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Quedamos largo rato en silencio. Las palabras de don Juan eran como un bálsamo para mí.

– ¿Puedo hablar de don Genaro y su doble? -pregunté.

– Depende de lo que quieras decir de él -repuso-. ¿Vas a entregarte a la obsesión?

– Quiero entregarme a las explicaciones -dije-. Estoy obsesionado porque no me he atrevido a venir a verlo ni he podido hablar con nadie de mis escrúpulos y mis dudas.

– ¿No hablas con tus amigos?

– Sí, pero ¿cómo podrían ayudarme?

– Nunca pensé que necesitaras ayuda. Debes cultivar el sentimiento de que un guerrero no necesita nada. Dices que necesitas ayuda. ¿Ayuda para qué? Tienes todo lo necesario para el viaje extravagante que es tu vida. He tratado de enseñarte que la verdadera experiencia es ser un hombre, y que lo que cuenta es estar vivo; la vida es la vueltita que ahora estamos tomando. La vida en sí misma es suficiente y se explica sola, y es completa.

"Un guerrero entiende eso y vive de acuerdo a eso; por lo tanto, uno puede decir sin ser presumido, que la experiencia de experiencias es el ser un guerrero."

Pareció esperar respuesta. Titubeé un momento. Quería elegir cuidadosamente mis palabras.

– Si un guerrero necesita alivio -Prosiguió-, simplemente elige a cualquiera y le expresa a esa persona cada detalle de su tumulto. Después de todo, el guerrero no busca que le entiendan o le ayuden; con hablar simplemente busca aliviar su presión. Eso es, siempre y cuándo el guerrero sea dado a hablar; si no lo es, no le dice nada a nadie. Pero tú no vives totalmente como guerrero. No todavía. Y los obstáculos que te salen al encuentro han de ser verdaderamente monumentales. Te entiendo perfectamente.

No se hacia el gracioso. A juzgar por la preocupación en su mirada, parecía ser alguien que hubiera andado por esos rumbos. Se puso en pie y me dio palmaditas en la cabeza. Se paseó de un lado a otro a lo largo de la ramada y miró casualmente hacia el chaparral en torno de la casa. Sus movimientos evocaron en mí una sensación de inquietud.

Con el fin de relajarme, empecé a hablar de mi dilema. Sentía que inherentemente era demasiado tarde para fingirme un espectador inocente. Bajo su guía, me había entrenado hasta lograr percepciones extrañas, como "parar el diálogo interno" y controlar los sueños. Ésas eran instancias que no podían falsificarse. Yo había seguido sus sugerencias, aunque nunca al pie de la letra, y había logrado parcialmente romper rutinas cotidianas, asumir responsabilidades por mis actos, borrar la historia personal, y llegado finalmente a un punto que años antes me producía pánico, era capaz de estar solo sin violentar mi bienestar físico ni emotivo. Ése era quizá mi triunfo aislado más sorprendente. Desde la perspectiva de mis anteriores expectaciones y estados de ánimo, hallarme solo y no "salirme de mis casillas" era un estado inconcebible. Tenía aguda conciencia de todos los cambios acontecidos en mi vida y en mi visión del mundo, y también de que en alguna forma era superfluo resentir tan profundamente la revelación de don Juan y don Genaro acerca del "doble".

– ¿Qué anda mal conmigo, don Juan? -pregunté.

– Te entregas a tu vicio -respondió, brusco-. Sientes que entregarte a las dudas y a las tribulaciones es la marca de un hombre sensitivo. Bueno, la verdad del asunto es que está, muy lejos de ser eso. ¿Por qué fingir, pues? Ya te dije el otro día: un guerrero se acepta con humildad así como es.

– De la manera como usted lo dice, me hace aparecer como si yo me confundiera a propósito -dije.

– Pues eso es lo que hacemos, nos confundimos a propósito -repuso-. Todos nosotros nos damos cuenta de lo que hacemos y nuestra razón se convierte, a propósito, en el monstruo que se imagina ser. Pero ese molde le queda demasiado grande.

Le expliqué que mi dilema era quizá más complejo que como él lo presentaba. Dije que mientras él y don Genaro fuesen hombres como yo mismo, su dominio superior los convertía en modelos para mi propia conducta. Pero si eran en esencia hombres drásticamente distintos a mí, no me era ya posible concebirlos como modelos, sino como rarezas que yo no podía aspirar a emular.

