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Me sentí apenado y triste. Las acciones de don Juan, por más preparado que me hallara, me abrumaban en tal forma que cada vez que entraba en contacto con el no me quedaba otro recurso sino el de actuar y sentirme como una persona regañona, semirracional. Experimenté un brote de ira y no quise seguir escribiendo. En ese momento, deseaba desgarrar mis notas y tirarlas en el bote de la basura. Y lo hubiera hecho de no ser por don Juan, quien rió y detuvo mi brazo.

En tono burlón dijo que mi "tonal" estaba a punto de caer en sus tonterías habituales. Me recomendó ir a la fuente y echarme agua en el cuello y las orejas.

El agua me tranquilizó. Permanecimos callados largo tiempo.

– Escribe, escribe -me instó don Juan en tono amistoso-. Digamos que tu cuaderno es la única brujería que tienes. Romperlo es otro modo de abrirte a tu muerte. Sería otro de tus berrinches, un berrinche vistoso cuando mucho, pero no un cambio. Un guerrero jamás deja la isla del tonal. La utiliza.

Señaló en torno con un rápido ademán, y luego tocó mi cuaderno.

– Éste es tu mundo. No puedes renunciar a él. Es inútil enojarse y desilusionarse con uno mismo. Eso simple y llanamente prueba que el tonal de uno está envuelto en una batalla interna; una batalla dentro del propio tonal es una de las luchas más imbéciles que pueden ocurrir. La vida ajustada de un guerrero está diseñada para acabar con esa lucha. Desde el principio te he enseñado a evitar la fatiga y el desgaste. Ahora ya no hay la guerra esa que había dentro de ti, porque el camino del guerrero es armonía: la armonía entre las acciones y las decisiones, al principio, y luego la armonía entre tonal y nagual.

"Durante todo este tiempo que llevo de conocerte, he hablado tanto a tu tonal como a tu nagual. Ésa es la forma de conducir la instrucción.

"Al comienzo, uno tiene que hablarle al tonal. El tonal es el que debe ceder el control. Pero hay que hacerlo que lo ceda con alegría. Por ejemplo, tu tonal ha cedido algunos controles sin mucho forcejeo, porque se le hizo claro que, de seguir como estaba, la totalidad de ti estaría muerta hoy en día. En otras palabras, se hace que el tonal abandone cosas innecesarias como el sentirse importante y el entregarse al vicio, las cuales sólo lo hunden en el aburrimiento. Todo el problema es que el tonal se aferra a esas cosas cuando debería dar las gracias por librarse de esa porquería. La tarea es entonces convencer al tonal de que se haga libre y fluido. Eso es lo que un brujo necesita antes que cualquier otra cosa: un tonal fuerte, y libre. Mientras más se fortalece, menos se aferra a sus hechos, y más fácil resulta encogerlo. Así, lo que ocurrió esta mañana fue que vi la oportunidad de encoger tu tonal. Por un instante, estabas distraído, apurado, sin pensar, y agarré ese momento para empujarte.

"El tonal se encoge en determinados momentos, sobre todo cuando se apena. De hecho, una característica del tonal es su timidez. Su timidez no viene realmente al caso. Pero hay ciertas ocasiones en que el tonal es tomado por sorpresa, y su timidez, inevitablemente, lo encoge.

"Esta mañana atrapé mi centímetro cúbico de suerte. Noté la puerta abierta de esa oficina y te di un empujón. Un empujón es entonces la técnica para encoger el tonal. Uno tiene que empujar en el instante preciso; para ello, por supuesto, uno debe saber cómo ver.

"Una vez que el hombre ha sido empujado y su tonal se encoge, su nagual, si es que ya está en movimiento, por más pequeño que sea este movimiento, toma las riendas y realiza hazañas extraordinarias. Tu nagual tomó las riendas esta mañana y acabaste en el mercado."

Permaneció en silencio unos instantes. Parecía aguardar preguntas. Nos miramos.

– De veras no sé cómo -dijo como si leyera mi mente-. Sólo sé que el nagual es capaz de hazañas inconcebibles.

"Esta mañana te pedí observar. Esa escena frente a ti, fuera lo que fuese, tenía un valor incalculable para ti. Pero en vez de seguir mi consejo, te entregaste a lamentar tu suerte y la confusión y no observaste.

