Don Juan dijo que yo necesitaba comer algo. Yo no tenía hambre. Don Genaro anunció que él también desfallecía, se puso en pie y fue a la parte trasera de la casa. Don Juan se levantó y me hizo seña de seguirlo. En la cocina, don Genaro se sirvió comida y luego inició una comiquísima pantomima imitando a alguien que quiere comer pero no puede tragar. Pensé que don Juan iba a morirse; rugía, pataleaba, lloraba, tosía y se atragantaba de risa. Yo también me sentía a punto de estallar. Las gracias de don Genaro eran incomparables.
Por fin desistió y nos miró por turno a don Juan y a mí; tenía los ojos relucientes y una sonrisa espléndida.
– Ni modo -dijo alzando los hombros.
Yo devoré una gran cantidad de comida, y lo mismo hizo don Juan; luego todos volvimos al frente de la casa. El sol resplandecía, el cielo estaba despejado y la brisa matinal refrescaba el aire. Me sentía dichoso y fuerte.
Nos sentamos en triángulo, dándonos la cara. Tras un silencio cortés, decidí pedirles clarificar mi dilema. Una vez más me hallaba en perfectas condiciones, y quería explotar mi fuerza.
– Hábleme más acerca del doble, don Juan -dije.
Don Juan señaló a don Genaro y don Genaro inclinó la cabeza.
– Allí está -dijo don Juan-. No hay nada que decir. Aquí está para que lo atestigües.
– Pero es don Genaro -dije, en un débil intento por guiar la conversación.
– Claro que soy Genaro -dijo él, enderezando los hombros.
– ¿Qué es entonces un doble, don Genaro? -pregunté.
– Pregúntale a él -repuso con brusquedad mientras señalaba a don Juan-. Él es el que habla. Yo soy mudo.
– Un doble es el brujo mismo, desarrollado a través de su soñar -explicó don Juan-. Un doble es un acto de poder para un brujo, pero sólo un cuento de poder para ti. En el caso de Genaro, su doble no se puede distinguir del original. Eso se debe a que su impecabilidad como guerrero es suprema; así, tú mismo nunca has notado la diferencia. Pero en los años que llevas de conocerlo, sólo dos veces has estado con el Genaro original; todas las otras veces has estado con su doble.
– ¡Pero esto es absurdo! -exclamé.
Sentí la angustia crecer en mi pecho. Me agité tanto que dejé caer mi cuaderno, y el lápiz rodó perdiéndose de vista, Don Juan y don Genaro se lanzaron al piso, casi como clavadistas, e iniciaron una búsqueda de farsa loca. Yo jamás había visto una representación más asombrosa de magia teatral y prestidigitación. Sólo que no había escenario, ni tramoya, ni artefactos de ninguna clase, y lo más probable era que los actores no usasen prestidigitación.
Don Genaro, ti malo principal, y su asistente don Juan, produjeron en cuestión de minutos la mas sorprendente, grotesca y extravagante colección de objetos, hallados debajo, detrás, o encima de paila cosa dentro de la periferia de la ramada.
Siguiendo el estilo de la magia teatral, el asistente disponía los elementos de tramoya, que en este raso eran los escasos objetos sobre el piso de tierra -piedras, costales, trozos de madera, un cajón de leche, una linterna y mi chaqueta-, y luego el mago, don Genaro, procedía a encontrar algo, que arrojaba a un lado inmediatamente después de constatar que no era mi lápiz. La colección de hallazgos incluía prendas de vestir, pelucas, anteojos, juguetes, utensilios, piezas de maquinaria, ropa interior femenina, dientes humanos, un sandwich de pollo, y objetos religiosos. Uno de ellos era francamente repugnante. Fue un compacto trozo de excremento humano que don Genaro sacó de debajo de mi chaqueta. Por fin, don Genaro halló mi lápiz y me lo entregó después de quitarle el polvo con el faldón de su camisa.
Celebraron sus payasadas con gritos y risas chasqueantes. Yo me descubrí observándolos, pero incapaz de unírmeles.
– No tomes las cosas tan en serio, Carlitos -dijo don Genaro con tono preocupado-. Se te va a reventar la…
Hizo un gesto risible que podía significar cualquier cosa.
Cuando la risa amainó, pregunté a don Genaro qué hacía un doble, o qué hacía un brujo con el doble.
