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– De ninguna manera -respondió el hombre. -Prefiero que el propio Dios elija a aquellos que deben ser curados.

– ¿Y qué te parecería atraer a los pecadores hacia el camino de la Verdad?

– Esa es una tarea para ángeles como tú. Yo no quiero que nadie me venere, y tener que dar el ejemplo todo el tiempo.

– No puedo volver al cielo sin haberte concedido un milagro. Si no eliges, te verás obligado a aceptar uno.

El hombre reflexionó un momento, y terminó por responder:

– Entonces, deseo que el Bien se haga por mi intermedio, pero sin que nadie se dé cuenta -ni yo mismo, que podría entonces pecar de vanidoso.

Y el ángel hizo que la sombra del hombre tuviera el poder de curar, pero sólo cuando el sol estuviese dándole en el rostro. De esta manera, por dondequiera que pasaba, los enfermos se curaban, la tierra volvía a ser fértil, y las personas tristes recuperaban la alegría.

El hombre caminó muchos años por la Tierra, sin darse cuenta nunca de los milagros que realizaba, porque -cuando estaba de frente al sol, tenía a su sombra detrás. De esta manera, pudo vivir y morir sin tener conciencia de su propia santidad.

EL MALABARISTA DE NUESTRA SEÑORA

Cuenta una leyenda medieval que, con el Niño Jesús en brazos, Nuestra Señora decidió bajar a la Tierra y visitar un monasterio.

Orgullosos, todos los padres formaron una larga fila, y cada uno se postraba ante la Vírgen, para rendir homenaje a la madre y al hijo. Uno recitó bellos poemas, otros mostraron ilustraciones para la biblia, un tercero dijo el nombre de todos los santos. Y así siguieron, un monje después de otro, mostrando su talento y su dedicación a los dos.