– ¿Pero entonces qué es la creatividad, don Juan?
Se me quedó mirando, los ojos entrecerrados. Chasqueó suavemente la boca, alzó la mano derecha por encima de la cabeza y, con un brusco tirón, torció la muñeca como si hiciera girar una perilla de puerta.
– La creatividad es esto -dijo al poner la mano, con la palma ahuecada, al nivel de mis ojos.
Tardé un tiempo increíblemente largo en enfocar los ojos en su mano. Sentí que una membrana transparente sujetaba todo mi cuerpo en una posición fija, y que tenía que romperla para posar la vista en aquella mano.
Me esforcé hasta que gotas de sudor fluyeron a mis ojos. Por fin, oí o sentí un chasquido, y mis ojos y mi cabeza se libraron de golpe.
En la diestra de don Juan había el roedor más curioso que yo hubiese visto. Parecía una ardilla de cola esponjosa. La cola, sin embargo, era más bien la de un puercoespín. Tenía púas tiesas.
– ¡Tócalo! -dijo don Juan con suavidad.
Maquinalmente lo obedecí y pasé un dedo sobre el lomo suave. Don Juan acercó más su mano a mis ojos, y entonces noté algo que me produjo espasmos nerviosos. La ardilla tenía anteojos y dientes muy grandes.
– Parece un japonés -dije, y me eché a reír histéricamente.
El roedor empezó a crecer en la palma de don Juan. Y mientras mis ojos seguían llenos de lágrimas de risa, se hizo tan enorme que desapareció. Literalmente, salió de mi campo de visión. Ocurrió con tal rapidez que me quedé a la mitad de un espasmo de risa. Citando miré de nuevo, o cuando enjugué mis ojos y los enfoqué debidamente, me hallé mirando a don Juan. Estaba sentado en la banca y yo de pie frente a él, aunque no recordaba haberme parado.
Por un momento mi nerviosismo fue incontrolable. Con toda calma, don Juan se levantó, me forzó a tomar asiento, apoyó mi barbilla entre el bíceps y el antebrazo de su brazo izquierdo y me golpeó en la cima de la cabeza con los nudillos de su diestra. El efecto fue como la sacudida de una corriente eléctrica. Me tranquilizó de inmediato.
Yo deseaba preguntar tantas cosas. Pero mis palabras no lograban vadear todos esos pensamientos. Tuve entonces aguda conciencia de que había perdido el control sobre mis cuerdas vocales. Pero no quise esforzarme por hablar, y me recliné contra el respaldo de la banca. Don Juan dijo con energía que yo debía integrarme y dejarme de tonterías. Me sentía un poco mareado. Imperioso, me ordenó escribir mis notas, y me alargó mi bloque y mi lápiz tras recogerlos de bajo la banca.
Hice un esfuerzo supremo por decir algo, y de nuevo tuve la clara sensación de que una membrana me envolvía. Resoplé y gruñí durante un momento, mientras don Juan reía, hasta que oí o sentí otro chasquido.
Inmediatamente me puse a escribir. Don Juan habló como si me dictara.
– Uno de los actos de un guerrero es no dejar que nunca lo afecte nada -dijo-. De este modo, un guerrero puede estar viendo al mismo diablo, pero jamás dejará que nadie lo sepa. El control del guerrero tiene que ser impecable.
Esperó a que yo terminara de escribir y luego preguntó, riendo:
– ¿Anotaste todo eso?
Sugerí que friéramos a un restaurante a cenar. Me sentía desfallecer. Él dijo que debíamos quedarnos hasta que apareciera el "tonal hecho y derecho". Añadió con seriedad que, si no venía aquel día, tendríamos que quedarnos en la banca hasta que le diera la gana aparecer.
– ¿Qué es un tonal hecho y derecho? -pregunté.
– Un tonal en su punto justo, equilibrado y armonioso. Se supone que hoy encontrarás uno, o mejor dicho, que tu poder nos lo traerá.
– ¿Pero cómo puedo distinguirlo de otros tonales?
– No te apures por eso. Yo te lo señalaré.
– ¿Cómo es el tonal ese, don Juan?
– Eso es muy difícil de saber. Depende de ti. La función es para ti; por lo tanto, tú mismo pondrás esas condiciones.
– ¿Cómo?
– Eso yo no lo sé. Lo hará tu poder, tu nagual.
