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– Era sólo un comentario -dije.

Alzó las cejas en un gesto cómico.

– Tus comentarios no tienen cabida hoy -dijo-. Esta vez necesito tu atención completa, puesto que te voy a presentar al tonal y al nagual. Los brujos tienen un interés único y especial en ese conocimiento. Yo diría que el tonal y el nagual están en el reino exclusivo de los hombres de conocimiento. En tu caso, ésta es la tapa que cierra todo cuanto te he enseñado. De allí que he esperado hasta ahora para hablarte de esto.

"El tonal no es el animal que custodia a una persona. Yo más bien diría que es un guardián que puede representarse como animal. Pero eso no es lo importante."

Sonrió y me guiñó un ojo.

Ahora estoy usando tus palabras dijo-. El tonal es la persona social.

Rió, supongo que al ver mi desconcierto.

– El tonal es, y con derecho, un protector, un guardián: un guardián que la mayoría de las veces se transforma en guardia.

Jugueteé con mi cuaderno. Trataba de prestar atención a lo que don Juan decía. Él rió y remedó mis movimientos nerviosos.

– El tonal es el organizador del mundo -prosiguió-. Quizá la mejor forma de describir su obra monumental, es decir que en sus hombros descansa la tarea de poner en orden el caos del mundo. No es un absurdo sostener, como lo hacen los brujos, que todo cuanto sabemos y hacemos como hombres, es obra del tonal.

"En este momento, por ejemplo, lo que se ocupa de dar sentido a nuestra conversación es tu tonal; sin él sólo habría sonidos raros y muecas y no comprenderías nada de lo que te digo.

"Yo diría, pues, que el tonal es un guardián que protege algo muy, pero muy valioso: nuestro mismo ser. Por lo tanto, una cualidad nata del tonal es la de ser astuto, y celoso con su obra. Y como lo que hace es efectivamente la parte más importante de nuestras vidas, no es del nada extraño que al fin y al cabo se convierta, en cada uno de nosotros, de guardián en guardia."

Se detuvo y me preguntó si comprendía. Maquinalmente asentí con la cabeza, y él sonrió con aire de incredulidad.

– Un guardián es magnánimo y comprensivo -explicó-. Un guardia, en cambio, es un vigilante intolerante y, por lo siempre, un déspota. Yo diría que en todos nosotros el tonal se ha hecho un guardia insoportable y déspota, cuando debería ser un guardián magnánimo.

Yo definitivamente no seguía el hilo de su explicación. Oía y escribía cada palabra, y sin embargo parecía hallarme atorado en algún diálogo interno por mi propia cuenta.

– Me resulta muy difícil captar su idea -dije.

– Si no te enredaras en hablar contigo mismo, no tendrías líos -dijo él en tono cortante.

Su observación me lanzó a un largo parlamento explicativo. Finalmente recapacité, y ofrecí disculpas por mi insistencia en defenderme.

Sonrió e hizo un gesto que parecía indicar que mi actitud no lo había molestado en realidad.

– El tonal es completamente todo lo que somos -prosiguió-. ¡Nombra cualquier cosa! El tonal es todo eso para lo cual tenemos palabras. Y como el tonal está hecho de sus propios hechos, todas las cosas, por lo visto, tienen que caer bajo su dominio.

Le recordé su definición del tonal como la persona social, un término que yo mismo había usado ante él para significar un ser humano como producto final de los procesos de socialización. Señalé que, si el tonal era ese producto, no podía serlo todo, como él decía, porque el mundo en torno nuestro no era el producto de la socialización.

Don Juan me recordó, a su vez, que mi argumento no tenía base para él, y que, mucho tiempo antes, ya él me había explicado el tema de que el mundo no existe de por sí, y que aquello que atestiguamos es sólo una descripción del mundo, la cual aprendemos a visualizar y a dar por sentada.

– El tonal es todo cuanto conocemos -dijo-. Yo creo que esto, por sí solo, es razón suficiente para que el tonal sea un asunto tan imponente.

