Un comerciante decidió pagar. Le dio el dinero al rabino, mientras comentaba:

– ¿No le parece que es un poco caro cobrar tanto por una pregunta?

– Me parece -dijo el rabino. -Y acabo de responderla. Si quieres saber más, tendrás que pagar otras cien monedas. O busca la respuesta dentro de tí mismo, que es más barato y más eficaz.

A partir de ese día, nunca más lo molestaron.

LA ESENCIA DEL PERDÓN

Uno de los soldados de Napoleón cometió un crimen -la historia no cuenta cuál-y fue condenado a muerte.

En la víspera del fusilamiento, la madre del soldado fue a implorar para que la vida de su hijo fuese preservada.

– Señora mía, lo que su hijo ha hecho no merece clemencia.

– Lo sé -dijo la madre. -Si la mereciera, no sería realmente un perdón. Perdonar es la capacidad de ir más allá de la venganza o de la justicia.

Al escuchar estas palabras, Napoleón conmutó la pena de muerte por el exilio.

EL PRESENTE DE INSULTOS

Cerca de Tokyo vivía un gran samurai, muy anciano, que se dedicaba a enseñar el budismo zen a los jóvenes. A pesar de sus años, circulaba la leyenda que todavía era capaz de derrotar a cualquier adversario.

Cierta tarde, un guerrero -conocido por su total falta de escrúpulos-apareció por allí. Era famoso por utilizar la técnica de la provocación: esperaba que su adversario hiciera el primer movimiento, y, dotado de una inteligencia privilegiada para aprovecharse de los errores cometidos, contraatacaba con velocidad fulminante.

El joven e impaciente guerrero jamás había perdido un combate. Conociendo la reputación del samurai, estaba allí para derrotarlo, y hacer crecer su fama.

Todos los estudiantes se manifestaron contra la idea, pero el viejo aceptó el desafío.

Fueron todos a la plaza de la ciudad, y el joven comenzó a insultar al viejo maestro. Arrojó algunas piedras en su dirección, le escupió el rostro, le gritó todos los insultos que conocía -y que ofendían incluso a sus antepasados. Durante horas hizo todo para provocarlo, pero el viejo permanecía impasible. Hacia el final de la tarde, sintiéndose exhausto y humillado, el impetuoso guerrero se retiró.

Molestos por el hecho de que el maestro aceptara tantos insultos y provocaciones, los alumnos preguntaron:

– ¿Cómo pudo soportar tanta indignidad? Por qué no usó su espada, aun sabiendo que podía perder la lucha, en vez de actuar como un cobarde delante de todos nosotros?

– Si alguien llega hasta tí con un presente, y tú no lo aceptas, ¿a quién le pertenece el presente? -preguntó el samurai.

– A quien trató de entregarlo -respondió uno de los discípulos.

– Es lo mismo con la envidia, la rabia, y los insultos -dijo el maestro. -Cuando no se los acepta, le continúan perteneciendo a quien los trae consigo.

LA EXPERIENCIA Y EL GESTO

Me encuentro con Colin Wilson, hoy un autor inglés consagrado, en el festival de Melbourne, Australia. Conociendo el tema de mi libro, me recuerda un texto que escribió, en el cual relata su intento de suicidio a los 16 años:

"Entré en el laboratorio de química de la escuela y tomé el frasco de veneno. Lo puse en una copa delante de mí, lo miré largo rato, reparé en el color, e imaginé el gusto que tal vez tuviera. Entonces acerqué el líquido a mi rostro y sentí su olor; en ese momento, mi mente dio un salto hacia el futuro -y pude sentirlo quemando mi garganta, abriendo un agujero en mi estómago.

"Permanecí unos momentos sosteniendo la copa en mis manos, saboreando la posibilidad de la muerte, hasta que pensé para mis adentros: si soy valiente para matarme de esta forma tan dolorosa, también soy valiente para seguir viviendo".

DÓNDE RESIDE DIOS

El gran rabino Yitzahk Meir, cuando todavía estudiaba las tradiciones de su pueblo, oyó que uno de sus amigos le dijo, en tono de broma:

– Yo le doy una moneda si usted logra decirme dónde vive Dios.

– Y yo le daré dos monedas, si usted logra decirme dónde no vive Dios -le respondió Meir.

LA GUERRERA Y EL NIÑO

Cuenta la leyenda que yendo en dirección a Poitiers con su ejército, Juana de Arco encontró -en el medio del camino-un niño que jugaba con tierra y ramas secas.

– ¿Qué es lo que haces? -preguntó Juana de Arco.

– ¿No ves? -respondió el niño. -Esto es una ciudad.

– Muy bien -dijo ella. -Ahora, por favor, sal del medio del camino, que necesito pasar con mis hombres.

El niño se levantó, irritado, y se puso delante de ella.

– Una ciudad no se mueve. Un ejército puede destruirla, pero no se moverá de su lugar.

Sonriendo ante la determinación del muchacho, Juana de Arco le ordenó a su ejército que saliese del camino y que pasase por el costado de la "construcción".

MIRANDO PARA OTRO LADO

Le pregunto a Masao Masuda cómo es que los japoneses lograron conquistar determinados mercados, que antes eran dominados por los americanos.

– Muy simple: los americanos tienen una idea, se encierran en una sala a investigar, toman decisiones, y gastan una energía inmensa en probar que tienen razón.

"Nosotros no le queremos probar nada a nadie: dejamos que cada ser humano manifieste sus necesidades, y procuramos satisfacerlas. El resultado práctico es que cada uno termina comprando aquello que ya deseaba antes.