"Hablando en general, hay dos lados en cada tonal. Uno es la parte externa, el margen, la superficie de la isla. Ésa es la parte relacionada con la acción y la actuación, el lado áspero. La otra parte es la decisión y el juicio, el tonal interno, más suave, más delicado y más complejo.
"El tonal hecho y derecho es un tonal donde los dos niveles se encuentran en perfecta armonía y equilibrio."
Don Juan calló. Ya había oscurecido bastante, y me era difícil tomar notas. Me indicó estirarme y descansar. Dijo que el día había sido agotador, pero muy prolífico, y que sin duda el tonal hecho y derecho aparecería.
Pasaron docenas de personas. Estuvimos sentados, en calma y silencio, unos diez o quince minutos. Entonces don Juan se incorporó abruptamente.
– ¡No le hagas, hombre! Mira lo que viene allí. ¡Una vieja!
Señaló con una inclinación de cabeza a una joven que cruzaba el parque y se aproximaba a la vecindad de nuestra banca. Don Juan dijo que la joven era el tonal hecho y. derecho, y que si se detenía a hablar con cualquiera de nosotros, sería una indicación extraordinaria, y tendríamos que hacer lo que ella quisiese.
No me era posible distinguir con claridad las facciones de la mujer, aunque aún había luz suficiente. Se acercó a menos de un metro, pero pasó sin mirarnos. Don Juan me ordenó, en un susurro, alcanzarla y hablarle.
Corrí tras ella; pretendí estar perdido y le pedí orientación. Me acerqué mucho a ella. Era joven, de unos veinticinco años, de estatura mediana, muy atractiva y bien arreglada. Sus ojos eran claros y apacibles. Sonreía al escucharme. Había en ella algo que conquistaba. Me simpatizó tanto como los tres indios.
Regresé a la banca y tomé asiento.
– ¿Es esa chica un guerrero? -pregunté.
– No tanto -dijo don Juan-. Tu poder todavía no tiene la agudeza necesaria para traer un guerrero. Pero ese es un tonal en muy buen estado, que podría convertirse en tonal hecho y derecho. Los guerreros están hechos de esa madera.
Sus frases avivaron mi curiosidad. Le pregunté si las mujeres podían ser guerreros. Me miró, aparentemente desconcertado por la pregunta.
– Claro que pueden -dijo-, y están aún mejor equipadas que los hombres para el camino del conocimiento. Sólo que los hombres son un poco más resistentes. Pero yo diría que, a fin de cuentas, las mujeres llevan una ligera ventaja.
Me declaré intrigado por el hecho de que jamás habíamos hablado de mujeres en relación con su conocimiento.
– Tú eres hombre -dijo él-; por ello uso el género masculino al hablar contigo. Eso es todo. Lo demás es igual.
Quise proseguir el interrogatorio, pero él hizo un gesto para cerrar el tema. Alzó la vista. El cielo estaba casi negro. Los conglomerados de nubes se veían extremadamente oscuros. Había aún, sin embargo, algunas áreas en que las nubes tenían un leve tinte anaranjado.
– El final del día es tu mejor hora -dijo don Juan-. La aparición de esa muchacha en el filo mismo del día, es una indicación. Hablábamos del tonal; por tanto, es una indicación acerca de tu tonal.
– ¿Qué significa la indicación, don Juan?
– Significa que te queda muy poco tiempo para organizar tus arreglos. Cualquier arreglo que puedas haber construido tiene que ser en un arreglo vivo, porque no tienes tiempo para hacer otros nuevos. Tus arreglos deben funcionar ahora, o no tienen nada de arreglos.
"Te recomiendo que cuando vuelvas a tu casa, revises tus líneas y te asegures de que son fuertes. Las vas a necesitar."
– ¿Qué va a pasar conmigo, don Juan?
– Hace años hiciste oferta al poder. Has seguido fielmente las penalidades del aprendizaje, sin inquietarte ni apurarte. Ahora estás al filo del día.
– ¿Qué significa eso?
– Para un tonal hecho y derecho, todo cuanto hay en la isla del tonal es un desafío. Otra forma de decirlo es que, para un guerrero, todo en este mundo es un desafío. El mayor de todos es, desde luego, su oferta al poder. Pero el poder viene del nagual, y cuando un guerrero se encuentra al filo del día, eso significa que se aproxima la hora del nagual, la hora en que el poder acepta la oferta del guerrero.