Don Juan detalló entonces, paso a paso, cómo había apartado mi atención del "soñar", haciéndome creer que el problema importante era una actividad muy difícil que él llamaba no-hacer, juego perceptual que consistía en enfocar la atención en partes del mundo comúnmente pasadas por alto, como las sombras de las cosas. Don Juan dijo que su estrategia había sido la de destacar el no-hacer imponiendo un estricto secreto a ese respecto.
– No-hacer es, como todo lo demás, una técnica muy importante, pero no era el asunto principal -dijo-. Te embaucó el secreto. ¡Tú, el hablador, obligado a guardar un secreto!
Riendo, dijo que se imaginaba los problemas que yo habría atravesado para mantener la boca cerrada.
Explicó que romper las rutinas, el paso de poder y no-hacer eran avenidas para aprender nuevas maneras de percibir, el mundo; maneras que daban al guerrero un anticipo de posibilidades increíbles de acción. La opinión de don Juan era que el tener conciencia de que el mundo del "soñar" era independiente y pragmático, se hacía posible por el uso de aquellas tres técnicas.
– Soñar es una ayuda práctica que los brujos inventaron -dijo-. No eran tontos; sabían lo que estaban haciendo y buscaron la utilidad del nagual entrenando a su tonal para que se dejara ir por un momento, por así decirlo, y luego volviera a agarrarse. Esta frase no tiene sentido para ti. Pero eso es lo que has estado haciendo hasta ahora: entrenándote para dejarte ir sin perder la chaveta. Soñar es, por supuesto, la corona del esfuerzo de los brujos, el uso máximo del nagual.
Repasó todos los ejercicios de no-hacer que me había puesto a ejecutar, las rutinas de mi vida diaria que él había aislado para su rompimiento, y todas las ocasiones en que me había forzado a adoptar el paso de poder.
– Vamos llegando al fin de mi recapitulación -dijo-. Ahora tenemos que hablar de Genaro.
Don Juan dijo que hubo un augurio muy importante el día en que conocí a don Genaro. Le dije que no recordaba nada fuera de lo común. Me recordó que ese día estábamos sentados en una banca en un parque. Él había mencionado que esperaba a un amigo que yo no conocía, y luego, cuando el amigo apareció, lo señalé sin titubear entre una gran multitud. Ésa fue la indicación que los hizo darse cuenta de que don Genaro era mi benefactor.
Me acordé, cuando él lo mencionó, que mientras charlábamos volví la cara y vi a un hombre pequeño y delgado que irradiaba extraordinaria vitalidad, o gracia, o simple alegría; acababa de dar la vuelta a una esquina y entraba en el parque. En vena de guasa, dije a don Juan que su amigo se acercaba, y que sin duda era un brujo a juzgar por su apariencia.
– Desde ese día, Genaro recomendó lo que se tenía que hacer contigo -continuó don Juan-. Como tu guía para entrar en el nagual, te dio demostraciones impecables, y cada vez que ejecutaba un acto como nagual, te dejaba un conocimiento que desafiaba y pasaba por alto a tu razón. Desarmó tu visión del mundo, aunque todavía tú no te das cuenta de eso. Nuevamente, en, este caso, te comportaste igual que en el caso de las plantas de poder: necesitabas más de lo necesario. Unas cuantas embestidas del nagual debieran bastar para desmantelar la visión de uno; pero hasta el día de hoy, después de todos los ataques del nagual, tu visión parece invulnerable. Y aunque parezca mentira, ése es tu mejor detalle.
"En general, entonces, el trabajo de Genaro ha sido guiarte al nagual. Pero aquí tenemos una pregunta extraña. ¿Qué cosa era guiada hacia el nagual?"
Con un movimiento de los ojos, me instó a responder.
– ¿Mi razón? -pregunté.
– No, la razón no tiene ningún sentido aquí -repuso-. La razón se raja apenas sale de sus límites estrechos y seguros.
– Entonces era mi tonal -dije.
– No, el tonal y el nagual son las dos partes natas de nosotros mismos -replicó con sequedad-. No pueden llevarse el uno al otro.
– ¿Mi percepción? -pregunté.
– Exacto -gritó como si yo fuera un niño dando la respuesta correcta-. Ahora llegamos a la explicación de los brujos. Ya te advertí que no explicaría nada, y sin embargo…
Hizo una pausa y me miró con ojos brillantes.
– Ésta es otra de las tretas de los brujos -dijo.
– ¿A qué se refiere usted? ¿Cuál es la treta? -pregunté con un matiz de alarma.
