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Mirones de las cuevas RV nos metieron a la fuerza panfletos en las manos, dos dólares fuera de la realidad, y River Phoenix nos ofreció droga.

—¿Drag? ¿Copo? ¿Un ñaca?

Compré un poco de chooch y lo consumí allí mismo, esperando que retuviera un destello hasta que volviéramos a la habitación.

La multitud se aclaró un poco y llevé a Alis de vuelta a la acera. Pasamos ante un anuncio de cueva RV:

—¡Ciento por ciento de enganche corporal! ¡Ciento por ciento realista!

Ciento por ciento realista, claro. Según Heada, que lo sabe todo, el simsex ocupa más memoria de lo que la mayoría de las cuevas RV pueden permitirse. En la mitad de esos tugurios le colocan un casco de datos al cliente, añaden un poco de ruido para que parezca una imagen RV, y cuelan a una liberada.

Pasé junto a una cueva RV y nos topamos con un grupo de turatas que esperaba ante una cabina llamada Ha Nacido Una Estrella y contemplaban un vid-tono.

—¡Convierta sus sueños en realidad! ¡Sea una estrella de cine! Por 89.975 dólares, con el disco incluido. ¡Autorizado por los estudios! ¡Calidad digitalizadora digna de los estudios!

—No sé, ¿cuál cree que debería hacer? —preguntaba una turata gorda, hojeando el menú.

Un hackólito de aspecto aburrido con una bata blanca y flequillo a lo James Dean miró la película que señalaba, le tendió un bulto de plástico y la empujó hacia un cubículo con cortina.

Ella se detuvo a medio entrar.

—Podré verlo en el enlace de fibra-op, ¿verdad?

—Claro —dijo James Dean, y corrió la cortina.

—¿Tiene algún musical? —pregunté, considerando si me mentiría como había hecho con la turata. No iba a aparecer en el enlace de fibra-op. Nada aparece excepto los cambios autorizados por los estudios. Pastiches y barridos y quemas. Le darían una cinta de la escena y órdenes de no hacer copias.

Él me miró, confuso.

—¿Musical?

—Ya sabe. Bailes. Canciones —dije, pero la turata volvió con una túnica blanca demasiado corta y una peluca marrón con las trenzas enrolladas sobre las orejas.

—Súbase aquí —indicó James Dean, señalando una caja de plástico. Abrochó un arnés de datos sobre su grueso torso y se dirigió a un viejo compositor Digimatte y lo conectó—. Mire a la pantalla —señaló, y todos los turatas se movieron para ver el espectáculo. Las tropas de asalto disparaban, y Luke Skywalker apareció, de pie en un portal ante un precipicio, con el brazo alrededor de una mancha azul en la pantalla.

Dejé a Alis mirando y me abrí paso entre la multitud hasta el menú. La diligencia, El Padrino, Rebelde sin causa.

—Muy bien, ya —dijo James Dean, escribiendo en un teclado. La turata apareció en la pantalla junto a Luke—. Béselo en la mejilla y baje de la caja. No tiene que saltar. El arnés de datos lo hará todo.

—¿No se notará en la película?

—La máquina lo corta.

No tenían musicales. Ni siquiera Ruby Keeler. Regresé junto a Alis.

—Muy bien, acción —anunció James Dean. La turata gorda besuqueó el aire, se rió, y bajó de la caja. En la pantalla, besó la mejilla de Luke, y los dos saltaron a un abismo tecnológico.

—Vamos —le dije a Alis, y la conduje al otro lado de la calle, a la Ciudad de las Pruebas de Pantalla.

Tenía una multipantalla llena de rostros de estrellas, y un tipo viejo con los ojos saltones de los consumidores de linearroja.

—¡Sea una estrella! ¡Haga que su rostro aparezca en la pantalla plateada! ¿Quién quiere ser, ñaqui? —dijo, mirando a Alis—. ¿Marilyn Monroe?

Ginger Rogers y Fred Astaire bailaban juntos en la parte inferior de la pantalla.

—Ésa —señalé yo, y la pantalla hizo zoom hasta que la llenaron.

—Tienen suerte de haber venido esta noche —dijo el tipo—. Va a entrar en litigio. ¿Qué quieren? ¿Foto o escena?

