– Está bien, se la dejaré a Isaac. Y Abraham se quedará con mis acciones.
– ¡Ya te dije, mi adorado Jacobo, que Abraham no necesita nada! Yo me quedo con las acciones, y podré ser de ayuda para cualquiera de nuestros hijos, si algun día lo necesitaran.
– Tienes razón, Sara. Hablemos entonces de nuestras propiedades en Israel. Considero que debo dejárselas a Deborah.
– ¿Deborah? Pero has enloquecido, Jacobo. Ella ya tiene propiedades en Israel, ¿quieres que se transforme en una mujer de negocios, y termine arruinando su matrimonio? ¡Creo que nuestra hija Michele es la que necesita más ayuda!
Jacobo, haciendo acopio de sus últimas energías, se levantó, indignado:
– Mi querida Sarah, tú has sido una excelente esposa, una excelente madre, y sé que quieres lo mejor para cada uno de sus hijos. ¡Pero por favor, respeta mis puntos de vista! Al final de cuentas, ¿quién es que se está muriendo? ¿Tú o yo?
CONFUCIO Y LOS PROFESORES
Poco se conoce acerca de la vida del filósofo chino Confucio; se cree que vivió entre los años 551-479 A.C. Algunas de sus obras se le atribuyen a él, otras fueron compiladas por sus discípulos. En uno de estos textos, "Conversaciones Familiares", aparece un interesante diálogo que tiene que ver con el aprendizaje.
Confucio se sentó a descansar, y sus alumnos comenzaron a hacerle preguntas. Ese día, el Maestro estaba bien dispuesto, y decidió responder.
– Usted consigue explicar todo lo que quiere. ¿Por qué no se acerca al emperador y habla con él?
– El emperador también hace bellos discursos -dijo Confucio. -Y los bellos discursos no son más que una cuestión de técnica; en sí mismos, no son portadores de la Virtud.
– Entonces envíele su libro Poemas.
– Los trescientos poemas allí escritos se pueden resumir en una sola frase: piense correctamente. Éste es el secreto.
– ¿Y qué es pensar correctamente?
– Es saber usar la mente y el corazón, la disciplina y la emoción. Cuando se desea una cosa, la vida nos guiará hacia ella, pero por caminos que no esperamos. Muchas veces nos dejamos confundir, porque estos caminos nos sorprenden -y entonces creemos que estamos yendo en dirección equivocada. Por eso digo: déjense llevar por la emoción, pero practiquen la disciplina de seguir adelante.
– ¿Usted hizo eso?
– A los quince años, comencé a aprender. A los treinta, tuve la certeza de lo que deseaba. A los cuarenta, volvieron las dudas. A los cincuenta años, descubrí que el Cielo tiene un designio para mí y para cada hombre sobre la faz de la Tierra. A los sesenta, comprendí este designio y encontré la tranquilidad para cumplirlo. Ahora, a los setenta años, puedo escuchar a mi corazón, sin que éste me haga salir del camino.
– Entonces, qué lo hace diferente de los otros hombres que también aceptan la voluntad del cielo?
– Yo trato de compartirla con ustedes. Y aquel que consigue discutir una verdad antigua con una generación nueva, debe usar su capacidad para enseñar. Ésta es mi única cualidad: ser un buen profesor.
– ¿Y cómo es un buen profesor?
– El que revisa todo lo que enseña. Las ideas antiguas no pueden esclavizar al hombre, porque ellas se adaptan, y toman nuevas formas. Entonces, tomemos la riqueza filosófica del pasado, sin olvidar los desafíos que el mundo de hoy propone.
– ¿Y qué es un buen alumno?
– Aquel que escucha lo que digo, pero que adapta mis enseñanzas a su vida, y nunca las sigue al pie de la letra. Aquel que no busca un empleo sino un trabajo que lo dignifique. Aquel que no busca hacerse notar, pero sí en cambio hacer algo notable.
DOS GRANDES PINTORES SE ENCUENTRAN
Desde joven, el pintor Henri Matisse acostumbraba visitar semanalmente al gran Renoir en su atelier. Cuando Renoir fue atacado por la artritis, Matisse comenzó a visitarlo a diario llevándole alimentos, pinceles, pinturas, pero siempre tratando de convencer al maestro de que estaba trabajando demasiado, y que necesitaba descansar un poco.