– La explicación de los brujos, por supuesto -repuso-. Ya lo verás por ti mismo. Pero sigamos adelante. Los brujos dicen que estamos dentro de una burbuja. En una burbuja en la que somos colocados en el instante de nuestro nacimiento. Al principio está abierta, pero luego empieza a cerrarse hasta que nos ha sellado en su interior. Esa burbuja es nuestra percepción. Vivimos dentro de esa burbuja toda la vida. Y lo que presenciamos en sus paredes redondas es nuestro propio reflejo.
Bajó la cabeza y me miró de, reojo. Soltó una risita.
– No te me duermas -dijo-. Aquí es donde debes hacer una observación.
Reí. De algún modo, sus advertencias acerca de la explicación de los brujos, aunadas a la revelación de su impresionante gama de conciencia, se hacían sentir finalmente en mí.
– ¿Cuál es la observación que yo debía hacer? -pregunté.
– Si lo que presenciamos en las paredes es nuestro propio reflejo, entonces lo que se está reflejando debe ser la cosa real -dijo, sonriendo.
– Buena observación -dije en tono de chanza.
Mi razón podía seguir con facilidad ese argumento.
– La cosa reflejada es nuestra visión del mundo -dijo-. Esa visión es primero una descripción, que se nos da desde el instante en que nacernos hasta que toda nuestra atención queda atrapada en ella y la descripción se convierte en visión.
"La tarea del maestro consiste en reacomodar la visión, a fin de preparar al ser luminoso para el momento en que el benefactor abre la burbuja desde afuera."
Hizo otra pausa deliberada y luego una nueva observación acerca de mi falta de atención, juzgada por mi incapacidad de hacer un comentario o una pregunta adecuados.
– ¿Cuál debería haber sido mi pregunta? -inquirí.
– ¿Por qué se tiene que abrir la burbuja? -repuso.
– Buena pregunta -dije, y él rió con fuerza y me palmeó la espalda.
– ¡Por supuesto! -exclamó-. Tiene que ser una buena pregunta para ti; es una de las tuyas.
"La burbuja se abre para permitir al ser luminoso una visión de su totalidad -prosiguió-. Naturalmente, esto de llamarla burbuja es sólo una manera de hablar, pero en este caso la manera es exacta.
"La delicada maniobra de llevar a un ser luminoso a la totalidad de sí mismo requiere que el maestro trabaje desde adentro de la burbuja y el benefactor desde afuera. El maestro reorganiza la visión del mundo, yo le he llamado a esa visión la isla del tonal. He dicho que todo lo que somos se encuentra en esa isla. La explicación de los brujos dice que la isla del tonal está hecha por nuestra percepción, que ha sido entrenada a enfocarse en ciertos elementos; cada uno de esos elementos y todos juntos forman nuestra visión del mundo. El trabajo del maestro, en lo referente a la percepción del aprendiz, consiste en reordenar todos los elementos de la isla en una mitad de la burbuja. Para ahora ya te habrás dado cuenta de que limpiar y reordenar la isla del tonal significa reagrupar todos sus elementos en el lado de la razón. Mi tarea ha sido desarreglar tu visión ordinaria, no para destruirla sino para forzarla a ponerse en el lado de la razón. Y tú has hecho esto mejor que cualquiera que yo conozco."
Trazó en la roca un círculo imaginario y lo dividió en dos a lo largo de un diámetro vertical. Dijo que el arte del maestro era forzar al discípulo a agrupar su visión del mundo en la mitad derecha de la burbuja.
– ¿Por qué la mitad derecha? -pregunté.
– Ése es el lado del tonal -dijo-. El maestro siempre se dirige a ese lado, y al presentar a su aprendiz, por una parte, el camino del guerrero, lo obliga al raciocinio, a la sobriedad, a la fuerza de carácter y de cuerpo; y al presentarle, por otra parte, situaciones inimaginables pero reales, que el aprendiz no puede abarcar, lo obliga a reconocer que su razón, por más maravillosa que sea, sólo puede cubrir una zona pequeña Una vez enfrentado con su incapacidad de razonarlo todo, el guerrero hará hasta lo imposible por reforzar y defender su razón derrotada, y para lograr tal efecto reunirá en torno a ella todo cuanto tiene. El maestro se ocupa de ello, martillándolo sin piedad hasta que toda su visión del mundo está en una mitad de la burbuja. La otra mitad, la que ha quedado limpia, puede entonces ser reclamada por algo que los brujos llaman la voluntad.