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Acabé la ginebra. Nadie más salió, y me pregunté si era posible que hubiera pasado por alto a Alis. Fui a ver. Los escalones se habían vuelto más y más irregulares en el tiempo que había permanecido allí sentado. Resbalé una vez y me agarré al pasamanos, y luego me quedé de pie durante un minuto, escuchando. Dentro de la habitación se produjo un golpe seco y un castañeteo, y oí una débil música. ¿El conserje?

Abrí la puerta y me apoyé contra ella.

Alis, con un vestido celeste con polisón y un sombrero de flores, bailaba en medio de la habitación, con un parasol azul apoyado en el hombro. Una canción surgía del monitor del comp, y Alis zapateaba al compás de una fila de chicas con polisones y sombrillas que bailaban en el monitor tras ella.

No reconocí la película. ¿Carrusel, tal vez? ¿Las chicas de Harvey? Las chicas fueron sustituidas por chicos que alzaban las piernas, ataviados con hongos y sombreros de paja, y Alis se detuvo, respirando agitadamente, y sacó el mando a distancia de su botín. Rebobinó, volvió a guardar el mando en su zapato, y apoyó el parasol contra el hombro. Las chicas volvieron a aparecer y Alis se apoyó en un pie e hizo un giro.

Había amontonado los pupitres en filas a cada lado de la habitación, pero seguía sin haber suficiente espacio. Cuando dio la segunda vuelta, su mano estirada chocó contra ellos y estuvo a punto de derribarlos. Cogió de nuevo el mando, rebobinó, y me descubrió. Apagó la pantalla y retrocedió un paso.

—¿Qué quieres?

Agité un dedo ante ella.

—Darte un consejito. «No desees lo que no puedes tener.» Michael J. Fox, Tres herederas. Escena de bar, fiesta, club nocturno, tres botellas de champán. Bueno, ahora ya no. Aquí el menda ha hecho su trabajo. Todo por el desagüe.

Extendí los brazos para dar énfasis a mis palabras, como James Masón en Ha nacido una estrella, y volqué las sillas.

—Vas ciego —dijo ella.

—«Ni hablar» —sonreí—. Gary Cooper en Buffalo Bill. —Avancé hacia ella—. Ciego no. Curda, mamado, torrija, soplado. En una palabra, borracho como una cuba. Es una tradición de Hollywood. ¿Sabes en cuántas películas se bebe? En todas. Excepto las que ya he manipulado. Amarga victoria, Ciudadano Kane, El truhán y su prenda. Westerns, películas de gángsters, melodramas. En todas. Todas. Incluso Melodías de Broadway 1940. ¿Sabes por qué Fred pudo bailar el Beguine con Eleanor? Porque George Murphy estaba demasiado borracho para continuar. Olvida el baile —dije, haciendo otro ademán que casi la golpeó—. Lo que necesitas es una copa.

Intenté tenderle la botella.

Ella dio otro paso de rechazo hacia el monitor.

—Estás borracho.

—Bingo —dije—. «Muy borracho, en verdad», como diría Audrey Hepburn. Desayuno con diamantes. Una película con final feliz.

—¿Por qué has venido aquí? ¿Qué quieres?

Di un sorbo a la botella, recordé que estaba vacía, y la miré con expresión desolada.

—He venido a decirte que las películas no son la vida real. Sólo porque quieras algo no significa que lo consigas. He venido a decirte que te vayas a casa antes de que hagan un remake contigo. Audrey debería volver a su casa en Tulip, Texas. He venido a decirte que vuelvas a Carbal. —Esperé, tambaleándome, a que pillara la referencia.

Andy Hardy ha bebido demasiado —dijo ella—. Él es quien necesita irse a casa.

La pantalla se fundió en negro unos cuantos fotogramas, y entonces me encontré sentado escaleras abajo, con Alis inclinándose sobre mí.

—¿Te encuentras bien? —dijo, y las lágrimas titilaban corno estrellas en sus ojos.

—Estoy bien. «El alcohol es el gran niveladoooor», como diría Jimmy Stewart. Hay que darle un poco a estos escalones.

—Creo que no deberías coger los deslizadores en tu estado —dijo ella.

