– Tuve una revelación -dijo-. Este monasterio fue elegido para algo muy importante.
– Qué lástima -respondió el novicio. -Porque sólo quedan cinco jóvenes, y no podemos con todas las tareas, mucho menos si se trata de algo importante.
– De veras es una pena. Porque aquí, en mi lecho de muerte, se apareció un ángel, y yo entendí que uno de ustedes cinco estaba destinado a volverse un santo.
Diciendo esto, expiró.
Durante el entierro, los jóvenes se miraban entre ellos, espantados. ¿Quién era el elegido: aquel que más ayudaba a los habitantes de la aldea? ¿O el que acostumbraba rezar con especial devoción? ¿O el que predicaba con tal entusiasmo que los otros quedaban al borde de las lágrimas?
Compenetrados por la presencia de un santo entre ellos, los novicios resolvieron posponer un poco el cierre del convento, y comenzaron a trabajar duro, a predicar con entusiasmo, a restaurar los muros caídos, a practicar la caridad y el amor.
Cierto día, un muchacho apareció en la puerta del convento: estaba impresionado con el trabajo de los cinco jóvenes y quería ayudarlos. No pasó una semana, y otro muchacho hizo lo mismo. A los pocos días, el ejemplo de los novicios recorrió la región.
– Los ojos de ellos brillan -decía un hijo a su padre, pidiendo que lo dejara ir al monasterio.