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El joven e impaciente guerrero jamás había perdido un combate. Conociendo la reputación del samurai, estaba allí para derrotarlo, y hacer crecer su fama.

Todos los estudiantes se manifestaron contra la idea, pero el viejo aceptó el desafío.

Fueron todos a la plaza de la ciudad, y el joven comenzó a insultar al viejo maestro. Arrojó algunas piedras en su dirección, le escupió el rostro, le gritó todos los insultos que conocía -y que ofendían incluso a sus antepasados. Durante horas hizo todo para provocarlo, pero el viejo permanecía impasible. Hacia el final de la tarde, sintiéndose exhausto y humillado, el impetuoso guerrero se retiró.

Molestos por el hecho de que el maestro aceptara tantos insultos y provocaciones, los alumnos preguntaron:

– ¿Cómo pudo soportar tanta indignidad? Por qué no usó su espada, aun sabiendo que podía perder la lucha, en vez de actuar como un cobarde delante de todos nosotros?

– Si alguien llega hasta tí con un presente, y tú no lo aceptas, ¿a quién le pertenece el presente? -preguntó el samurai.

– A quien trató de entregarlo -respondió uno de los discípulos.

– Es lo mismo con la envidia, la rabia, y los insultos -dijo el maestro. -Cuando no se los acepta, le continúan perteneciendo a quien los trae consigo.

LA EXPERIENCIA Y EL GESTO