Srin'gahar y Gundersen se apartaron para organizar la marcha.
—¿A qué lugar de la región de las brumas te propones ir? —preguntó el nildor.
—A ninguno en especial. Sólo quiero entrar en la región. Supongo que tendré que ir a donde está Cullen.
—Sí, pero como no sabemos exactamente dónde está; tendremos que esperar a llegar para enterarnos. ¿Piensas visitar algunos lugares en especial durante la marcha hacia el norte?
—Quiero detenerme en las estaciones terráqueas —repuso Gundersen—. Especialmente en las Cataratas de Shangri-la. Mi idea consiste en seguir el río Madden en dirección noroeste y…
—Esos nombres me resultan desconocidos.
—Lo siento. Supongo que han vuelto a adoptar los nombres en nildororu. No los conozco. Espera… —Gundersen cogió un palo y trazó en el barro un mapa apresurado pero útil del hemisferio occidental de Belzagor. En la cintura del disco dibujó la gruesa ringlera de los trópicos. A la derecha abrió una curva para señalar el océano y a la izquierda esbozó el Mar de Polvo. Por encima y por debajo de los trópicos trazó unas líneas más delgadas que representaban las regiones norteña y sureña de las brumas y después de éstas marcó los gigantescos casquetes de hielo. Señaló con una X el puerto espacial y el hotel de la costa y desde allí trazó una serpenteante línea ascendente que cruzaba los trópicos hasta internarse en la región norteña de las brumas con el fin de indicar el río Madden. En la mitad de esa línea marcó un punto para señalar las Cataratas de Shangri-la—. Bien —dijo Gundersen— si sigues la punta del palo…
—¿Qué son esas marcas en el suelo? —preguntó Srin'gahar.
Un mapa de tu planeta, deseó responder Gundersen. Pero mentalmente no encontró ninguna palabra en nildororu que quisiera decir «mapa». También descubrió que no había vocablos que representaran «imagen», «dibujo» y conceptos semejantes. Dijo débilmente:
—Éste es tu planeta. Es Belzagor, o mejor dicho, la mitad de Belzagor. Mira, éste es el océano y el sol sale por aquí y…
—¿Cómo es posible que esto, que esas marcas sean mi mundo si mi mundo es tan grande?
—Es como tu mundo. Cada una de estas líneas representa un lugar de tu mundo. Mira, aquí está el gran río que nace en la región de las brumas y baja hasta la costa, donde está el hotel, ¿comprendes? Y esta marca es el puerto espacial. Esas dos líneas separan la parte superior e inferior de la región norteña de las brumas. El…
—Un sulidor fuerte ha de realizar una marcha de muchos días para atravesar la región norteña de las brumas —le interrumpió Srin'gahar—. No comprendo cómo puedes señalar un espacio tan pequeño y decirme que es la región norteña de las brumas. Discúlpame, amigo de mi viaje, soy muy estúpido.
Gundersen hizo un nuevo esfuerzo e intentó comunicarle el significado, de las marcas en el terreno. Pero Srin'gahar era incapaz de asimilar la idea de un mapa y no podía darse cuenta de que unas líneas garabateadas representasen lugares. Gundersen pensó en pedir ayuda a Vol'himyor pero renunció a la idea cuando comprendió que quizás éste tampoco comprendiera; sería un desatino poner de relieve la ignorancia del nacido muchas veces. El mapa era una metáfora de lugar, una abstracción de la realidad. Evidentemente, incluso los seres que poseían g'rakh podían carecer de la capacidad del pensamiento abstracto.
Pidió disculpas a Srin'gahar por su incapacidad para expresar claramente los conceptos y borró el mapa con la bota. Sin éste, la planificación de la marcha se tornó algo más difícil, pero encontraron formas de comunicarse. Gundersen aprendió que el gran río en cuya desembocadura se alzaba el hotel se llamaba Seran'nee en nildororu y que el sitio donde éste caía de las montañas hasta la llanura costera —que los terráqueos conocían como Cataratas de Shangri-la— era Du'jayukh para los nildores. Entonces les resultó fácil ponerse de acuerdo para seguir el Seran'nee hasta su nacimiento, haciendo una parada en Du'jayukh y en cualquier otro poblado de terráqueos que encontrasen en el camino hacia el norte.
Mientras decidían este asunto, varios sulidores llevaron a Gundersen un desayuno tardío de frutas y pescado del lago, exactamente como si reconocieran su autoridad bajo el gobierno de la Compañía.
