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Hizo otra pausa más, y el herrero terminó:

– Sé que Dios me está colocando en el fuego de las aflicciones. Acepto los martillazos que la vida me da, y a veces me siento tan frío en insensible como el agua que hace sufrir al acero. Pero la única cosa que pienso es: "Dios mío, no desistas, hasta que yo consiga tomar la forma que Tú esperas de mí. Inténtalo de la manera que te parezca mejor, por el tiempo que quieras -pero nunca me pongas en la montaña de fierro viejo de las almas."

LA LEY Y LAS FRUTAS

En el desierto, las frutas eran raras. Dios llamó a uno de sus profetas y le dijo:

– Cada persona puede comer una sola fruta por día.

La costumbre fue obedecida por generaciones, y la ecología del lugar se preservó. Como las frutas que sobraban daban simiente, otros árboles nacieron. En corto tiempo, toda la región se transformó en un suelo fértil, envidiado por las otras ciudades.

El pueblo, sin embargo, continuaba comiendo una fruta por día, fiel a la recomendación que a un antiguo profeta le habían transmitido sus ancestros. Más aún, no dejaban que los habitantes de otras aldeas aprovecharan las abundantes cosechas que se daban todos los años.

El resultado era uno: la fruta quedaba podrida en el suelo.

Dios llamó a un nuevo profeta y le dijo:

– Deja que coman toda la fruta que quieran. Y haz que compartan las cosechas con sus vecinos.

El profeta volvió a la ciudad con el nuevo mensaje. Pero terminó siendo apedreado, puesto que la costumbre había arraigado en el corazón y la mente de cada uno de los habitantes.

Con el tiempo, los jóvenes de la aldea comenzaron a cuestionar esa costumbre bárbara. Pero como la tradición de los más viejos era intocable, resolvieron apartarse de la religión. Así podían comer cuanta fruta quisieran y dar la que sobraba a los que necesitaban alimentos.

En la iglesia del lugar sólo quedaron los que se consideraban santos. Aunque, la verdad, no eran más que personas incapaces de percibir que el mundo se transforma y que debemos transformarnos con él.

LEONARDO BUSCA SUS MODELOS

Al concebir su famoso fresco "La última cena", Leonardo da Vinci se encontró con una gran dificultad: necesitaba pintar el Bien -en la imagen de Jesús-y el Mal -en la figura de Judas. Decidió salir a buscar por Milán los modelos que representaran a ambos.

Cierto día, mientras asistía a un coro, vió en uno de los jovencitos la imagen ideal de Cristo. Le invitó a su atelier, y reprodujo sus rasgos en estudios y bocetos. Antes que el joven se fuera, le mostró la idea del fresco, y lo elogió por representar tan bien el rostro de Jesús.

Pasaron tres años. La "Santa Cena", que adornaba una de las iglesias más conocidas de la ciudad, estaba casi lista -pero Da Vinci todavía no había encontrado el modelo ideal para Judas.

El cardenal, responsable de la iglesia, comenzó a presionar a Da Vinci, y a exigirle que terminara pronto su trabajo.

Después de muchos días de buscar, el pintor encontró un joven prematuramente envejecido, desarrapado, borracho, tirado en una alcantarilla. Con dificultad, pidió a sus asistentes que lo llevaran a la iglesia, pues ya no le quedaba tiempo para hacer esbozos.

El mendigo fue cargado hasta allí, sin entender muy bien lo que estaba pasando: los asistentes lo mantuvieron de pie, mientras Da Vinci reproducía los rasgos de la impiedad, del pecado, del egoísmo, tan bien delineados en ese rostro.

Cuando terminó el trabajo, el mendigo -ya un poco repuesto de su resaca-abrió los ojos y vio el fresco frente a él. Y dijo, con una mezcla de espanto y tristeza:

– ¡Yo ya ví este cuadro antes!

– ¿Cuándo? -preguntó sorprendido Da Vinci.

– Tres años atrás, antes de perder todo lo que tenía. En la época en que yo cantaba en un coro, y el artista me invitó a posar como modelo para el rostro de Jesús.

