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Don Juan me ordenó seguir sentado sin prestar atención al entorno. El sonido rasposo evocaba a un topo cavando en suelo duro y seco. En el momento en que pensé en el símil, tuve asimismo la imagen visual de un roedor como el que don Juan me había enseñado en la palma de su mano. Era como si me estuviese durmiendo y mis pensamientos se hicieran visiones o sueños.

Inicié el ejercicio de respiración y sostuve mi estómago con las manos entrelazadas. Don Juan seguía hablando, pero yo no lo escuchaba. Mi atención se hallaba en el suave crujir de una cosa serpentina al deslizarse sobre pequeñas hojas secas. Tuve un momento de pánico y repulsión física ante la idea de que una serpiente me pasara encima. Involuntariamente metí los pies bajo las piernas de don Juan mientras respiraba y parpadeaba frenéticamente.

Oí el ruido tan cerca que parecía estar a menos de un metro. Mi pánico aumentó. Don Juan dijo calmadamente que la única manera de repeler al nagual era permanecer inalterable. Me ordenó estirar las piernas y no enfocar la atención en el ruido. Imperioso, exigió que escribiera c preguntara, e hiciera un esfuerzo por no sucumbir.

Tras una gran pugna le pregunté si era don Genaro quien hacía el ruido. Dijo que era el nagual y que no los confundiese; Genaro era el nombre del tonal. Añadió otra cosa, pero no pude entenderle. Algo describía círculos en torno a la casa y yo no podía concentrarme en la conversación. Me ordenó hacer un esfuerzo supremo. En determinado momento me hallé balbuciendo inanidades. Tuve una sacudida de miedo y entré en un estado de gran lucidez. Don Juan me dijo entonces que podía escuchar. Pero no había sonido alguno.

– El nagual ya se fue -dijo don Juan, y levantándose entró en la casa.

Encendió una linterna de kerosén y preparó comida. La consumimos en silencio. Le pregunté si el nagual volvería.

– No -dijo con expresión seria-. Nada más te estaba probando. A esta hora, justo después del crepúsculo, siempre deberías de ocuparte en algo. Cualquier cosa es buena. Se trata sólo de un periodo corto, acaso una hora, pero en tu caso, una hora mortal.

"Esta noche, el nagual quiso hacerte perder el paso, pero fuiste lo bastante fuerte para rechazar su asalto. Una vez sucumbiste y tuve que echarte agua en todo el cuerpo; ahora lo hiciste mejor."

Observé que la palabra "asalto" daba a lo ocurrido un aire de peligro.

– ¿Un aire de peligro? Bonita manera de decirlo -repuso-. No estoy tratando de asustarte. Las acciones del nagual son mortales. Ya te lo he dicho, y no es que Genaro trate de hacerte daño; al contrario, su preocupación por ti es impecable, pero si no tienes el poder suficiente para detener la embestida del nagual, te mueres, pese a mi ayuda o a la preocupación de Genaro.

Cuando terminamos de comer, don Juan tomó asiento junto a mí y por encima de mi hombro miró las notas. Comenté que probablemente tardaría años en ordenar todo lo que me había pasado ese día. Me habían inundado percepciones que ni siquiera tenía la esperanza de entender.

– Si no entiendes, estás pero muy bien -dijo él-. Cuando entiendes es cuando te va mal. Eso es desde el punto de vista de un brujo, por supuesto. Desde el punto de vista de un hombre común, si no entiendes te vas a pique. En tu caso, yo diría que un hombre común creería que estás disociado, o que empiezas a disociarte.

Reí ante su elección de términos. Supe que me devolvía el concepto de disociación; yo se lo había mencionado alguna vez antes en conexión con mis temores. Le aseguré que en esta ocasión no iba a preguntar nada acerca de lo que había atravesado.

– Nunca te he prohibido hablar -dijo él-. Podemos hablar del nagual todo lo que se te dé la regalada gana, siempre y cuando no trates de explicarlo. Si recuerdas correctamente, dije que el nagual es sólo para presenciarse. Conque podemos hablar de lo que presenciamos y de cómo lo presenciamos. Pero tú quieres abordar la explicación de cómo es todo aquello posible, y eso es una abominación. Quieres explicar el nagual con el tonal. Eso es una estupidez, especialmente en tu caso, puesto que tú ya no puedes esconderte en -tu ignorancia. Tú sabes muy bien que nosotros tenemos sentido al hablar sólo porque permanecemos dentro de ciertas fronteras, y esas fronteras no se aplican al nagual.

