Выбрать главу

El sitio en que nos hallábamos era la áspera ladera occidental de una cordillera. Hacia el noreste había arboledas y conglomerados de arbustos montañeses. Mi oído pareció captar el sonido de algo pesado que se movía sobre las rocas, procedente de esa dirección.

Néstor y Pablito respondían a mis acciones, o bien escuchaban los mismos sonidos. Me habría gustado preguntárselos, pero no me atrevía; o tal vez me era imposible interrumpir mi concentración.

Cuando el sonido se hizo más fuerte y más próximo, Néstor y Pablito se acurrucaron contra mis flancos. Néstor parecía el más afectado; su cuerpo temblaba fuera de control. En determinado momento, mi brazo izquierdo empezó a sacudirse; se alzó sin volición mía hasta que estuvo casi al nivel de mi rostro, y luego señaló un área de arbustos. Oí un sonido vibratorio o un rugido; era un sonido familiar para mí. Lo había oído años antes bajo la influencia de una planta psicotrópica. Discerní en los arbustos una gigantesca figura negra. Era como si los arbustos mismos se hubieran oscurecido gradualmente hasta producir una ominosa negrura. No tenía forma definida pero se movía. Parecía alentar. Oí un chillido escalofriante, que se mezcló a los gritos aterrados de Néstor y Pablito; y los arbustos, o la masa negra en la que se habían trocado, volaron hacia nosotros.

No pude mantener la ecuanimidad. De algún modo, algo en mí cedió. La masa se cirnió sobre nosotros, y luego nos tragó. La luz en torno se hizo opaca. Era como si el sol se hubiese ocultado. O como si de pronto llegara el crepúsculo. Serio las cabezas de Néstor y Pablito bajo mis axilas; hice bajar los brazos -en un inconsciente movimiento protector y caí, girando hacia atrás.

Pero no llegué a tocar el suelo rocoso, pues un instante después me hallé de pie flanqueado por Pablito y Néstor. Ambos, aunque más altos que yo, parecían haberse encogido; con las piernas y la espalda arqueadas, disminuían su estatura al grado de caber bajo mis brazos.

Don Juan y don Genaro estaban de pie frente a nosotros. Los ojos de don Genaro brillaban como los de un felino en la noche. Los ojos de don Juan tenían el mismo brillo. Yo nunca había visto así n don Juan. Era en verdad imponente. Más aun que don Genaro. Se veía más joven y más fuerte que de costumbre. Mirando a los dos, tuve el sentimiento enloquecedor de que no eran hombres como yo.

Pablito y Néstor gemían quedamente. Entonces don Genaro dijo que éramos la imagen de la Trinidad. Yo era el Padre, Pablito el Hijo y Néstor el Espíritu Santo. Don Juan y don Genaro rieron en tono resonante. Pablito y Néstor sonrieron mansamente.

Don Genaro dijo que debíamos desenredarnos, porque los abrazos sólo eran permisibles entre hombres Y mujeres, o entre un hombre y su burro.

Noté entonces que me hallaba en el mismo sitio que antes; obviamente, no había girado hacia atrás, como me pareció. De hecho, Néstor y Pablito estaban también en los mismos sitios.

Don Genaro hizo un seña con la cabeza a Pablito y Néstor. Don Juan me indicó seguirlos. Néstor tomó la guía y me señaló un sitio donde sentarme, y otro para Pablito. Formamos una línea recta, a unos cincuenta metros del sitio donde don Juan y don Genaro se erguían inmóviles al pie del acantilado. Mis ojos, fijos en ellos, se desenfocaron involuntariamente. Supe que bizqueaba, pues veía cuatro personas. Luego la imagen de don Juan en el ojo izquierdo se superpuso a la de don Genaro en el derecho; el resultado de la fusión fue un ser iridiscente parado entre don Juan y don Genaro. N o era un hombre como suelo verlos. Más bien era una bola de fuego blanco, cubierta por algo como fibras de luz. Sacudí la cabeza; se disipó la doble imagen, y sin embargo persistió la visión de don Juan y don Genaro como seres luminosos. Yo veía dos extraños objetos alargados, hechos de luz. Parecían balones blancos, iridiscentes, con fibras, y las fibras tenían luz propia.