Calló por un momento. Parecía, a las claras, esperar comentarios o preguntas, pero yo no tenía ninguna. Sin embargo, me sentía obligado a pronunciar una pregunta, y luché por formular alguna que fuese apropiada. Fracasé. Sentí que las admoniciones con que él inició nuestra conversación habían servido, tal vez, como antídoto contra cualquier inquisición por parte mía. Experimentaba una curiosa insensibilidad. No podía concentrarme ni ordenar mis ideas. De hecho, me sentía y me sabía, sin el menor lugar a dudas, incapaz de pensar, y de esto mismo tomaba conocimiento sin ayuda del raciocinio, si tal cosa era posible.

Miré a don Juan. Tenía los ojos fijos en la parte media de mi cuerpo. Alzó la mirada y mi claridad mental retornó en el acto.

– El tonal es todo cuanto conocemos -repitió lentamente-. Y eso no sólo nos incluye a nosotros, como personas, sino a todo lo que hay en nuestro mundo. Puede decirse que el tonal es todo cuanto salta a la vista.

"Lo empezamos a cuidar desde el momento de nacer. En el momento en que tomamos la primera bocanada de aire, también ese mismo aire es poder para el tonal. Así que, es muy apropiado decir que el tonal de un ser humano está ligado íntimamente a su nacimiento.

"Debes recordar este punto. Es de gran importancia para entender todo esto. El tonal empieza en el nacimiento y acaba en la muerte."

Quise recapitular todas las ideas expresadas. Llegué incluso a abrir la boca para pedirle repetir los puntos clave de nuestra conversación, pero, para mi asombro, no pude vocalizar mis palabras. Sufría una incapacidad en extremo curiosa; mis palabras pesaban y yo no tenía ningún control sobre esa sensación.

Miré a don Juan para indicarle que no podía hablar. Él tenía nuevamente la vista clavada en el área alrededor de mi estómago.

Alzó los ojos y preguntó cómo me sentía. Las palabras fluyeron de mi boca como si algo me hubiera destapado. Le dije que había tenido la peculiar sensación de no poder hablar ni pensar, pese a que mis ideas eran claras como el cristal.

– ¿Tus ideas eran claras como el cristal? -preguntó.

Me di cuenta entonces de que la claridad no había correspondido a mis ideas, sino a mi percepción del mundo.

– ¿Me está usted haciendo algo, don Juan? -pregunté.

– Estoy tratando de convencerte de que tus comentarios no son necesarios -dijo, y rió.

– ¿O sea, que usted no quiere que yo haga preguntas?

– No, no. Pregunta lo que quieras, pero no dejes que tu atención vacile.

Hube de admitir que la inmensidad del tema me había distraído.

– Todavía no puedo entender, don Juan, lo que quiso usted decir con la frase de que el tonal es todo -dije tras una pausa momentánea,

– El tonal es lo que construye el mundo.

– ¿Es el tonal el creador del mundo?

Don Juan se rascó las sienes.

– El tonal construye el mundo sólo en un sentido figurado. No puede crear ni cambiar nada, y sin embargo construye el mundo porque su función es juzgar, y evaluar, y atestiguar. Digo que el tonal construye el mundo porque atestigua y evalúa al mundo de acuerdo con las reglas del tonal. En una manera extrañísima, el tonal es un creador que no crea nada. O sea que, el tonal inventa las reglas por medio de las cuales capta el mundo. Así que, en un sentido figurado, el tonal construye el mundo.

Tarareó una melodía popular, golpeando con los dedos un lado de su silla, para llevar el ritmo. Sus ojos brillaban; parecían centellear. Chasqueó la lengua, meneando la cabeza.

– No entiendes ni jota -dijo con una sonrisa.

– Sí le entiendo. No hay problema -dije, pero no sonó muy convincente.

– El tonal es una isla -explicó-. La mejor manera de describirlo es decir que el tonal es esto.

Pasó la mano sobre la superficie de la mesa.

– Podemos decir que el tonal es como la superficie de esta mesa. Una isla. Y en la isla tenemos todo. Esta isla es, de hecho, el mundo.

"Hay un tonal que es personalmente para cada uno de nosotros, y hay otro que es colectivo para todos nosotros en cualquier momento dado, al cual llamamos el tonal de los tiempos."