– ¿Qué es lo que hace que un hombre esté listo, para que el poder le consiga un maestro?
– Nadie lo sabe. Sólo somos hombres. Algunos somos hombres que han aprendido a ver y a usar al nagual, pero nada de lo que hayamos podido ganar en el curso de nuestras vidas puede revelarnos los designios del poder. Así pues, no todo aprendiz tiene un benefactor. El poder decide eso.
Le pregunté si él mismo había tenido un maestro y un benefactor, y -por primera vez en trece años habló libremente de ellos. Dijo que tanto su maestro como su benefactor eran de Oaxaca. Yo siempre había considerado que ese tipo de información era valioso para mi investigación antropológica, pero por algún motivo, -en el momento de la revelación, no me importó.
Don Juan me lanzó un vistazo. Pensé que era una mirada de preocupación. Luego cambió abruptamente de tema y me pidió relatar cada detalle de lo que experimenté en la mañana.
– Un susto repentino siempre encoge al tonal -dijo al comentar la descripción de mi reacción al grito de don Genaro-. El problema es aquí no dejar que el tonal se encoja más de la cuenta. Un grave asunto para un guerrero es el saber precisamente cuándo dejar que su tonal se encoja y cuándo detenerlo. Eso sí que es un arte. El guerrero debe luchar como demonio para encoger su tonal; pero en el mismo momento en que el tonal se encoge, el guerrero debe voltear al revés la lucha inmediatamente para no dejarlo encogerse más.
– Pero al hacer eso, ¿no regresa a lo que ya era? -pregunté.
– No. Después que el tonal se encoge, el guerrero cierra la puerta desde el otro lado. Mientras nada desafíe a su tonal y sus ojos estén encajados sólo para el mundo del tonal, el guerrero anda en el lado seguro de la cerca. Está en terreno familiar y conoce todas las reglas. Pero cuando su tonal se encoge, está en el lado de los ventarrones, y esa abertura debe sellarse en el acto, o el viento lo barrerá como a una hoja. Y esto no es sólo una manera de decir las cosas. Más allá de la puerta de los ojos del tonal, el viento es furibundo. Y ese es un viento real. Esto no es una metáfora. Un viento que le puede volar a uno la vida. De hecho, ése es el viento que se vuela a todas las cosas vivas que están sobre la tierra. Hace años te presenté a ese viento. Pero tú lo tomaste en broma.
Se refería a una vez que me llevó a las montañas para enseñarme ciertas propiedades del viento. A mí, sin embargo, nunca me pareció cosa de broma.
– No es importante si lo tomaste en serio o no -dijo tras escuchar mis protestas-. Por regla, el tonal debe defenderse, a cualquier costo, siempre que se ve amenazado; así que no tiene importancia alguna la forma en que el tonal reacciona para lograr su defensa. Lo único importante es que el tonal de un guerrero debe entrar en relaciones con otras alternativas. Lo que un maestro trata de alcanzar, en este caso, es el peso total de esas posibilidades. El peso de esas nuevas posibilidades es lo que ayuda a encoger el tonal. Del mismo modo, ese mismo peso ayuda a impedir que el tonal se encoja más de la cuenta.
Me indicó proseguir el relato de los sucesos matinales, y me interrumpió en la parte en que don Genaro se deslizaba de un lado a otro entre el tronco y la rama.
– El nagual puede ejecutar cosas extraordinarias -dijo-. Cosas que no parecen posibles, cosas impensables para el tonal. Pero lo extraordinario es que el que actúa no tiene manera de saber cómo ocurren esas cosas. En otras palabras, Genaro no sabe cómo hace esas cosas; él sólo sabe que las hace. El secreto de un brujo es que sabe cómo llegar al nagual, pero una vez que llega allí, su opinión no vale más que la tuya, acerca de lo que ahí pasa.
– ¿Pero qué siente uno al hacer esas cosas?
– Uno siente que uno está haciendo algo.
– ¿Sentiría don Genaro que estaba caminando por el tronco de un árbol?
Don Juan me miró un momento; luego apartó la cara.
– No -dijo en un susurro enérgico-. No del modo que tú quieres decir.
