Y llevó al hombre hasta el refectorio, donde se estaba preparando la comida de los monjes.
– Mire a su alrededor: dentro de poco se servirá la comida, y está usted invitado a comer con nosotros. Podrá escuchar la lectura de las Escrituras, mientras sacia su apetito.
– No tengo hambre, y ya leí todas las Escrituras -insistió el hombre. -Quiero aprender. Vine hasta aquí para encontrar a Dios.
El padre nuevamente tomó el forastero de la mano, y comenzó a caminar por el claustro, que rodeaba a un hermoso jardín.
– Le pido a mis monjes que mantengan el pasto siempre cortado, y que retiren las hojas secas de la fuente de agua que está ahí en el medio. Creo que este es el monasterio más limpio de toda la región.
El extraño caminó un poco con el padre, y después pidió permiso, diciendo que debía marcharse.
– ¿No va a quedarse usted a comer? -preguntó el padre.
Mientras montaba en su caballo, el forastero comentó:
– Mis felicitaciones por su bella iglesia, por el cálido refectorio, por el patio impecablemente limpio. Sin embargo, yo viajé muchas leguas sólo para aprender a encontrar a Dios, y no para quedar deslumbrado por la eficiencia, el confort y la disciplina.
Un rayo cayó del cielo, el caballo relinchó con fuerza, y la tierra se sacudió. De repente, el extraño se deshizo de su disfraz y el padre vió que estaba ante Jesús.