Los dos seres luminosos se estremecieron; vi temblar sus fibras, y luego desaparecieron como una exhalación. Los jaló un largo filamento, un hilo de araña que parecía surgido de la cima del acantilado. La sensación que tuve fue la de que un largo rayo de luz, o una línea luminosa, había bajado de la roca para alzarlos. Percibí la secuencia con los ojos y con el cuerpo.

También podía advertir enormes disparidades en mi modo de percepción, pero me resultaba imposible especular sobre ellas como ordinariamente habría hecho. Así, tenía conciencia de estar mirando directamente hacia la base del acantilado, y sin embargo veía a don Juan y don Genaro en la cima, como si hubiese alzado la cara en un ángulo de cuarenta y cinco grados.

Quise tener miedo, acaso cubrirme el rostro y llorar, o hacer cualquier otra cosa dentro de mi gama normal de reacciones. Pero parecía hallarme trabado. Mis deseos no eran pensamientos, tal como los conozco; por tanto, no podían evocar la respuesta emocional que yo estaba acostumbrado a despertar en mí mismo.

Don Juan y don Genaro se desplomaron al suelo. Sentí que lo habían hecho a juzgar por la consumante sensación de caída que experimenté en el estómago.

Don Genaro permaneció donde había aterrizado, pero don Juan vino a nosotros y tomó asiento detrás de mí, a mi derecha. Néstor se agazapaba con las piernas contra el estómago; reposaba la barbilla en las palmas dé las manos; sus antebrazos, apoyados contra los muslos, servían de soportes. Pablito estaba sentado con el cuerpo ligeramente hacia adelante y las manos contra el estómago. Advertí entonces que yo había cruzado los antebrazos sobre la región umbilical, y que asía la piel de mis flancos. Me había agarrado con tal fuerza que tenía los flancos adoloridos.

Don Juan habló en un murmullo seco, dirigiéndose a todos nosotros.

– Deben fijar la vista en el nagual -dijo-. Todos los pensamientos y las palabras deben borrarse.

Lo repitió cinco o seis veces. Su voz era extraña, desconocida para mí; me daba la sensación concreta de las escamas en la piel de una lagartija. Este símil era un sentimiento, no un pensamiento consciente. Cada una de sus palabras se desprendía como una escama; tenían un ritmo extraño; eran ahogadas, secas, como una tos suave; un murmullo rítmico hecho mando.

Don Genaro estaba inmóvil. Al mirarlo no pude mantener mi conversión de imagen, y crucé los ojos involuntariamente. Entonces volví a notar una extraña luminosidad en el cuerpo de don Genaro. Mis ojos empezaban a cerrarse, o a rasgarse. Don Juan acudió a mi rescate. Lo oí dar la orden de no cruzar los ojos. Sentí un golpe suave en la cabeza. Al parecer me había pegado con una piedrecilla. Vi la piedra rebotar un par de veces sobre las rocas cercanas. También debe haber golpeado a Néstor y a Pablito; oí el rebote de otras piedras en las rocas.

Don Genaro adoptó una extraña postura de danza. Dobló las rodillas, extendió los brazos a los lados, estiró los dedos. Parecía a punto de girar; -de hecho, dio una media vuelta y luego fue jalado hacia arriba. Tuve la clara percepción de que el hilo de una oruga gigante había alzado su cuerpo hasta la cima del acantilado. Mi percepción del movimiento ascendente fue una extraña mezcla de sensaciones visuales y corpóreas. Medio vi, medio sentí su vuelo vertical. Había algo que se veía o se sentía como una línea o un hilo casi imperceptible de luz, y que lo jalaba. No presencié su vuelo en el sentido en el que seguiría con los ojos a un ave. No hubo secuencia lineal en el movimiento. No tuve que alzar la cabeza para mantenerlo dentro de mi campo visual. Vi la línea jalarlo, luego sentí su movimiento en mi cuerpo, o con mi cuerpo; y en el instante siguiente se hallaba encima del acantilado, a decenas de metros de altura.

Tras unos minutos se desplomó. Sentí su Caída y gruñí involuntariamente.

Don Genaro repitió su hazaña tres veces más. En cada ocasión, mi percepción se entonó. Durante su último salto, pude claramente distinguir, una serie de líneas que emanaban de su parte media, y supe cuándo estaba a punto de ascender y descender, juzgando por la forma en que las líneas de su cuerpo se movían. Cuando estaba a punto de saltar hacia arriba, las líneas se tendían en esa dirección; al contrario, cuando se disponía a saltar hacia abajo, las líneas se tendían hacia afuera y en descenso.