"Durante un rato fuiste todo nagual y no podías hablar. Ése era el momento de observar. Luego, poco a poco, tu tonal recuperó las riendas; y antes que tirarte a una batalla mortal entre tu tonal y tu nagual, te hice caminar hasta aquí."

– ¿Qué había en esa escena, don Juan? ¿Qué era tan importante?

– No lo sé. Eso no me estaba pasando a mí.

– ¿Qué quiere usted decir:

– Fue experiencia tuya, no mía.

– Pero usted estaba conmigo. ¿O no?

– No. Yo no estaba. Tú estabas solo. Te dije repetidas veces que observaras todo, porque esa escena era sólo para ti.

– Pero usted estaba parado junto a mí, don Juan.

– No. No estaba. Pero es inútil hablar de eso. Lo que yo pudiera decir carece de sentido, porque durante esos momentos estábamos en la hora del nagual. Los asuntos del nagual sólo pueden atestiguarse con el cuerpo, no con la razón.

– Si usted no estaba conmigo, don Juan, ¿quién o qué era la persona que yo atestigüé como usted?

– Era yo, y sin embargo yo no estaba allí.

– ¿Dónde estaba usted, entonces?

– Estaba contigo, pero no allí. Digamos que andaba contigo, pero no en el sitio particular donde tu nagual te había llevado.

– ¿O sea que usted no sabía que estábamos en el mercado?

– No, no lo sabía. Nada más te fui siguiendo para no perderte.

– Esto es verdaderamente espantoso, don Juan.

– Estábamos en la hora del nagual, y eso nada tiene de espantoso. Somos capaces de hacer mucho más que todo eso. Tal es nuestra naturaleza como seres luminosos. Nuestro error es que insistimos en permanecer en nuestra isla, monótona y fastidiosa, pero conveniente. El tonal es el villano y no debería serlo.

Describí lo poco que recordaba. Él quiso saber si me había fijado en algunas características del cielo, como la luz, las nubes, el sol. O si había oído ruidos de cualquier especie. O si había visto personas o sucesos fuera de lo común. Quiso saber si alguien peleaba. O si la gente gritaba, y en ese caso, lo que había dicho.

No pude responder a ninguna de sus preguntas. La verdad era que yo simplemente acepté el hecho según su apariencia, admitiendo como axioma el haber "volado" una distancia considerable en uno o dos segundos para, gracias al conocimiento de don Juan, fuera el que fuese, aterrizar en toda mi corporeidad material dentro del mercado.

Mis reacciones fueron un corolario directo de tal interpretación. Quise saber los procedimientos, lo que sabía cada uno, de "cómo se hace". Por tanto, no me importaba observar lo que, según mi convicción, eran los sucesos cotidianos de un hecho mundano.

– ¿Piensa usted que la gente me vio en el mercado? -pregunté.

Don Juan no respondió. Riendo, me golpeó levemente con el puño.

Traté de recordar si había tenido algún contacto físico con la gente. La memoria me falló.

– ¿Qué cree usted que vio la gente cuando entré en la oficina de la aerolínea?

– Probablemente vieron a un hombre que cruzaba como borracho de una puerta a la otra.

– Pero ¿me vieron desaparecer en el aire?

– De eso se ocupa el nagual. Yo no sé cómo. Todo lo que puedo decirte es que somos seres luminosos y fluidos, hechos de fibras. El acuerdo de que somos objetos sólidos es cosa del tonal. Cuando el tonal se encoge, son posibles cosas extraordinarias. Pero sólo son extraordinarias para el tonal.

"Para el nagual, no es nada moverse como tú hiciste esta mañana. Sobre todo para tu nagual, que ya es capaz de tretas difíciles. Da por hecho que ya está hundido en algo terriblemente extraño. ¿Puedes sentir lo que es?"

Un millón de preguntas y sensaciones me invadieron de pronto. Fue como si una racha de viento hubiera desprendido mi capa de compostura. Me estremecí. Mi cuerpo se sentía al borde de un abismo. Luchaba yo con algún conocimiento misterioso pero concreto. Era como hallarme a punto de que me mostraran algo, y sin embargo alguna terca parte de mí insistía en cubrirlo con una nube. La pugna me adormecía gradualmente, hasta que ya no sentía mi propio cuerpo. Tenía la boca abierta y los ojos entrecerrados. Tuve la sensación de que podía ver mi rostro endurecerse más y más, hasta ser el rostro de un cadáver reseco, con la piel amarillenta adherida al cráneo.