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"Esto podemos explicarlo mejor diciendo que la tarea del maestro es limpiar una mitad de la burbuja y reordenar todo lo que hay en la otra mitad. Entonces, la tarea del benefactor es abrir la burbuja en el lado despejado. Una vez roto el sello, el guerrero nunca vuelve a ser el mismo. Tiene ya el dominio de su totalidad. La mitad de la burbuja es el centro máximo de la razón, el tonal. La otra mitad es el centro máximo de la voluntad, el nagual. Ése es el orden que debe prevalecer; cualquier otro acomodo es absurdo y maligno, porque va en contra de nuestra naturaleza; nos roba nuestra herencia mágica v nos reduce a nada."

Don Juan se incorporó y estiró los brazos y la espalda y caminó para desentumir los músculos. Ya hacia un poco de frío.

Le pregunté si habíamos terminado.

– ¡Pero si la función todavía ni empieza! -exclamó, riendo-. Ése fue sólo el principio.

Miró al cielo y señaló hacia el oeste con un ademán casual.

– Más o menos dentro de una hora, el nagual estará aquí -dijo y sonrió.

Volvió a sentarse.

– Nos queda un solo asunto por terminar -continuó-. Los brujos lo llaman el secreto de los seres luminosos, y se trata del hecho de que somos perceptores. Los hombres y todos los otros seres luminosos que hay sobre la tierra somos perceptores. Ésa es nuestra burbuja, la burbuja de la percepción. Nuestro error es creer que la única percepción digna de reconocerse es lo que pasa por nuestra razón. Los brujos creen que la razón es sólo un centro y que no debería dársele tanto vuelo.

"Genaro y yo te liemos enseñado que la totalidad de nuestra burbuja de percepción se compone de ocho puntos. Conoces seis. Hoy, Genaro y yo seguiremos despejando tu burbuja de percepción, y después de eso conocerás los dos puntos restantes."

Cambiando abruptamente de tema, me pidió un recuento detallado de mis percepciones del día anterior, a partir del punto en que vi a don Genaro sentado en una roca junto al camino. No hizo ningún comentario ni me interrumpió para nada. Al terminar, añadí una observación por cuenta propia. En la mañana había hablado con Néstor y Pablito; me dijeron que sus percepciones habían sido similares a las mías. Mi comentario era que don Juan me había dicho que el nagual era una experiencia individual que sólo el observador puede atestiguar. El día anterior, había tres observadores, y todos nosotros habíamos presenciado más o menos la misma cosa. Las diferencias se expresaban sólo en términos de cómo se sentía o reaccionaba cada uno con respecto a cualquier instancia específica del fenómeno total.

– Lo que ocurrió ayer fue una demostración del nagual para ti, y para Néstor y Pablito. Yo soy su benefactor. Entre Genaro y yo, cancelamos el centro de la razón en ustedes tres… Genaro y yo tuvimos poder suficiente para ponerlos a ustedes de acuerdo en lo que presenciaban. Hace varios años, tú y yo estuvimos cierta noche con un grupo de aprendices, pero yo solo sin Genaro no tenía suficiente poder para hacer que todos ustedes presenciaran lo mismo.

Dijo que, a juzgar por lo que yo debía haber presenciado el día anterior y por lo que él había "visto" de mí, su conclusión era que me hallaba listo para la explicación de los brujos. Añadió que Pablito también lo estaba, pero tenía dudas acerca de Néstor.

– Estar preparado para la explicación de los brujos es algo muy difícil de lograr -dijo-. No debería serlo, pero insistimos en entregarnos a la visión del mundo que hemos tenido toda la vida. En este aspecto, tú y Néstor y Pablito se parecen. Néstor se esconde detrás de su timidez y su mal humor, Pablito detrás de su irresistible personalidad; y tú te escondes detrás de tu engreimiento y tus palabras. Todas son visiones que parecen invencibles, y mientras ustedes persistan en usarlas, sus burbujas de percepción no han sido despejadas y la explicación de los brujos no tendrá sentido.

En son de broma dije que la famosa explicación de los brujos me había obsesionado desde mucho tiempo atrás, pero mientras más me acercaba a ella más lejos parecía hallarse. Iba a añadir un comentario jocoso cuando él me quitó las palabras de la boca.

– ¿Qué tal si la explicación de los brujos resulta un fiasco? -preguntó entre risas sonoras.

Me palmeó la espalda y parecía deleitado, como un niño que anticipa algo agradable:

– Genaro siempre quiere atenerse a la regla -dijo en tono confidencial-. La condenada explicación no es nada del otro mundo. Si por mí fuera, te la habría dado hace años. No esperes gran cosa de ella.

Alzó la vista para examinar el cielo.

– Ahora estás listo -dijo en tono dramático y solemne-. Es hora de ir. Pero antes de dejar este sitio, he de decirte una última cosa: El misterio, o el secreto, de la explicación de los brujos es que tiene que ver con el acto de abrir las alas de la percepción.

Puso la mano sobre mi libreta y me dijo que fuera al matorral a ocuparme de mis funciones corporales, para después quitarme la ropa y dejarla en un bulto precisamente donde nos hallábamos. Lo miré inquisitivamente y explicó que yo debía estar desnudo, pero que podía dejarme los zapatos y el sombrero.

Insistí en saber por qué debía estar desnudo. Don Juan rió y dijo que la razón era más bien personal y tenía que ver con mi propia comodidad, y que yo mismo le había dicho que así lo deseaba. Su explicación me desconcertó. Sentí que me jugaba una broma o que, en conformidad con lo que me había revelado, simplemente distraía mi atención. Quise enterarme de por qué lo hacía.

Empezó a hablar de un incidente ocurrido años antes, una vez que estuvimos con don Genaro en las montañas del norte de México. Ellos me explicaban entonces que la "razón" no podía en modo alguno dar cuenta de todo cuanto ocurría en el mundo. Para darme una demostración innegable de ello, don Genaro ejecutó un magnífico salto de nagual, y se "alargó" para alcanzar la cima de unos picos a quince o veinte kilómetros de distancia. Don Juan dijo que la intención me pasó inadvertida, y que en lo referente a convencer a mi "razón", la demostración de don Genaro fue un fracaso, pero desde el punto de vista de mi reacción corporal resultó muy divertida.

La reacción corporal a la que don Juan se refería, conservaba gran vividez en mi mente. Vi a don Genaro desaparecer frente a mis propios ojos como si un viento se lo hubiera llevado. Su salto, o lo que fuese, tuvo en mí un efecto tan profundo que sentí como si su movimiento hubiera desgarrado algo en mis entrañas. Mis intestinos se soltaron y tuve que tirar mis pantalones y camisa. Incómodo y apenado hasta lo indecible, caminé desnudo, tocado sólo con un sombrero, por una carretera muy transitada, hasta llegar a mi coche. Don Juan me recordó que fue entonces cuando le pedí no volver a permitirme arruinar mi ropa.

Cuando me hube desvestido, caminamos unas decenas de metros hasta una roca de gran tamaño que miraba a la misma cañada. Don Juan me hizo asomar. Había un despeñadero de más de treinta metros. Luego me dijo que interrumpiera mi diálogo interno y escuchara los sonidos en torno.

Tras unos momentos oí el sonido de un guijarro que rebotaba de roca en roca, despeñadero abajo. Percibí con inconcebible claridad cada rebote del guijarro. Luego oí caer otro, y otro más: Alcé la cabeza para alinear mi oído izquierdo con la dirección del sonido y vi a don Genaro sentado encima de la roca, a unos cuatro o cinco metros de donde estábamos. Con aire casual, arrojaba piedras a la cañada.