—¿Qué finales felices inventa la gente para ésta? —le pregunté.
—¿Casablanca? —Se encogió de hombros—. Los nazis aparecen y matan al marido, Ingrid y Bogart se casan.
—Y se van de luna de miel a Auschwitz.
—Yo no he dicho que los finales fueran buenos.
En la pantalla, Bogie e Ingrid se miraban. En los ojos de ella asomaban las lágrimas, y los bordes de la pantalla se desenfocaron.
—¿Qué tal Tierras de penumbra? —dijo el tipo, pero yo atravesaba ya la multitud, tratando de alcanzar los deslizadores antes de destellar.
Casi lo conseguí. Había dejado atrás la carrera de cuadrigas cuando una Marilyn chocó conmigo y caí, y pensé, no, voy a destellar en el asfalto, pero no lo hice.
La acera se nubló y luego se puso a parpadear, y había estrellas en ella, y Fred y Eleanor, vestidos de blanco, danzaban gráciles y elegantes entre la multitud, y superpuesta sobre ellos estaba Alis, contemplándolos, con expresión compungida. Como Ingrid.
MONTAJE: Sin sonido, el HÉROE, sentado ante el comp, teclea y borra SA mientras la escena en la pantalla cambia. Saloon de western, club nocturno elegante, casa de fraternidad, bar de puerto.
Fuera cual fuese el efecto que mi conferencia a lo juez Hardy hubiera tenido sobre Alis, no le hizo renunciar a su sueño y regresar a Meadowville. La semana siguiente acudió otra vez a la fiesta.
Yo no. Había recibido la lista de Mayer y una nota donde se anunciaba que mi beca había sido anulada debido a «los escasos rendimientos», y trabajaba en la lista de Mayer sólo para quedarme en la residencia.
A base de chooch.
No me perdí nada, de todas formas. Heada subió a mi habitación a media fiesta para ponerme al corriente.
—La opa es definitiva —dijo—. El jefe de Mayer ha sido trasladado a Desarrollo, lo que significa que va a la calle. Warner ha presentado un recurso sobre Fred Astaire, El juicio se celebra mañana.
Alis debería de haber pegado su cara sobre la de Ginger cuando surgió la ocasión. Ahora nunca tendría una oportunidad de bailar con él.
—Vincent está en la fiesta. Tiene un nuevo morfo de deterioro.
—¡Cuánto siento perdérmelo! —dije.
—¿Qué estás haciendo aquí arriba, de todas formas? —preguntó, husmeando—. Tú nunca te pierdes las fiestas. Todo el mundo está ahí abajo. Mayer, Alis… —Hizo una pausa y me miró a la cara.
—Mayer, ¿eh? Tengo que hablar con él de un aumento. ¿Sabes quién bebe en las películas? Todo el mundo. —Di un trago de escocés para ilustrarlo—. Incluso Gary Cooper.
—¿Es bueno que hagas eso? —dijo Heada.
—¿Bromeas? Es barato, es legal, y sé lo que es. —Y además me impedía destellar.
—¿Es seguro? —Heada, que no se lo pensaba dos veces al esnifar cualquier polvo blanco que encontrara en el suelo, miraba la botella con suspicacia.
—Claro que es seguro. Y recomendado por W. C. Fields, John Barrymore, Bette Davis y E.T. Y los principales estudios. Está en todas las películas de la lista de Mayer. Margarita Gautier, El halcón maltés, Gunga Din. Incluso Cantando bajo la lluvia. Sirven champán en la fiesta después del estreno.
Donde Donald O'Connor decía: «Hay que pasar una película en una fiesta. Es la ley de Hollywood.»
Apuré la botella.
—¡Y también en Oklahoma! El pobre Judd está muerto. Muerto borracho.
—Mayer le estaba tirando los tejos a Alis en la fiesta —soltó ella, sin dejar de mirarme.
Sí, bueno, eso era inevitable.
—Alis le estaba diciendo cuánto deseaba bailar en el cine.
Eso también era inevitable.
