Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestras costumbres. Un pedazo de tierra, para él, tiene el mismo significado que cualquier otra, pues es un forastero que viene de noche y extrae de la tierra aquello que necesita. La tierra no es su hermana, sino una mujer atrayente, y cuando la conquista, prosigue su camino. Deja atrás las tumbas de sus antepasados y no se siente mal. Retira de la tierra aquello que sería de sus hijos y no le importa. La sepultura de su padre y los derechos de sus hijos son olvidados. Trata a su madre, la tierra, y a su hermano, el cielo, como cosas o adornos de colores. Su apetito devorará a la tierra, dejando nada más que un desierto.
Yo sé ahora que nuestras costumbres son diferentes a las de ustedes. La visión de sus ciudades hiere los ojos del piel roja. Tal vez sea porque el indio es un salvaje y no comprende. No encuentra un lugar tranquilo en la ciudad del hombre blanco. Ningún lugar donde puedan abrirse y florecer las hojas de la primavera o el batir de las alas de un insecto. El ruido parece que únicamente insulta a los oídos. ¿Y qué queda de la vida si un hombre no puede oír el coro solitario de un ave o la discusión de los sapos alrededor de una laguna, por la noche? Si todos los animales se fueran el hombre moriría de una gran soledad de espíritu. Pues lo que ocurre con los animales, también acontece con el hombre. Todo está relacionado.