—Todos estamos en los deslizadores. Es lo único que nos queda.

—Tom —dijo ella, y hubo otro fundido en negro, y Fred y Ginger aparecieron en ambas paredes, sorbiendo martinis junto a la piscina.

—Eso tendrá que desaparecer —dije—. Tengo que enviar el mensaje: «Nos preocupa.» Jimmy Stewart tiene que estar sobrio. ¿Qué importa que sea la única manera de acumular el valor necesario para decirle a ella lo que siente? Verás, sabe que ella es demasiado buena para él. Sabe que no puede tenerla. Tiene que emborracharse. Es la única manera de poder decirle que la quiere.

Tendí la mano hacia su pelo.

—¿Cómo lo haces? —le pregunté—. ¿Cómo consigues ese contraluz?

—Tom —murmuró ella.

Dejé caer la mano.

—No importa. Lo estropearán en el remake. De todos modos, no es real.

Agité la mano ante la pantalla en un gesto grandilocuente, como Gloria Swanson en El crepúsculo de los dioses. Todo es ilusión. Maquillaje y pelucas y falsos decorados. Incluso Tara. Sólo un frontal falso. FX y foleys.

—Creo que será mejor que te sientes —aconsejó Alis, agarrándome la mano.

La rechacé.

—Incluso Fred. No es de verdad. Todos esos pasos de claque fueron doblados después, y no son estrellas de verdad. En el suelo. Todo se hace con espejos.

Me lancé hacia la pared.

—Sólo que no es ni siquiera un espejo. Puedes atravesarlo con la mano.

Después de eso, las cosas pasaron a montaje. Recuerdo que intenté bajarme en Forrest Lawn para ver dónde estaba enterrada Holly Golightly, y Alis me tiró del brazo y lloró con grandes lágrimas gelatinosas como las del programa de Vincent. Y algo sobre el cartel de la estación tocando el Beguine, y luego volvimos a mi habitación, que parecía extraña, las pantallas estaban en el lado opuesto, y todas mostraban a Fred llevando a Eleanor a la piscina, y yo dije:

—¿Sabes por qué el musical la espichó? Falta de bebida. Excepto Judy Garland.

—¿Va ciego? —dijo Alis, y entonces se contestó a sí misma—: No, está borracho.

—No quiero que penséis que tengo un problema con la bebida. Puedo dejarlo cuando quiera. Sólo que no quiero —cité.

Esperé, sonriendo como un bobalicón, a que las dos pillaran la referencia, pero no lo hicieron.

Con faldas y alo loco, Marilyn Monroe —dije, y empecé a llorar densas lágrimas de aceite—. Pobre Marilyn.

Y entonces me llevé a Alis a la cama y me la estaba ñaqueando y miraba su cara para verla cuando destellara, pero el destello no vino, y la habitación se desenfocó por los bordes, y bombeé más fuerte, más rápido, apretándola contra la cama para que no pudiera escaparse, pero ella se había ido ya y traté de seguirla y tropecé contra las pantallas, Fred y Eleanor se despedían en el aeropuerto, y alcé la mano y las atravesé, y perdí el equilibrio. Pero cuando caí no fue en brazos de Alis o contra las pantallas. Fue en las regiones de materia negativa de los deslizadores.

LEWIS STONE [Severo]: Espero que hayas aprendido la lección, Andrew. Beber no resuelve los problemas. Sólo los empeora.

MICKEY ROONEY [Sumiso]: Ahora lo sé, papá. Y he aprendido algo más también. He aprendido que debo preocuparme de mis propios problemas y no meterme en los asuntos de los demás.

LEWIS STONE [Dubitativo]: Eso espero, Andrew. Desde luego, eso espero.

En Historias de Filadelfia, el hecho de que Katharine Hepburn se emborrache lo resuelve todo: su remilgado prometido rompe el compromiso, Jimmy Stewart deja la prensa del corazón y empieza la novela seria que su fiel enamorada siempre supo que llevaba dentro, mamá y papá se reconcilian, y Katharine Hepburn por fin admite que ha estado enamorada de Cary Grant desde el principio. Final feliz para todos.