– Genaro es un hombre -dijo don Juan en tono confortante-. Ya no es un hombre como tú, cierto. Pero ésa es su hazaña, y no debería darte miedo. Si es distinto, mayor razón para admirarlo.

– Pero su diferencia no es una diferencia humana -dije.

– ¿Y qué cosa crees que es? ¿La diferencia entre un hombre y un caballo?

– No sé. Pero no es como yo.

– No obstante, lo fue una vez.

– ¿Pero puedo yo entender su cambio?

– Claro. Tú mismo estás cambiando.

– ¿Quiere usted decir que me saldrá un doble?

– A nadie le sale un doble. Ése es sólo un modo de hablar de eso. Pese a lo mucho que hablas, las palabras te enredan. Te quedas atrapado en sus significados. Y ahora seguramente has de creer que el doble le sale a uno por medios malignos. Todos nosotros los seres luminosos tenemos un doble. ¡Todos! Un guerrero aprende a darse cuenta de ello, eso es todo. Hay barreras que parecen infranqueables, que protegen ese conocimiento. Pero eso es de esperarse; de no ser por esas barreras, llegar a darse cuenta del doble no sería el desafío único que es.

– ¿Por qué le temo yo tanto al doble, don Juan?

– Porque estás pensando que el doble es lo que dice la palabra, un doble, otro tú. Yo escogí esas palabras con el propósito de describirlo. El doble es uno mismo y no se puede encararlo de otro modo.

– ¿Y si yo no quiero un doble?

– El doble no es asunto de gusto personal. Tampoco es asunto de gusto personal quien resulta seleccionado para aprender el conocimiento de los brujos que nos llevan a darnos cuenta del doble. ¿Te has preguntado alguna vez por qué tú en particular?

– Todo el tiempo. Cientos de veces le he hecho esa pregunta, pero usted nunca ha respondido.

– No quise decir que lo hicieras una pregunta que busca respuesta, sino en el sentido de un guerrero que se asombra en su gran fortuna, la fortuna de haber hallado un propósito.

Convertirlo en pregunta común es el recurso de un hombre ordinario y engreído que quiere que lo admiren o lo compadezcan por lo que hace. Yo no tengo ningún interés en esa clase de pregunta, porque no hay modo de responderla. La decisión de escogerte a ti en particular fue un designio del poder; nadie puede penetrar los designios del poder. Ahora que has sido seleccionado, no hay nada que puedas hacer para que ese designio no se cumpla.

– Pero usted mismo dice, don Juan, que uno siempre puede fracasar.

– Cierto. Uno siempre puede fracasar. Pero yo creo que te refieres a otra cosa. Quieres hallar una salida. Quieres tener la libertad de fracasar y salir corriendo cuando se te dé la gana. Es demasiado tarde para eso. Un guerrero está en las manos del poder y su única libertad es elegir una vida impecable. No hay manera de fingir el triunfo o la derrota. Tu razón podrá querer que fracases por completo, para así aniquilar la totalidad de tu ser. Pero hay una contramedida que no te permitirá declarar una falsa victoria o derrota. Si crees que puedes retirarte al refugio del fracaso, estás loco. Tu cuerpo montará guardia y no te dejará ir a ninguno de los dos lados.

Empezó a reír para sí, suavemente.

– ¿Por qué ríe usted? -pregunté.

– Estás metido en un pantano espantoso -dijo-. Es demasiado tarde para retirarte, pero demasiado pronto para actuar. Lo único que puedes hacer es atestiguar. Estás en la miserable posición de una criatura que no puede regresar al vientre de la madre, pero tampoco puede corretear y actuar. Lo único que una criatura puede hacer es atestiguar, y escuchar los estupendos cuentos de acción que le cuentan. Tú estás ahora en ese punto preciso. No puedes regresar al vientre de tu viejo mundo, pero tampoco puedes actuar con poder. Para ti no hay más que atestiguar actos de poder y escuchar cuentos, cuentos de poder.

"El doble es uno de esos cuentos. Lo sabes, y por eso cautiva tanto tu razón. Te estás golpeando la cabeza contra un muro si pretendes entender. Todo lo que puedo decirte, a manera de explicación, es que el doble, aunque se llega a él soñando, es de lo más real que hay."