Fue un gesto curiosamente anacrónico, casi servil, que en modo alguno se parecía a la forma en que el día anterior le habían arrojado un trozo de carne cruda de malidar. Entonces lo habían puesto a prueba, incluso se habían burlado de él, pero ahora le presentaban sus respetos. Se sintió incómodo, pero estaba muy hambriento y pidió a Srin'gahar que le enseñara a decir gracias en solidororu. De todos modos, no vio indicios de que los potentes bípedos se sintieran satisfechos, halagados o divertidos cuando utilizó su idioma.
Iniciaron la travesía al caer la tarde. Los cinco nildores avanzaban en fila india y Srin'gahar cerraba la retaguardia con Gundersen en su lomo. Al parecer, el terráqueo no representaba la más mínima carga para él. El sendero que los llevaba al norte bordeaba la gran hendidura y las montañas que protegían la meseta central se alzaban a su izquierda. Gundersen observó la meseta a la luz del sol poniente. Allá abajo, en el valle, el entorno mostraba cierta familiaridad: al margen de las plantas y animales nativos, prácticamente podría estar en alguna selva húmeda de América del Sur. Pero la meseta parecía realmente extraña. Gundersen miró las densas marañas de musgo purpúreo y erizado que festoneaban y casi asfixiaban los árboles que bordeaban la parte superior de la pared de la grieta. La forma en que esa vegetación parasitaria ahogaba a sus anfitriones le resultó espantosa. La pared misma, de roca resbaladiza de color verdigris, cubierta con agresivas manchas de liquen carmesí y puntuada cada pocos centenares de metros por largos y pegajosos hilos de un hongo azul entumecido, voceaba su pertenencia a otro mundo: el mineral blando jamás había sentido el impacto de las gotas de lluvia, pero la humedad lo había tallado y modelado suavemente, de modo que con el correr de los milenios adquirió nudosidades y huecos extraños. En ningún lugar de la Tierra se podía ver una pared rocosa como esa: serpenteante, intrincada y grasienta.
El bosque que surgía más allá de la pared parecía impenetrable y remotamente siniestro. El silencio, la atmósfera cargada y pesada, la sensación de tenebrosa rareza, las ramas flexibles de los árboles lustrosos que el musgo inclinaba casi hasta el suelo y el bufido ocasional y lejano de alguna bestia gigantesca, daban un aspecto inabordable y hostil a la meseta central. Pocos terráqueos habían entrado allí y nunca se inspeccionó la zona en detalle. En una ocasión, la Compañía hizo planes para limpiar grandes superficies de selva y crear colonias agrícolas, pero nada plasmó en la realidad a causa de la retirada. Gundersen sólo había estado una vez en la región mesetaria, pero fue por accidente, cuando el piloto tuvo que realizar un aterrizaje forzoso viajando desde el cuartel general de la costa hasta el Mar de Polvo.
Seena estaba con él. Pasaron una noche y un día en ese bosque. Ella se mostró aterrorizada desde el momento del aterrizaje y Gundersen la consoló de un modo clásico y viril, pero descubrió que su terror era contagioso. La muchacha tembló cuando ocurrió una cosa extraña tras otra y poco después Gundersen también estaba a punto de temblar. Observaron fascinados y asqueados a un ejército de incontables insectos de cuerpos hexagonales e iridiscentes y patas largas y peludas que avanzó con maníaca persistencia por un extenso campo de musgo atigrado; las bocas salvajes de las plantas carnívoras destrozaron y devoraron durante horas a los insectos brillantes, pero la horda seguía avanzando hacia su propia destrucción. Al final, el musgo estaba tan harto que inició un proceso de esporulación, hinchándose cancerosamente y escupiendo al aire nubes lácteas de cuerpos reproductores. Por la mañana, el campo de musgo estaba desinflado y desvalido y unos minúsculos reptiles verdes de lengua raspante aparecieron para devorar hasta el último hilo, limpiando el terreno para el surgimiento de una nueva generación de flora. Después aparecieron las cosas plumadas parecidas a jalea, de rayas azules y rojas, que colgaban en ondeante cascada de los árboles más altos y atrapaban a los incautos animales voladores. Y corpulentas bestias de piel correosa, grandes como rinocerontes, que tenían laberintos de astas azules con púas entrelazadas, rascaban la tierra en busca de raíces a una docena de metros de su campamento y miraban agriamente a los extraños de la Tierra. Y apacentadores de cuello largo y ojos como balizas, que masticaban las hojas altas y lanzaban enormes chorros de orina púrpura por las aberturas situadas en la base de sus gargantas tensas. Y seres oscuros y gordos, semejantes a nutrias, que corrían parloteantes junto a los terráqueos varados y robaban todo lo que estuviese a su alcance. También los visitaron otros animales. Ese planeta, que no había conocido la mano del cazador, rebosaba de grandes mamíferos. En un día y una noche, Seena, el piloto y él vieron más cosas grotescas de las que esperaban cuando aceptaron cumplir un servicio extraterrestre.