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La mujer se irritó, e hizo sonar una campana, señal que estaba rezando y no deseaba ser molestada. Pero el monje insistió varias veces:

– ¡Señora Cheng, tenemos que hablar! ¡Salga usted un minutito!

Furiosa, ella abrió la puerta con violencia:

– ¿Qué clase de monje es usted, que no se da cuenta que estoy rezando?

– Yo la llamé sólo cuatro veces, y mire cómo se ha enojado usted. ¡Imagine cómo debe sentirse Buda, después de diez años de estarlo llamando!

Y terminó:

– Cuando llamamos con la boca, pero no sentimos con el corazón, nada sucederá. Cambie su manera de invocar a Buda; entienda lo que él le dice, y no precisará nada más.

CADA UNO OFRECE SÓLO LO QUE TIENE

Hace algún tiempo, mi mujer ayudó a un turista suizo en Ipanema, que dijo haber sido víctima de unos ladronzuelos. Con un marcado acento y en pésimo portugués, dijo haberse quedado sin pasaporte, sin dinero, y sin un lugar para dormir.

Mi mujer le pagó el almuerzo, le dio la cantidad necesaria para que pudiera pasar la noche en un hotel hasta que se pusiera en contacto con su embajada, y se fue. Días después, un diario carioca publicaba la noticia de que el tal "turista suizo" era en realidad un original malandra carioca, que simulaba un falso acento y abusaba de la buena fé de las personas que amaban a Río y querían compensar la imagen negativa que -justa o injustamente-se transformó en nuestra tarjeta de presentación.