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—¡Voy! —respondió Tikone.

—¡Eh, María, dame el látigo!!

Y reanudó tranquilamente la lección de su perro.

Mientras tanto, yo examinaba la habitación. Una mala mesa de cuatro patas disparejas y seis sillas desfondadas componían todo el moblaje. Las paredes, blanqueadas de cal, tenían manchitas que representaban estrellas. Bajo un velo de polvo un antiguo espejo. Y telas de araña colgando del cielo raso resquebrajado.

—A. B. C. D. —pronunciaba lentamente Chertapkanof. Luego exclamó de repente, haciendo una contorsión—: ¡Bestia estúpida, come!

Modestamente, el pobre animal estaba sentado sobre sus patas traseras; manso y bueno, atendía cada movimiento de su amo y procuraba cumplir enseguida sus órdenes. Pantalei le ofrecía de comer, gritando: —¡Come, pues, animal!

Al ver que no se decidía a comer, le dio un puntapié. El perro se alejó sin quejarse, aunque debió de dolerle que le tratasen tan mal delante de una visita.

Se abrió la puerta contigua y entró Tredopuskin haciendo reverencias.

Me levanté y fui hacia él.

—Por favor, os lo ruego, no os levantéis.

Nos sentamos juntos, mientras Chertapkanof se iba a otra pieza.

—¿Hace tiempo que estáis en nuestra tierra de Canaán? —me preguntó Tredopuskin, después de toser discretamente, apoyando la punta de los dedos sobre su labio superior.

—Hace pocas semanas.

—¡Ah, bravo! ¡Qué hermoso día el de hoy!... Los cereales prosperan. Una bendición.

Y me miró con un gesto agradecido y como si conviniera que me diese aquellas informaciones. Y prosiguió: —Ayer Pantalei mató dos liebres. Tuvimos contratiempos. Pero ¡qué liebres!

—¿Tiene buenos perros el señor Chertapkanof?

—Sí, excelentes —respondió Tredopuskin con entusiasmo—. Son los mejores de la jurisdicción, porque cuando el propietario de Bezsonovo desea algo, todo ha de ceder.

Entró en ese instante Pantalei y el semblante de Tikone, iluminándose, parecía decir: "¡Vea usted mismo si sería posible encontrar un hombre semejante a éste!"

Hablamos los tres de cacerías.

—¿Queréis ver una jauría? —me preguntó Chertapkanof. Y sin aguardar a que le respondiese llamó a su criado Karp, que apareció enseguida, muchacho vestido con traje de nankín, adornado de anchos botones blasonados.

—Di a Foma que me traiga a Ammalat y Saiga. Pero en forma..., ¿comprendes?

Una sonrisa contrajo la boca de Karp. Meneó la cabeza, como signo de inteligencia, y desapareció. A los pocos minutos Foma venía con los dos perros atrahillados.

Chertapkanof escupió en las narices de uno, que se quedó quieto. Se siguió conversando y mi huésped fue dejando su fanfarronería y pareció más simpático. De pronto me miró y dijo con cierta ingenuidad: —Pero ¿por qué se queda sola? ¿Por qué no aprovecha vuestra buena compañía? ¡Eh, María, ven!

Hubo un movimiento en la sala contigua, pero ninguna voz respondió.

—Ma...a...ría, ven con nosotros —dijo suavemente Pantalei.

Entró una mujer que tendría alrededor de veinte años, alta, esbelta. Tenía el cutis cetrino de las bohemias. Sus ojos almendrados estaban rasgados de amarillo y sombreados de muy negras pestañas. Los dientes tenían blancura de marfil y tocaban el coral de los labios. Negros los cabellos, caían sueltos sobre sus espaldas. Vestía de blanco y llevaba un chal celeste, echado artísticamente; levantado sobre uno de los hombros, dejaba ver un brazo fino, terminado por la mano, de línea aristocrática. Avanzó algunos pasos y pareció cohibida.

—Permitidme que os presente a María, mi mujer, si usted quiere.

Ella se sonrojó algo cuando la saludé. Me agradaba mucho con su nariz afilada, las mejillas pálidas, medio sumidas y los rasgos, en fin, que denunciaban pasiones fuertes y una perfecta despreocupación.

Se sentó junto a la ventana. A fin de no aumentar su cortedad, me puse a conversar con Chertapkanof. De tiempo en tiempo ella me echaba ojeadas que parecían dardos de serpiente.

Tikone se sentó a su lado y le dio conversación. Ella sonreía, y los labios, levantándose, hicieron la expresión de su cara, no digo felina, tampoco leonina, y menos angelical. Una expresión realmente extraordinaria y muy hermosa de contemplar.

—Bueno, María —dijo el dueño de casa—, ¿no tienes algunos refrescos para nuestro huésped?

—Hay algo de confitería.

—Pues, dánoslo, y también aguardiente. Y trae tu guitarra y canta.

—No, no quiero.

—¿Por qué?

—Pues, porque no tengo ganas.

—Pero ¿por qué?

—No sé.

—¡Qué loca! En fin, trae lo que te he pedido.

Fue y volvió; puso las golosinas en la mesa y nuevamente se sentó junto a la ventana. Ahora su fisonomía era perversa, se alzaban y recaían sus pestañas como las antenas de una avispa. Por sus miradas ariscas tenía yo la impresión de que habría tormenta. De pronto se levantó. Bajo la ventana pasaba una mujer. Le gritó: " Axinia!" Parece que, al volverse, la mujer resbaló y cayó. María retrocedió para que desde abajo no la vieran y rompió a reír a carcajadas. Resonaron agradablemente a los oídos de Chertapkanof las notas argentinas de aquellas carcajadas y le alegraron de nuevo. La tormenta se disipó.

Con atmósfera calma, desde ese momento, nos dimos a jugar locos de contento y a charlar como colegiales. María rivalizaba con nosotros en alegría, sus ojos echaban alternativamente claridad y sombra, su cuerpo tenía ondulaciones de ola, su naturaleza salvaje se revelaba íntegra.

Una inspiración la hizo correr a buscar su guitarra, y quitándose el chal entonó una romanza. Pura su voz como el cristal resonaba en nuestro corazón. Notas fuertes, como el ruido del mar, alternaban con una cadencia suave, con gorjeo de ruiseñor. Después un aire de danza bohemia, con el refrán: "Ai jghi, govori, al jghi."

Chertapkanof se dejó llevar por el ritmo de la danza, Tredopuskin zapateaba. María exaltada, inspirada, hacía volar las notas melodiosas y fascinantes. Exhausta, al fin, interrumpió su canto y dejó correr sus dedos ligeramente sobre las cuerdas de la guitarra. Sin embargo, con un último ímpetu, lanzó todavía vigorosas notas. Y Pantalei, que había relajado el paso, recomenzó con más brío, casi tocaba el cielo raso, gritando: "¡Rápido! ¡Rápido!"

Dejé Bezsonovo a medianoche, contento de mi visita y de mis amigos.

V LOS CANTORES RUSOS