Pero las películas, como tan estúpidamente había intentado decirle a Alis, no son la Vida Real. Y lo único que había conseguido al emborracharme fue despertarme en la habitación de Heada con una resaca de dos días y seis semanas de suspensión de los deslizadores.
No es que fuera a ir a ninguna parte. Andy Hardy aprende la lección, se olvida de las chicas, y se dedica a la seria tarea de Preocuparse de Sus Propios Problemas, un trabajo que se volvía más sencillo por el hecho de que Heada no quería decirme dónde estaba Alis porque no me hablaba.
Y por el hecho de que Heada (o Alis) habían tirado todo el licor por el desagüe, como Katharine Hepburn en La reina de África, y Mayer había puesto en suspenso mi cuenta antes que entregara la docena de la semana anterior. La docena de la anterior consistía en Historias de Filadelfia, que sólo llevaba por la mitad. Así que era ai-bó, ai-bó a casa a trabajar y encontrar doce películas blancas que pudiera presentar como ya corregidas. Para ello, nada mejor que la Disney.
Sólo que Blancanieves tenía una casita campestre llena de jarras de cerveza y un sótano repleto de botas de vino y pociones mortales. La Bella Durmiente no era mejor: tenía un camarero real que se emborrachaba literalmente hasta caer bajo la mesa, y Pinocho no sólo bebía cerveza, sino que fumaba puros que la Liga Antitabaco había pasado por alto por algún extraño motivo. Incluso Dumbo se emborrachaba.
Pero corregir la animación era relativamente fácil, y todo lo que Alicia en el país de las maravillas tenía eran unos cuantos anillos de humo, así que conseguí terminar la docena y reponer mi stock de pociones letales para al menos no tener que ver Fantasía sobrio. Menos mal. La secuencia de la Pastoral en Fantasía estaba tan llena de vino que tardé cinco días en limpiarla, después de lo cual volví a Historias de Filadelfia y contemplé a Jimmy Stewart, tratando de pensar en algún modo de salvarlo. Luego me rendí y esperé a que me levantaran la suspensión de los deslizadores.
En cuanto hubo acabado, fui a Burbank a pedirle disculpas a Alis, pero debió de pasar más tiempo del que creía, porque había una clase de GO ocupando las sillas sin amontonar, y cuando pregunté a uno de los hackólitos dónde estaban Michael Caine y la clase de historia cinematográfica, me respondió:
—Eso fue el semestre pasado.
Conseguí chooch y fui a la siguiente fiesta y le pedí a Heada el horario de clases de Alis.
—Ya no le doy al chooch —dijo Heada. Llevaba un jersey estrecho, una falda y gafas con montura negra. Cómo casarse con un millonario—. ¿Por qué no la dejas en paz? No le está haciendo daño a nadie.
—Quiero… —empecé, pero no sabía qué quería. No, eso no era cierto. Lo que quería era encontrar una película que no tuviera una sola SA. Pero no había ninguna.
—Los Diez Mandamientos —dije, de vuelta en mi habitación.
Había bebida en la escena del becerro de oro y referencias al «vino de la violencia», pero era mejor que Historias de Filadelfia. Subí un suministro de grappa y pedí una lista de epopeyas bíblicas, y me puse a trabajar haciendo de Charlton Heston, borrando parras y deteniendo las orgías romanas. Mía es la venganza, dijo el Señor.
ESCENA: Exterior de la casa de los Hardy en verano. Verja de madera, arce, flores junto a la puerta principal. Lento fundido con el otoño. Hojas cayendo. Plano sostenido sobre una hoja y la seguimos al caer.
La-La-Land no es como los deslizadores. Te quedas quieto y miras la pantalla, o peor, tu propio reflejo, y después de un rato estás en otro sitio.
Las fiestas continuaron, repletas de Marilyns y ejecos. Fred Astaire siguió bajo litigio, Heada me evitaba, yo bebía. En excelente compañía.
