Выбрать главу

—Amigo de mi viaje, el nacido muchas veces se encuentra a orillas del lago. ¿Lo ves? ¿Lo ves en medio de aquel grupo? ¿Te llevo ahora hasta él?

—Por favor —repuso Gundersen.

El lago estaba cubierto de vegetación a la deriva. De la superficie sobresalían masas encorvadas de vegetales: hojas semejantes a cuernos de la abundancia, cuerpos de esporas en forma de copa, tallos pegajosos y enmarañados; todo era de color azul oscuro y destacaba contra el fondo verdiazul más claro del agua. En medio de ese laberinto de tupida flora se movían lentamente enormes mamíferos semiacuáticos: media docena de malidares cuyos cuerpos tubulares y amarillentos estaban sumergidos casi por completo. Sólo quedaban a la vista los bultos redondos de sus espaldas, los periscopios salientes de sus ojos entallados y, de vez en cuando, una nariz cavernosa y refunfuñante. Gundersen pudo ver las enormes ringleras que los malidares habían abierto en la vegetación para alimentarse ese día, pero en el otro extremo del lago las heridas comenzaban a cicatrizar a medida que nuevos crecimientos cubrían rápidamente las brechas trazadas recientemente.

Gundersen y Srin'gahar descendieron hacia el lago. La dirección del viento cambió súbitamente y Gundersen respiró la fragancia que emanaba del lago. Tosió: era como respirar los vapores de una destilería. El lago fermentaba. El alcohol era un derivado de la respiración de esas plantas acuáticas y, dado que no tenía salida, el lago se había convertido en una enorme tina de aguardiente. Tanto el agua como el alcohol se evaporaban rápidamente, de modo que la atmósfera circundante no solo era húmeda sino embriagante; puesto que durante siglos la evaporación del agua había superado la entrada de ésta procedente de los arroyos, la graduación alcohólica del líquido restante había aumentado constantemente. Gundersen sabía que, mientras la Compañía gobernó el planeta, esos lagos fueron la perdición de más de un agente.

AI parecer, los nildores le hicieron poco caso mientras se acercaba. Gundersen reparó en que, en realidad, todos los miembros del campamento le observaban con atención, pero fingían indiferencia mientras parecían atareados. Se desconcertó al ver una docena de refugios de monte a la orilla de uno de los arroyos. Los nildores no utilizaban cobijos de ningún tipo pues por el tórrido clima eran innecesarios y, además, eran incapaces de construir nada ya que carecían de órganos de manipulación salvo los tres «dedos» situados en la punta de sus trompas. Estudió azorado los toscos colgadizos y un momento después comprendió que había visto antes estructuras de ese tipo: se trataba de las chozas de los sulidores. El acertijo se hizo más difícil. Gundersen ignoraba la existencia de una relación tan íntima entre los nildores y los bípedos carnívoros de la región de las brumas. En ese momento vio a los sulidores, alrededor de veinte, sentados con las piernas cruzadas en el interior de las chozas. ¿Esclavos? ¿Cautivos? ¿Amigos de la tribu? Ninguna de esas hipótesis tenía sentido.

—Éste es nuestro nacido muchas veces —dijo Srin'gahar y señaló con un movimiento de la trompa a un venerable nildor cubierto de cicatrices que se encontraba en medio de un grupo, junto a la orilla del lago. Gundersen sintió una oleada de respeto, inspirado no sólo por la edad de ese ser sino por la certeza de que esa bestia anciana, gris azulada por los años, debió de participar varias veces en los ritos inimaginables de la ceremonia de renacimiento. El nacido muchas veces había viajado más allá de la barrera espiritual que contenía a los hombres. Cualquiera que fuese el nirvana que la ceremonia de renacimiento ofrecía, ese ser lo había conocido y Gundersen no, y esa distinción crucial de la experiencia hizo que al terráqueo le abandonara el valor a medida que se acercaba al jefe del rebaño.

Un círculo de cortesanos rodeaba al anciano. Éstos también tenían la piel gris y arrugada: un consejo de ancianos. Los nildores más jóvenes, los de la generación de Srin'gahar, guardaban una respetuosa distancia. No había un solo nildor inmaduro en el campamento. Ningún terráqueo había visto a un joven nildor. A Gundersen le habían contado que los nildores siempre nacían en la región de las brumas, en la patria natal de los sulidores, y al parecer permanecían firmemente recluidos allí hasta alcanzar el equivalente nildor de la adolescencia, momento en que emigraban a las selvas de los trópicos. También se había enterado de que todos los nildores abrigaban la esperanza de retornar a la región de las brumas cuando les llegara el momento de morir. Pero ignoraba si esas afirmaciones eran ciertas. Nadie lo sabía.

El círculo se abrió y Gundersen se encontró frente al nacido muchas veces. El protocolo exigía que Gundersen fuese el primero en hablar, pero vaciló, mareado quizá por la tensión o por los vapores del agua, y transcurrieron unos instantes eternos hasta que logró reunir fuerzas. Por último dijo:

—Soy Edmund Gundersen del primer nacimiento y te deseo la alegría de muchos renacimientos, oh, sabio entre los sabios.

Sin ninguna prisa, el nildor ladeó su enorme cabeza, absorbió un trago de agua del lago y se la introdujo en la boca. Luego rugió:

—Te conocemos, Edmundgundersen, de días pasados. Te ocupabas de la gran casa de la Compañía en Punta de Fuego, en el Mar de Polvo.

La memoria del nildor le sorprendió y acongojó. Si le recordaba tan bien, ¿qué posibilidades tenía de ganar el favor de esas personas? No le debían ninguna amabilidad.

—Sí, estuve allí hace mucho tiempo —respondió tensamente.

—No tanto. Diez giros no es mucho tiempo. —Los ojos de gruesos párpados del nildor se cerraron y pareció que el nacido muchas veces se había dormido. Poco después agregó, con los ojos aún cerrados—: Soy Vol'himyor, del séptimo nacimiento. ¿Entrarás en el agua conmigo? En este nacimiento actual, me canso rápidamente en tierra.

Sin esperar, Vol'himyor entró en el lago, nadó lentamente hasta unos cuarenta metros de la orilla y permaneció flotando allí, hundido hasta los hombros. Un malidar que había ramoneado las malezas de esa zona del lago se sumergió con un burbujeante murmullo de descontento y volvió a aparecer más lejos. Gundersen comprendió que no le quedaba más alternativa que seguir al nacido muchas veces. Se quitó la ropa y avanzó.

El agua tibia comenzó a cubrirlo. No muy lejos, la trama esponjosa de tallos fibrosos dejó paso a un fango suave y tibio bajo los pies desnudos de Gundersen. Ocasionalmente, sintió en las plantas de los pies los movimientos de ciertos pequeños seres con muchas patas. Las raíces de las plantas acuáticas se agitaban como un látigo alrededor de sus piernas y las burbujas negras cargadas de alcohol que subían desde lo más profundo y estallaban en la superficie estuvieron a punto de ahogarlo con su liberación de vapor. Empujó las plantas, se abrió paso a la fuerza entre ellas con suma dificultad y sintió un gran alivio cuando sus pies no tocaron más el fango. Chapoteó rápidamente hacia Vol'himyor. Gracias al malidar, en ese punto la superficie del lago era diáfana. Sin embargo, en las oscuras profundidades de las aguas se movían otros animales desconocidos y casi incesantemente algo resbaladizo y rápido se escurría por el cuerpo de Gundersen. Se obligó a ignorar esas cosas.