CONFUCIO Y EL GOBIERNO

Zizhang buscó a Confucio por toda China. El país atravesaba un momento de gran convulsión social, y él temía un derramamiento de sangre.

Encontró al maestro junto a una higuera, meditando.

– Maestro, precisamos urgentemente su presencia en el gobierno -dijo Zizhang. -Estamos al borde del caos.

Confucio continuó meditando.

– Maestro, nos enseñaste que no podemos quedarnos al margen -continuó Zizhang. -Dijiste que somos responsables del mundo.

– Estoy rezando por el país -respondió Confucio. -Después iré a ayudar a un hombre en la esquina. Haciendo lo que está a nuestro alcance beneficiamos a todos. Si únicamente tratamos de tener ideas que salven al mundo, no nos ayudaremos ni a nosotros mismos. Existen mil maneras de hacer política: no se necesita ser parte del gobierno.

EL LENGUAJE DEL ASNO

El sabio Saadi de Xiras caminaba por una calle con su discípulo, cuando vió a un hombre tratando de hacer que su asno se moviera.

Como el animal se rehusaba a moverse de ese lugar, el hombre comenzó a insultarlo con las peores palabras que conocía.

– No seas tonto -le dijo Xiras. -El burro jamás entenderá tu lenguaje. Lo mejor será que te calmes y aprendas el lenguaje de él.

Y apartándose, le comentó a su discípulo:

– Para pelearse con un burro, hay que ser tan burro como él.

LORD MENUHIN Y LOS OPUESTOS

Davos, Suiza, Enero de 1999 -Después de un día extenuante en el World Economic Forum, recibo un recado en mi hotel. Lord Menuhin -quien también está en Davos para una serie de conferencias-desea conversar conmigo. Mi primera reacción es de incredulidad: "¿Lord Menuhin? ¿El más importante músico erudito de este siglo? Tal vez me confunda con otra persona."

Devuelvo el llamado, y el propio Menuhin atiende el teléfono. Me invita a ir a su concierto; al final, me muestra un libro mío que le había sido entregado por su secretaria (para mi sorpresa, no era El Alquimista), y que había despertado su curiosidad por mi trabajo.

En los tres días que siguieron -hasta el final del Forum-tengo el raro privilegio de conversar, almorzar, convivir con él. Discutimos un proyecto importante para fines de 1999, con el objetivo de entrar al próximo milenio con esperanza, pero también con plena conciencia de los errores del pasado.

Menos de un mes después tuvo lugar el concierto en Berlín, el fulminante ataque al corazón, y la muerte de este joven de ochenta y tres años, cuyo violín Einstein tuvo el privilegio de escuchar, y que fue el primer judío que tocó en la Alemania de la posguerra, porque entendió que la única salida para el mundo era tratar de superar las heridas con alegría y entusiasmo. Lord Menuhin será recordado no sólo como uno de los más grandes músicos de la humanidad, sino también como alguien profundamente comprometido con el ser humano, la justicia social, la dignidad que tanto necesitan las personas que hoy quieren controlar nuestro destino.

En uno de estos almuerzos en Davos, Lord Menuhin me colocó frente a frente con un brillante científico francés y una (no tan brillante) terapeuta americana. El científico era un ateo convencido, lo que provocó una discusión apasionada acerca de la existencia de Dios -la cual Menuhin, un hombre religioso, presenciaba con una sonrisa. Al final, cuando se serenaron los ánimos, Lord Menuhin habló de la necesidad de luchar siempre contra las injusticias, pero también siempre manteniendo el respeto por las opiniones contrarias. Y todos escuchamos esta deliciosa historia judaica:

"Cuando estaba en su lecho de muerte, Jacobo llamó a Sara, su mujer:

– Querida Sara, quiero hacer mi testamento. Voy a dejarle a mi primogénito Abraham la mitad de mi herencia. Al final de cuentas, él es un hombre de fé.

– ¡No lo hagas, Jacobo! Abraham no necesita de tanto dinero, ya tiene su empleo, su compañía, y asimismo tiene fé en nuestra religión. Dejala para Isaac, que está viviendo muchos conflictos existenciales acerca de la realidad de Dios, y que todavía no tiene nada en la vida.