Obviamente estaban al tanto de mi estado de insensibilidad emotiva. Me vigilaban y me seguían la corriente como a un borracho.
Dentro de mí, algo luchaba desesperadamente por convertir la situación en cosa familiar. Quería sentirme preocupado y temeroso.
Al cabo de un rato, don Juan me salpicó agua en la cara y me instó a sentarme y tomar notas. Dijo, como lo había hecho antes, que de no tomar -notas me moriría. El mero acto de poner por escrito algunas palabras hizo regresar mi ánimo habitual. Fue como si algo se volviera de nuevo claro y cristalino, algo que unos momentos antes era opaco e inerte.
El advenimiento de mi personalidad acostumbrada significó a la vez el de mis miedos habituales. Curiosamente, yo tenía menos miedo de tener miedo que de no tenerlo. La familiaridad de mis viejos hábitos, por desagradables que fuesen, era un respiro deleitoso.
Entonces me di plena cuenta de que don Genaro acababa de surgir del chaparral. Mis procesos usuales empezaban a funcionar. Comenzó rehusando a pensar o especular acerca del hecho. Hice la decisión de no preguntarle nada. Esta vez, sería un testigo silencioso.
– Genaro ha venido de nuevo, exclusivamente por u -dijo don Juan.
Don Genaro estaba reclinado en la pared de la casa, y reposaba la espalda, sentado en un cajón de leche puesto en declive. Parecía un jinete. Tenía las manos enfrente, y daban la impresión de que sostenía las riendas de un caballo.
– Eso es cierto, Carlitos -dijo bajando el cajón a la horizontal del piso.
Desmontó, pasando la pierna derecha sobre el imaginario cuello equino, y saltó a tierra. La destreza de sus movimientos me hizo sentir sin lugar a dudas que había llegado cabalgando. Vino y se sentó a mi izquierda.
– Genaro vino porque quiere hablarte del otro -dijo don Juan.
Hizo ademán de ceder la palabra. Don Genaro saludó al auditorio. Se volvió ligeramente para darme la cara.
– ¿Qué es lo que te gustaría saber, Carlitos? -preguntó en voz aguda.
– Bueno, si va usted a hablarme del otro, cuéntemelo todo -dije, fingiendo despreocupación.
Ambos menearon la cabeza y se miraron.
– Genaro te va a hablar acerca del soñador y el soñado -anunció don Juan.
Como ya sabes, Carlitos -dijo don Genaro con el aire de un orador que entra en materia-, el doble empieza en sueños.
Me lanzó una larga mirada y sonrió. Sus ojos se deslizaron de mi cara a mi cuaderno y mi lápiz.
– El doble es un sueño -dijo, rascándose los brazos, y luego se paró.
Dejó la ramada y se metió en el chaparral. Se detuvo frente a una mata, mostrándonos tres cuartos de perfil; al parecer orinaba. Tras un momento vi que algo le ocurría. Parecía tratar desesperadamente de orinar sin conseguirlo. La risa de don Juan me indicó que don Genaro había vuelto a las andadas.
Don Genaro contorsionaba su cuerpo en tan cómica manera, que nos puso prácticamente histéricos.
Don Genaro regresó a la ramada y tomó asiento. Su sonrisa irradiaba una insólita calidez.
– Si no se puede, pues no se puede -dijo alzando los hombros.
Luego, tras una pausa momentánea, añadió, suspirando:
– Sí, Carlitos, el doble es un sueño.
– ¿Quiere usted decir que no es real? -pregunté.
– No. Quiero decir que es un sueño -repuso.
Don Juan intervino para explicar que don Genaro se refería a la primera manifestación del hecho de darnos cuenta de ser seres luminosos.
– Cada uno de nosotros es distinto, y por eso los detalles de nuestras luchas son distintos -dijo don Juan-. Pero los pasos que seguimos para llegar al doble son los mismos. Sobre todo los primeros pasos, que son confusos e inciertos.
Don Genaro estuvo de acuerdo, y comentó la incertidumbre del brujo en esa etapa.
