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¿Cómo puede comprarse o venderse el cielo, el calor de la tierra? Esa idea es extraña a nosotros. Si no poseemos la frescura del aire o el brillo del agua, ¿cómo podríamos venderlos? Cada pedazo de esta tierra es sagrado para mi pueblo. Cada rama, cada puñado de arena del desierto, cada sombra de un árbol, cada una de estas cosas es sagrada para la memoria de mi pueblo.

Los muertos del hombre blanco olvidan su tierra de origen cuando van a caminar entre las estrellas. Nuestros muertos jamás olvidan estas montañas y valles, pues así es el rostro de nuestra Madre. Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las flores son nuestras hermanas; el ciervo, el caballo, la gran águila son nuestros hermanos. Los picos rocosos, los surcos húmedos de la campiña, el calor del cuerpo del potro y del hombre -todo pertenece a la misma familia. Por lo tanto, cuando el Gran Jefe de Wáshington manda decir que desea comprar nuestra tierra, pide mucho de nosotros.

El Gran Jefe dice que nos va a ubicar en un lugar donde podremos vivir felices. Ese será nuestro país y nosotros seremos sus hijos. Por lo tanto, vamos a considerar su oferta de comprar nuestra tierra. Pero ello no será fácil, porque esa agua brillante que corre por los riachos no es simplemente agua, sino la sangre de nuestros antepasados. Si le vendiéramos la tierra, podrían olvidar que el murmullo de las aguas es la voz de nuestros ancestros, y la memoria de todo lo que ocurrió mientras vivimos aquí.