Don Juan respondió. Dijo que el doble tenía poder, y que usaba para realizar hazañas que serían inimaginables en términos ordinarios.
– Ya re he dicho una y otra vez que el mundo no tiene fondo -me dijo-. Y tampoco lo tenemos nosotros los hombres, o los otros seres que existen en este mundo. Por eso, es imposible razonar al doble. Sin embargo se te ha permitido a ti atestiguarlo, y eso debería ser más que suficiente.
– Pero debe haber un modo de hablar de él -dije-. Usted mismo me ha dicho que explicó su conversación con el venado para poder hablar de ella. ¿No puede Hacer lo mismo con el doble?
Guardó silencio un momento. Le rogué. La ansiedad que experimentaba iba más allá de todo cuanto jamás había atravesado.
– Bueno, un brujo puede desdoblarse -dijo don Juan- Eso es todo lo que se puede decir.
– ¿Pero se da cuenta de que está desdoblado?
– Claro que se da cuenta.
– ¿Sabe que está en dos sitios al mismo tiempo?
Ambos me miraron y luego se miraron entre sí.
– ¿Dónde está el otro don Genaro? -pregunté.
Don Genaro se inclinó en mi dirección y fijó la vista en mis ojos.
– No sé -dijo suavemente-. Ningún brujo sabe dónde está su otro.
– Genaro tiene razón -dijo don Juan-. Un brujo no tiene ni la menor idea de que está en dos sitios al mismo tiempo. Tener conocimiento de eso equivaldría a encarar a su doble, y el brujo que se encuentra cara a cara consigo mismo es un brujo muerto. Ésa es la regla. Ése es el modo en que el poder ha armado las cosas. Nadie sabe por qué.
Don Juan explicó que, para cuando un guerrero ha conquistado el "soñar" y el "ver" y ha desarrollado un doble, debe haber logrado asimismo borrar la historia personal, el darse importancia a sí misino, y las rutinas. Dijo que todas las técnicas que me había enseñado y que yo había considerado conversación vana eran, en esencia, medios de dar fluidez a la personalidad y al mundo y colocándolos fuera de los límites de la predicción, para de ese modo eliminar la impracticabilidad de tener un doble en el mundo ordinario.
– Un guerrero fluido ya no puede ponerle fechas cronológicas al mundo -explicó don Juan-. Y para él, el mundo y él mismo ya no son objetos. Él es un ser luminoso que existe en un mundo luminoso. El doble es cosa sencilla para un brujo porque él sabe lo que hace. Tomar notas es para ti cosa sencilla, pero todavía asustas a Genaro con tu lápiz.
– ¿Puede una persona ajena, mirando a un brujo, ver que está en dos lugares a la vez? -pregunté a don Juan.
– Seguro. Ésa sería la única manera de saberlo.
– ¿Pero no puede asumirse lógicamente que el brujo también notaría que ha estado en dos lugares?
– ¡Ajá! -exclamó don Juan-. Por esta vez acertaste. Un brujo puede sin duda notar, después, que ha estado en dos sitios al mismo tiempo. Pero esto sólo sirve para llevar la cuenta y no afecta en nada el hecho de que, mientras actúa, no tiene idea de que es doble.
Mi mente se tambaleaba. Sentí que, de no seguir escribiendo, estallaría.
– Piensa en esto -prosiguió-. El mundo no se nos viene encima directamente; la descripción del mundo siempre está en el medio. Así pues, hablando con propiedad, siempre estamos a un paso de distancia y nuestra vivencia del mundo es siempre un recuerdo de la experiencia. Estamos eternamente recordando el instante que acaba de suceder, acaba de pasar. Recordamos, recordamos, recordamos.
Volteó la mano una y otra vez para darme el sentimiento de lo que quería decir.
– Si toda nuestra vivencia del mundo es recuerdo, entonces no resulta tan absurdo decir que un brujo puede estar en dos sitios al mismo tiempo. Pero ese no es el caso desde el punto de vista de lo que él siente, porque para vivir el mundo un brujo, como cualquier otro hombre, tiene que recordar el acto que acaba de realizar, la experiencia que acaba de vivir. En el conocimiento del brujo hay un solo recuerdo. Sin embargo, para alguien que estuviera mirando al brujo, el brujo aparecería como si estuviera actuando a la vez en dos episodios diferentes. El brujo, no obstante, recuerda dos instantes aislados, distintos, porque para él la goma de la descripción del tiempo ya no pega más.