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El señor, muy tranquilo, le respondió:

– Amigo mío, tenemos una vaquita que nos da varios litros de leche todos los días. Una parte de ese producto lo vendemos o lo cambiamos en la ciudad vecina por otros tipos de alimentos; con la parte que nos queda producimos queso, cuajada, manteca, para consumo nuestro. Y así vamos subsistiendo.

El filósofo agradeció la información, contempló el lugar por unos momentos, y se fue. En medio del camino, le dijo al discípulo:

– Busca la vaca, llévala al precipicio allí enfrente, y arrójala al vacío.

– ¡Pero es el único medio de sustento de la familia!

El filósofo permaneció callado. Al no tener otra alternativa, el joven hizo lo que se le pedía, y la vaca murió con la caída.

La escena quedó grabada en la memoria del discípulo. Después de muchos años, cuando ya era un empresario de éxito, decidió volver al mismo lugar, contarle todo a la familia, pedir perdón, y ayudarlos financieramente.

Cuál no fue su sorpresa al ver el lugar transformado en un sitio bello, con árboles floridos, un auto en el garage, y algunos niños jugando en el jardín. Sintió gran desesperación, al imaginar que la familia humilde había tenido que vender la finca para sobrevivir. Le abrieron el paso, y fue recibido por un casero muy simpático.