—Escena —contesté—. Sólo ella. No los dos.

—Colóquese delante del escáner —señalé—, y déjeme sacarle una foto a su sonrisa.

—No, gracias —se opuso Alis, mirándome.

—Vamos. Dijiste que querías bailar en las películas. Es tu oportunidad.

—No tiene que hacer nada —le explicó el tipo viejo—. Lo único que necesito es una imagen para digitalizarla. El escáner se encarga del resto. Ni siquiera tendrá que sonreír.

La cogió por el brazo y pensé que Alis se zafaría, pero ni siquiera se movió.

—Quiero bailar en el cine —dijo ella, mirándome—, no que pongan mi cara digitalizada en el cuerpo de Ginger Rogers. Quiero bailar.

—Y bailará —le aseguró el tipo—. Allá arriba, en la pantalla, para que todo el mundo lo vea. —Señaló con su mano libre al millar de transeúntes, ninguno de los cuales miraba la pantalla—. Y en opdisk.

—No lo entiendes —me dijo ella, con lágrimas en los ojos—. La revolución GO…

—La tienes justo delante —contesté, súbitamente harto—. Simsex, pastiches, snuffshows, remakes propios. Mira a tu alrededor, Ruby. ¿Quieres bailar en el cine? ¡Esto es lo más parecido que podrás conseguir!

—Creía que me comprendías —estalló ella bruscamente, y se dio la vuelta antes de que ninguno de los dos pudiera detenerla, y se zambulló en la multitud.

—¡Alis, espera! —grité, y corrí tras ella, pero ya estaba muy por delante. Desapareció en la entrada de los deslizadores.

—¿Ha perdido a la chica? —dijo una voz. Me di la vuelta y esbocé una mueca. Estaba frente a la cabina de Finales Felices—. ¿Le han dado calabazas? Cambie el final. Haga que Rhett vuelva con Escarlata. Haga que Lassie regrese a casa.

Crucé la calle. En este lado todo eran salones de simsex, prometiendo un revolcón con Mel Gibson, Sharon Stone, los hermanos Marx. Ciento por ciento realista. Me pregunté si debería hacer un sim. Metí la cabeza en el casco de datos de promoción, pero no se difuminó nada. El chooch debía de estar funcionado.

—No deberías hacer eso —advirtió una voz femenina. Saqué la cabeza del casco. Había una liberada ante mí, rubia, con leotardos de malla rotas y un lunar. Bus Stop.

—¿Por qué emplear una imitación virtual cuando puedes tener la verdadera? —susurró.

—¿Y qué es? —dije.

La sonrisa no desapareció, pero ella pareció ponerse instantáneamente en guardia. Mary Astor en El halcón maltés.

—¿Qué?

—¿Qué es lo verdadero? ¿El sexo? ¿El amor? ¿El chooch?

Ella alzó un poco las manos, como si la estuvieran arrestando.

—¿Eres un narc? Porque no sé de qué estás hablando. Sólo era un comentario, ¿vale? Simplemente, no creo que la gente deba acostumbrarse a la RV, eso es todo, cuando podría hablar con personas de carne y hueso.

—¿Como Marilyn Monroe? —repliqué, y pasé calle abajo ante otras tres freelancers más. Marilyn con un vestido blanco sin mangas, Madonna con sujetador de conos, Marilyn con seda rosa. Lo verdadero.

Conseguí algo más de chooch y una raya de tinseltown de un James Dean demasiado colgado para recordar que en principio el material era para venderlo, y lo comí mientras paseaba ante los snuffshows, pero en algún lugar debí de dar la vuelta porque me encontré otra vez ante Finales Felices, contemplando la holopantalla. Escarlata corría en la niebla tras Rhett, Butch y Sundance saltaban hacia delante en una descarga de tiros, Humphrey Bogart e Ingrid Bergman se miraban mutuamente delante de un aeroplano.

—Ha vuelto, ¿eh? —dijo el tipo—. Lo mejor para un corazón roto. Mate a los hijos de puta. Consiga a la chica. ¿Qué será? ¿Horizontes perdidos? ¿Terminator IX?

Ingrid le decía a Bogie que quería quedarse, y Bogie le contestaba que eso era imposible.