Intenté aclarar el asunto. No era solamente que yo quisiese explicarlo todo desde un punto de vista racional; mi tendencia a explicar brotaba de la necesidad de mantener el orden a través de los tremendos asaltos de percepciones y estímulos caóticos que había sufrido.

El comentario de don Juan fue que yo trataba de defender un argumento en el que no creía.

– Sabes muy bien que te estás entregando -dijo-. Mantener el orden significa ser un tonal perfecto, y ser un tonal perfecto significa darse cuenta de todo cuanto ocurre en la isla del tonal. Pero tú no estás haciendo eso. Conque tu argumento de mantener el orden carece de verdad. Lo usas sólo para ganar una discusión.

No supe qué decir. Don Juan me consoló, más o menos, diciendo que se requería una pugna titánica para limpiar la isla del tonal. Luego me pidió relatar cuanto había percibido en mi segunda sesión con el nagual. Después de escucharme, señaló que lo que v; como un cocodrilo peludo era el epítome del sentido humorístico de don Genaro.

– Qué lástima que todavía seas tan pesado -dijo-. Siempre te atoras en el desconcierto y pierdes de vista el verdadero arte de Genaro.

– ¿Advirtió usted su apariencia, don Juan?

– No. La función era nada más para ti.

– ¿Qué vio usted?

– Todo lo que pude ver hoy fue el movimiento del nagual, deslizándose entre los árboles y girando en torno nuestro. Cualquiera que vea puede presenciar eso.

– ¿Y alguien que no ve?

– No presenciaría nada; sólo, quizá, los árboles agitados por un ventarrón. Nosotros siempre interpretamos cualquier expresión desconocida del nagual como algo que conocemos; en este caso el nagual podría interpretarse como una brisa que sacude las hojas, o aún como una luz extraña, como una luciérnaga de gran tamaño. Si un hombre que no ve se halla presionado, dirá que creyó ver algo pero no pudo recordar qué. Esto es muy natural. Él estaría diciendo la verdad. Después de todo, sus ojos no habrían juzgado nada extraordinario; siendo los ojos del tonal, tienen que limitarse al mundo del tonal, y en ese mundo no hay nada asombrosamente nuevo, nada que los ojos no puedan captar y el tonal no pueda explicar.

La pregunté por las insólitas percepciones que me produjeron al susurrar en mis oídos.

– Ésa fue la mejor parte de todo lo ocurrido -dijo-. Podríamos prescindir de los demás, pero ése fue el punto final del día. La regla pide que el benefactor y el maestro hagan ese arreglo final. El más difícil de todos los actos. Tanto el maestro como el benefactor deben ser guerreros impecables antes de intentar siquiera la hazaña de partir a un hombre. Tú no sabes eso, porque todavía está más allá de tu dominio, pero el poder ha sido otra vez benévolo contigo. Genaro es el guerrero más impecable que existe.

– ¿Por qué es el partir a un hombre tan grande hazaña?

– Porque es peligrosa. Podrías haber muerto como un bicho. O, peor todavía, podríamos no haber logrado juntarte de nuevo y te habrías perdido en ese extraño plano de sentimientos.

– ¿Por qué era necesario que ustedes me hicieran eso, don Juan?

– Hay un cierto momento en que el nagual debe susurrar en el oído del aprendiz y partirlo.

– ¿Qué significa eso, don Juan?

– Para ser un tonal común y corriente, un hombre debe tener unidad. Todo su ser debe pertenecer a la isla del tonal. Sin esa unidad el hombre se saldría de quicio; un brujo, sin embargo, debe romper esa unidad, pero sin poner en peligro su ser. La meta de un brujo es durar; es decir, no corre riegos innecesarios, por ello pasa años barriendo su isla hasta el momento en que puede, por así decirlo, escaparse de ella. Partir a un hombre en dos es la puerta para esa fugó.