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– Soy inocente -decía un acusado de homicidio. -Terminé aquí porque quise asustar a mi mujer y sin querer la maté.

– Me acusaron de soborno -dijo otro. -Pero todo lo que hice fue aceptar un regalo que me ofrecieron.

Todos los presos clamaban su inocencia al rey Weng. Hasta que uno de ellos, un joven de poco más de veinte aÑos, dijo:

– Soy culpable. Herí a mi hermano en una pelea y merezco el castigo. Este lugar me ha hecho reflexionar sobre el mal que causé.

– ¡Expulsen a este criminal de la prisión de inmediato! -gritó el rey Weng. -¡Con tantos inocentes aquí, va a terminar por corromperlos!

ESTOY AQUÍ DE PASO

En el siglo pasado, un turista americano fue a El Cairo a visitar al famoso rabino polaco Hafez Ayim. El turista se quedó sorprendido al ver que el rabino habitaba en un cuarto sencillo, lleno de libros, y en el cual los únicos muebles eran una mesa y un banco.

– Rabi, ¿dónde están los muebles? -preguntó el turista.

– ¿Y dónde están los suyos? -le retrucó Hafez.

– ¿Los míos? ¡Pero si yo estoy aquí de paso!

– Yo también -dijo el rabino

LA MUJER QUE PEDÍA

Mi mujer y yo la encontramos en la esquina de la calle Constante Ramos, en Copacabana. Tenía aproximadamente sesenta años y estaba en una silla de ruedas, perdida en medio de la multitud. Mi mujer se ofreció para ayudarla: ella aceptó, y pidió que la lleváramos hasta la calle Santa Clara.