– Cuando me pasó por primera vez, no supe lo que había pasado -relató-. Un día había estado recogiendo plantas en los cerros y me había metido en un sitio que les tocaba a otros yerberos. Junté dos costalotes y ya estaba listo para irme a mi casa, cuando me dieron ganas de descansar un rato. Me acosté junto al camino, a la sombra de un árbol, y me quedé dormido. Después oí gente que bajaba del monte y desperté. Al momento me escurrí y me escondí detrás de unas matas, al otro lado del camino muy cerca del sitio donde me había echado a dormir. Estando allí se me dio por pensar que me había olvidado algo. Miré a ver si tenía mis dos costales de plantas. No los tenía conmigo. Miré para el otro lado del camino, al lugar donde había estado durmiendo y casi me lleva la chingada. ¡Yo seguía allí dormido! ¡Era yo mismo! Toqué mi cuerpo. ¡Yo era yo mismo! Ya para entonces, las gentes que bajaban del monte iban llegando a mí que estaba dormido, mientras yo que estaba bien despierto miraba desde mi escondite sin poder hacer nada. ¡Me lleva la chingada! Me van a encontrar allí, pensé, y me van a quitar mis costales. Pero las gentes pasaron junto a mí que dormía como si yo no estuviera allí.
"La visión fue tan vivida que me puse como loco. Grité y entonces volví a despertar. ¡Carajo! ¡Había sido un sueño!"
Don Genaro cesó su recuento y me miró como esperando una pregunta o un comentario.
– Dile dónde despertaste la segunda vez -dijo don Juan.
– Desperté junto al camino -dijo don Genaro-, donde me quedé dormido. Pero por un momento no supe bien dónde me encontraba en realidad. Casi puedo decir que me estaba viendo a mí mismo despertar cuando algo me jaló al otro lado del camino cuando ya estaba a punto de abrir los ojos.
Hubo una larga pausa. Yo no sabía qué decir.
– ¿Y qué hiciste después? -preguntó don Juan.
Me di cuenta, cuando ambos echaron a reír, de que me hacía burla imitando mis preguntas.
Don Genaro siguió hablando. Dijo que se quedó atónito un momento v luego fue a verificar todo.
– El sitio donde me escondí era tal como lo había visto -dijo-. Y las gentes que pasaron se encontraban a corta distancia, bajando el cerro. Lo sé porque corrí cuestabajo siguiéndolos. Eran los mismos que había visto. Los seguí hasta que llegaron al pueblo. Han de haber creído que estaba yo loco. Les pregunté si habían visto a mi amigo durmiendo junto al camino. Todos dijeron que no.
– Ya ves -dijo don Juan-, todos pasamos por las mismas dudas. Nos da miedo volvernos locos, pero la desgracia es que, de a tiro, ya todos nosotros estamos locos.
– Pero tú eres un poquito más loco que nosotros dos -me dijo don Genaro, e hizo un guiño-. Y eres, como buen loco, más sospechoso.
Hicieron bromas sobre mi suspicacia. Luego, don Genaro volvió a hablar.
– Todos somos seres densos -dijo-. No eres el único, Carlitos. A mí el sueño me tuvo espantado unos días, pero entonces tenía que ganarme la vida y me ocupaba de muchas cosas y no me alcanzaba el tiempo para ponerme a pensar en el misterio de mis sueños. Y se me olvidó la cosa. Yo era muy parecido a ti.
"Pero un día, meses más tarde, después de una mañana de mucho trabajo me quedé dormido como una piedra en la media tarde. Acababa de empezar a llover y me despertó una gotera. Salté de la cama y trepé al techo para arreglarla antes de que se hiciera un chorro. Me sentía tan bien y con tanta fuerza, que acabé en un minuto y ni siquiera me mojé mucho. Pensé que el sueñito que había echado me hizo bien. Cuando terminé, volví a la casa para comer algo, y me di cuenta de que no podía tragar. Pensé que estaba enfermo. Junté unas hojas y raíces, las machuqué y me hice un emplasto en la garganta y fui a acostarme. Y otra vez, al llegar a mi cama, casi se me caen los calzones. ¡Yo estaba allí en la cama dormido! Quise sacudirme y despertarme, pero yo sabía que no era eso lo que uno debía hacer. Así que salí corriendo de la casa, despavorido. Anduve sin rumbo por el monte. No tenía ni la menor idea a dónde iba, y aunque había vivido allí toda mi vida, me perdí. Andaba en la lluvia y ni la sentía. Parecía coipo si no pudiera pensar. Entonces el rayo y el trueno se hicieron tan fuertes que desperté otra vez".