Los gángsters bebían, los tenientes de la Armada, las viejecitas, las jovencitas, médicos, abogados, jefes indios. Fredric March, Jean Arthur, Spencer Tracy, Susan Hayward, Jimmy Stewart. Y no sólo en Historias de Filadelfia. Él chico ciento por ciento americano, el vecinito de la puerta de al lado, privaba como un cosaco. Agua de fuego en El hombre que mató a Liberty Valance, coñac en Me enamoré de una bruja, «licor» directamente de la jarra en La conquista del Oeste. En Qué bello es vivir se emborrachaba lo suficiente para que lo expulsaran de un bar y acabar empotrando el coche contra un árbol. En El invisible Harvey se pasaba toda la película agradablemente achispado, ¿y qué demonios se suponía que iba a hacer yo cuando llegara a esa película? ¿Qué demonios se suponía que iba a hacer en general?
En un momento dado, Heada vino a verme.
—Tengo una pregunta —dijo, desde la puerta.
—¿Significa esto que ya no estás enfadada conmigo?
—¿Porque por poco me rompes los brazos? ¿Porque todo el tiempo que me estuviste ñaqueando estabas pensando en otra persona? ¿De qué hay que enfadarse?
—Heada…
—Vale. Son cosas que pasan. Tendría que abrir un garito de simsex. —Entró y se sentó en la cama—. Tengo una pregunta que hacerte.
—Contestaré la tuya si tú contestas la mía.
—No sé dónde está ella.
—Lo sabes todo.
—Se marchó. La noticia es que parece que está trabajando en Hollywood Boulevard.
—¿Haciendo qué?
—No lo sé. Probablemente no baila en las películas, cosa que por otro lado debería hacerte feliz. Siempre intentaste convencerla de que no…
La interrumpí.
—¿Cuál es tu pregunta?
—Vi esa película donde me dijiste que yo hacía un papel, ¿La ventana indiscreta? ¿Thelma Ritter? Y todos los chismorreos que me dijiste que hacía, diciéndole a él que se cuidara de sus propios asuntos, diciéndole que no se interpusiera. Sólo estaba intentando ayudar.
—¿Cuál es tu pregunta?
—Vi esa otra película. Casablanca. Sobre un tipo que tiene un bar en algún lugar de África durante la Segunda Guerra Mundial, y su antigua novia aparece, sólo que ahora está casada con otro tipo…
—Conozco el argumento. ¿Qué parte no comprendes?
—Todo. ¿Por qué el tipo del bar…?
—Humphrey Bogart.
—¿Por qué Humphrey Bogart se pasa la película bebiendo, por qué dice que no la ayudará y luego lo hace, por qué le dice que no puede quedarse? Si los dos están tan colados, ¿por qué no se queda ella?
—Había una guerra —expliqué—. Los dos tenían trabajo que hacer.
—¿Y ese trabajo era más importante que ellos dos?
—Sí —dije, pero no lo creí, a pesar del discursito de Rick. Usa prestando apoyo moral a su marido, Rick luchando en la Resistencia no eran más importantes. Eran un sustituto. Eran lo que haces cuando no puedes tener lo que quieres—. Los nazis los capturarían.
—Vale —convino ella, dudosa—. Así que no pueden estar juntos. ¿Pero por qué sigue él sin ñaqueársela antes de que se marche?
—¿De pie en el aeropuerto?
—No —dijo ella, muy seria—. Antes. En el bar.
Porque no puede tenerla, pensé. Y lo sabe.
—Por el Código Hays —dije.
—En la vida real ella le habría dejado ñaqueársela.
—Es una idea reconfortante. Pero las películas no son la vida real. Y no pueden decirte cómo siente la gente. Tienen que mostrártelo. Valentino pone los ojos en blanco, Rhett levanta a Escarlata en brazos, Lillian Gish se lleva la mano al corazón. Bogie ama a Ingrid y no puede tenerla. —Vi que ella se quedaba otra vez en blanco—. El dueño del bar ama a su antigua novia, así que tienen que mostrártelo no dejando que la toque ni dándole siquiera un beso de despedida. Tiene que quedarse allí de pie y mirarla.