—Espero que sean muy felices —dije—. ¿O la está reservando para dársela a Gary Cooper?
—No encuentra ningún profesor de baile.
—Bueno, me encantaría quedarme a charlar, pero tengo que volver a la Oficina Hays.
Recuperé de nuevo Casablanca y empecé a borrar botellas de licor.
—Creo que deberías ayudarla —añadió Heada.
—Lo siento. «No me juego el cuello por nadie.»
—Eso es una cita de una película, ¿verdad?
—Bingo —contesté.
Borré la botella de cristal de la que Humphrey Bogart se estaba sirviendo una copa.
—Creo que deberías buscarle un profesor de baile. Tú conoces a mucha de gente en el negocio.
—No hay gente en el negocio. Todo son GO, todo son unos y ceros y digiactores y programas de montaje. Los estudios ya ni siquiera contratan cuerpos presentes. Las únicas personas que hay en este negocio están muertas, junto con la vivacción. Junto con el musical. Kaput. Sanseacabó. «El final de Rico.»
—Eso también es una cita de una película, ¿verdad?
—Sí —admití—, y el cine también está muerto, por si no lo notas en el morfo de deterioro de Vincent.
—Podrías conseguirle un trabajo como cara.
—¿Un trabajo como el tuyo?
—Bueno, entonces un empleo como hackólita, como foley, o ayudante de localización o algo. Sabe muchísimo de cine.
—No quiere ser una hack —dije yo—, y aunque quisiera, las únicas películas que conoce son musicales. Un ayudante de localización tiene que saberlo todo: tomas, pruebas, números de fotogramas. Sería un trabajo perfecto para ti, Heada. Ahora tengo que volver a interpretar a Lee Remick.
Heada me miró como si quisiera preguntar si eso era también una película.
—La batalla de las colinas del whisky —dije—. La líder de la templanza, en lucha contra el demonio del alcohol. —Volqué la botella, tratando de hacer salir las últimas gotas—. ¿Tienes chooch?
Ella pareció incómoda.
—No.
—Bueno, ¿qué tienes? Además de klieg. No necesito más dosis de realidad.
—No tengo nada —dijo, y se sonrojó—. Estoy tratando de reducir el ritmo.
—¿Tú? ¿Qué ha pasado? ¿Te ha afectado el morfo de deterioro de Vincent?
—No —contestó, a la defensiva—. La otra noche, cuando estaba hasta las cejas de klieg, oí que Alis comentaba su vocación de bailarina. De repente me di cuenta de que yo no quería nada, excepto chooch y hacer ñaca.
—Así que decidiste ir por el buen camino, y ahora Alis y tú vais abriros paso al estrellato bailando claqué. Ya puedo ver vuestros nombres iluminados: ¡Ruby Keeler y Una Merkel en Vampiresas del 2018!
—No —replicó ella—, pero decidí que me gustaría ser como ella, que me gustaría querer algo.
—¿Aunque ese algo sea imposible?
No pude distinguir su expresión.
—Sí.
—Bueno, renunciar al chooch no es la forma de hacerlo. Si quieres averiguar qué deseas, lo mejor es ver un montón de películas.
Ella volvió a ponerse a la defensiva.
—¿Cómo crees que se le ocurrió a Alis esto de bailar? Pues viendo películas. No sólo quiere bailar en las películas, quiere ser Ruby Keeler en La calle 42… la pizpireta chica del coro con un corazón de oro. Las probabilidades están en su contra, y lo único que tiene es determinación y un par de zapatos de claque, pero no te preocupes. Sólo tiene que seguir zapateando y esperando, y lo conseguirá. Y encima salvará el espectáculo y se quedará con Dick Powell. Todo está en el guión. No creas que se le ocurrió a Alis.
—¿Ocurrírsele el qué?
—Su papel —expliqué—. Eso es lo que hacen las películas. No nos entretienen, no nos envían el mensaje: «Nos preocupamos.» Nos dan líneas para que las digamos, nos asignan papeles: John Wayne, Theda Bara, Shirley Temple, elige el que quieras.