No dijo nada más. Yo casi contenía el aliento, esperando su explicación. Al fin tuve que preguntar:
– ¿Pero qué siente?
– No puedo decirlo, no porque sea asunto personal, sino porque no hay manera de describirlo.
– Ándele -lo animé-. No hay nada que uno no pueda explicar o elucidar con palabras. Creo que, aunque no sea posible describir algo directamente, uno puede aludir, andarse por las ramas.
Don Juan rió. Su risa era amistosa y amable. Y sin embargo, había en ella un toque de burla y de travesura.
– Tengo que cambiar el tema -dijo-. Baste decir que el nagual estaba apuntándote a ti esta mañana. Lo que hizo Genaro fue una mezcla entre tú y él. Su nagual se templaba con tu tonal.
Insistí en sondearlo y pregunté:
Guando usted le enseña el nagual a Pablito, ¿qué cosa siente?
– No puedo explicarlo -dijo con voz suave-. Y no porque no quiera; sencillamente, no puedo. Mi tonal se para allí.
No quise presionarlo más. Permanecimos un rato en silencio; luego, él empezó a hablar de nuevo.
– Digamos que un guerrero aprende a entonar su voluntad, a dirigirla a un punto directo, a enfocarla donde quiere. Es como si su voluntad, que sale de la parte media de su cuerpo, fuera una sola fibra luminosa, una fibra que él puede dirigir a cualquier sitio concebible. Esa fibra es el camino al nagual. O también yo podría decir que el guerrero se hunde en el nagual a través de esa sola fibra.
"Una vez que se ha hundido, la expresión del nagual es asunto de su temperamento personal. Si el guerrero es chistoso, el nagual es chistoso. Si el guerrero es espantoso, el nagual es espantoso. Si el guerrero es perverso, el nagual es perverso.
"Genaro siempre me hace reír porque es uno de los seres más divertidos que hay. Nunca sé con qué va a salir. Eso, para mí, es la esencia última de la brujería. Genaro es un guerrero tan fluido que el más leve enfoque de su voluntad hace que su nagual actúe en formas increíbles."
– ¿Observó usted mismo lo qué don Genaro hacia en los árboles? -pregunté.
– No. Nada más supe, porque vi, que el nagual estaba en los árboles. El resto del espectáculo era para ti solo.
– ¿O sea, don Juan, que, como la vez que usted me empujó y fui a dar al mercado, usted no estaba conmigo?
– Fue algo así. Cuando uno se encuentra cara a cara con el nagual, uno siempre tiene que estar solo, Yo nada más andaba por ahí para proteger a tu tonal. Ése es mi cargo.
Don Juan dijo que mi tonal casi estalló en pedazos cuando don Genaro descendió del árbol; no tanto por alguna cualidad de riesgo inherente al nagual, sino porque mi tonal se entregó al desconcierto. Dijo que uno de los propósitos de la preparación del guerrero era cortar el desconcierto del tonal, hasta que el guerrero fuese lo bastante fluido para admitirlo todo sin admitir nada.
Cuando describí los saltos de don Genaro al subir al árbol y al bajar de él, don Juan dijo que el grito del guerrero era uno de los asuntos más importantes de la brujería, y que don Genaro era capaz de enfocarse en su grito, usándolo como vehículo.
Tienes razón -dijo-. A Genaro lo jalaron en parte su grito y en parte el árbol. En eso sí viste bien. Esa fue una verdadera vista del nagual. La voluntad de Genaro estaba enfocada en su grito, y su carácter personal hizo que el árbol jalara al nagual. Las líneas iban en ambos sentidos, de Genaro al árbol y del árbol a Genaro.
"Lo que debiste ver cuando Genaro saltó del árbol era que estaba enfocando un sitio enfrente de ti y luego el árbol lo empujó. Pero sólo parecía un empujón; en esencia era más bien como si el árbol lo soltara. El árbol soltó al nagual y el nagual regresó al mundo del tonal en el sitio que Genaro enfocaba.
"La segunda vez que Genaro bajó del árbol, tu tonal no estaba tan desconcertado; no te entregabas tan duro y por eso no te agotaste tanto como la primera vez."
A eso de las cuatro de la tarde, don Juan detuvo la conversación.