Cierto día, notando que cada pincelada hacía que Renoir gimiera de dolor, Matisse no pudo contenerse:
– Gran maestro, su obra ya es vasta e importante. ¿Por qué continúa torturándose de esta manera?
– Muy simple -respondió Renoir. -La belleza permanece; el dolor termina pasando.
EL HILO Y LA AGUJA
Una pequeña historia adaptada de un cuento de Machado de Assis:
La aguja pasa por varios estados hasta entender su función: el calor abrasador de la metalurgia, el frío intenso del agua en que la enfrían, el peso aplastante de la prensa que la hace adquirir su forma ideal.
A partir de ahí, necesita estar siempre rígida, brillante y afilada. Después de todo este aprendizaje, ella encuentra su razón de vivir: el hilo.
Y hace lo posible por ayudarlo: se enfrenta con los tejidos más resistentes, abre huecos en los lugares exactos. Pero, cuando termina su trabajo, la misteriosa mano de la costurera la vuelve a colocar en una caja oscura; después de tanto esfuerzo, su recompensa es la soledad.
Con el hilo, sin embargo, la historia es diferente: a partir de ese momento comienza a ir a todos los bailes y fiestas.
CONTINUAR EN EL MISMO CAMINO
El monje Lucas, acompañado de un discípulo, se detuvo en una aldea. Un anciano le preguntó:
– Santo hombre, ¿cómo puedo acercarme a Dios?
– Diviértete. Alaba a Dios con tu alegría -fue la respuesta.
Un joven preguntó:
– ¿Qué puedo hacer para aproximarme a Dios?
– No te diviertas tanto -dijo Lucas.
Cuando el joven partió, el discípulo le dijo:
– Parece que Usted no está muy seguro acerca de si debemos o no divertirnos.
Lucas respondió:
– La búsqueda espiritual es un puente sin pasamanos que atraviesa un abismo. Si alguien está demasiado cerca del lado derecho, le digo "¡a la izquierda!". Si se acerca demasiado al lado izquierdo, le digo "¡a la derecha!" De esta forma, ellos pueden continuar en el Camino.
MAESTRO Y DISCÍPULO ENFRENTAN EL RÍO
Un discípulo tenía tanta fé en los poderes del gurú Sanjai, que cierta vez lo llamó a la vera del río:
– Maestro, todo lo que aprendí con usted hizo que mi vida cambiara. Fui capaz de reanudar mi matrimonio, de llevar adelante los negocios de mi familia, de hacer caridad con todos mis vecinos. Todo lo que pedí en su nombre, con fé, lo he conseguido.
Sanjai miró al discípulo, y su corazón rebosó de orgullo.
El discípulo se aproximó a la margen del río:
– Mi fé en sus enseñanzas y en su divinidad es tanta, que va a ser suficiente con que pronuncie su nombre para que pueda caminar sobre las aguas.
Antes que el maestro pudiera decir nada, el discípulo se metió en el río, gritando:
– ¡Loado sea Sanjai! ¡Loado sea Sanjai!
dio el primer paso. Y otro.
Y un tercero. Su cuerpo comenzó a levitar, y el joven consiguió llegar a la otra orilla del río sin siquiera mojarse los pies.
Sanjai miró sorprendido al discípulo, que saludaba desde la otra orilla, con una sonrisa en los labios.
"¿Querrá decir que estoy mucho más iluminado de lo que creía? ¡Podría tener el monasterio más famoso de toda la región! ¡Podría estar a la altura de los grandes santos y gurús!"
Decidido a repetir el hecho, se acercó a la orilla, y comenzó a gritar, mientras caminaba río adentro:
– ¡Loado sea Sanjai! ¡Loado sea Sanjai!
Dio el primer paso, el segundo, y en el tercero ya estaba siendo arrastrado por la corriente. Como no sabía nadar, su discípulo tuvo que tirarse al agua para salvarlo de una muerte segura.
Cuando regresaron a la orilla, exhaustos, Sanjai se quedó en silencio por largo tiempo. Finalmente, dijo: