—Contacta conmigo —repitió ella, y se marchó por fin.
Esperé cinco minutos a que volviera y me dijera que me asegurara de orinar, y luego otros cinco para que aparecieran las serpientes y conejos, o peor, Fred y Eleanor, vestidos de blanco y bailando muy juntitos. Y pensando en lo que había dicho Heada. Si no se trataba de un pastiche, ¿qué era? Y no podía ser un pastiche. Heada no había oído a Alis hablar de su deseo de bailar en las películas. No la había visto aquella noche en Hollywood Boulevard, cuando le ofrecí la oportunidad para aparecer en una.
Podría haber sido digitalizada esa noche, ser Ginger Rogers, Ann Miller, cualquiera. Incluso Eleanor Powell. ¿Por qué iba a cambiar de pronto de opinión y decidir que quería ser una bailarina de la que nadie había oído hablar? Una actriz que sólo aparecía en unas pocas películas, una de las cuales estaba protagonizada por Fred Astaire.
«Estamos así de cerca de poder viajar en el tiempo», había dicho el ejeco, aproximando el pulgar y el índice.
¿Y si Alis, que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por bailar en las películas, que estaba dispuesta a practicar en una clase abarrotada con un monitor minúsculo y trabajar por las noches en una trampa turata, había hablado con uno de los hackólitos del viaje temporal para que la dejara ser su conejillo de Indias? ¿Y si Alis lo había convencido para que la enviara al año 1954, vestida con un chaleco verde y guantes cortos, y luego, en vez de volver como se suponía que debía hacer, había cambiado su nombre por el de Virginia Gibson y se había presentado a una prueba de la MGM para un papel en Siete novias para siete hermanos} Y luego apareció en otras seis películas, una de las cuales era Una cara con ángel. Con Fred Astaire.
Me senté en la cama, lentamente, para no convertir mi dolor de cabeza en algo peor, y me acerqué al terminal y solicité Una cara con ángel.
Heada había dicho que Fred Astaire estaba aún en litigio, y así era. Puse una alarma en la película y en Fred por si el caso se zanjaba. Si Heada tenía razón (¿y cuándo se equivocaba ella?), Warner respondería y presentaría una alegación inmediatamente, pero si había una pausa o los abogados de Warner estaban ocupados con Russ Tamblyn, tal vez se produciría un hueco. Emplacé la alarma para que me avisara y solicité otra vez la lista de musicales de Virginia Gibson.
Cielo de estrellas era una cinta en blanco y negro de la Segunda Guerra Mundial, que no me daba una imagen tan clara como en color, y Regreso a Broadway estaba también en litigio, por alguien de quien yo nunca había oído hablar. Eso dejaba Atenea, Nubes pintadas de luz y Té para dos. No recordaba haber visto ninguna de ellas.
Cuando solicité Atenea comprendí por qué. Era un cruce entre Venus era mujer y Vive como quieras, con montones de gasas al viento, saludables excéntricos y casi ningún baile. Virginia Gibson, con gasas de color verde, se suponía que era Niobe, la diosa del jazz y el claque o algo así. En cualquier caso, no era Alis. La miré, sobre todo con el pelo recogido en una trenza griega. «Y con un quinto de bourbon dentro», habría dicho Heada. Y una dosis doble de ridigraña. Incluso así, no se parecía tanto a ella como la bailarina de la escena de la construcción del granero. Solicité Siete novias; la pantalla se volvió plateada un largo instante y luego empezó a mostrar un aviso legaclass="underline" «Esta película está actualmente en litigio. No se permite su visualización.»
Bueno, eso lo zanjaba todo. Para cuando los tribunales hubieran decidido dejar que hicieran trochos a Russ Tamblyn, yo estaría libre de chooch y descubriría que se trataba tan sólo de alguien que se parecía a ella, o ni siquiera eso. Un truco de luces y maquillaje.
Y no tenía sentido repasar más musicales. Cualquier parecido era puro alcohol, y debería hacer lo que recomendaba la doctora Heada: acostarme y esperar a que se me pasara. Y luego volver a hacer trocitos las películas yo mismo. Debería solicitar Encadenados y acabar de una vez.
—Té para dos —dije.
Era una peli de Doris Day, y me pregunté si estaba en la lista de malas bailarinas de Alis. Se lo merecía. Sonreía mostrando los dientes mientras marcaba los pasos con Gene Nelson, en un local de ensayos por el que Alis habría sido capaz de matar, todo espacio y espejos y ni un pupitre apilado. Había una terrible versión latina de «Crazy Rhythm», Gordon MacRae cantaba «I Only Have Eyes for You» y luego el gran número de Virginia Gibson.
Desde luego, no era Alis. Con el pelo suelto, ni siquiera se le parecía. O tal vez la ridigraña estaba haciendo efecto.
Los pasos eran la idea de Hollywood de un ballet, más gasas y un montón de vueltas, no el tipo de coreografía con el que Alis se habría molestado. Si hubiera aprendido ballet allá en Meadowville, y no sólo jazz y claque, pero no lo había hecho, y era evidente que Virginia sí: Alis no era Virginia, y yo estaba sobrio, y volví a las botellas.
—Avanza a 64 —dije, y vi cómo Doris avanzaba sonriendo a través del número del título y una repetición innecesaria. El número siguiente era una gran producción. Virginia no aparecía en él, y empecé a avanzar de nuevo. Entonces paré.
» Rebobina a tema musical —ordené y vi el número de producción, contando los fotogramas. Una pareja rubia avanzaba hacia una serie de deslizamientos y luego retrocedía, y entonces un tipo moreno y una pelirroja con una falda blanca plisada avanzaban dando patadas al aire y bailaban un charleston. Ella tenía el pelo rizado y llevaba una blusa atada por delante, y los dos se pusieron las manos en las rodillas y ejecutaron una serie de cruces.
«Fotograma 75-004, avanza a 12 —dije, y contemplé la rutina a cámara lenta—. Amplía cuadrante dos. —Vi el pelo rojo ocupando toda la pantalla, aunque no había necesidad de ampliación, ni de cámara lenta tampoco. No había ninguna duda de quién era.
Lo supe en el mismo instante en que la vi, del mismo modo que lo había hecho en la escena del granero, y no era el alcohol (del que aún quedaban unos quince minutos en mi estómago) ni el klieg, ni un leve parecido agudizado por el carmín y el lápiz de ojos. Era Alis. Era imposible.
—Último fotograma —dije, pero la peli databa de los Viejos Tiempos, cuando la línea del coro no aparecía en los créditos, y había que descifrar la fecha del copyright. MCML. 1950.
Repasé toda la película, congelando la imagen y ampliando cada vez que divisaba pelo rojo, pero no volví a verla. Avancé hasta el número del charleston y lo vi otra vez, intentando elaborar una hipótesis.
Muy bien. El hackólito la había enviado a 1950 (borra eso: el copyright indicaba la fecha del estreno; la había enviado a 1949), y ella había esperado unos cuatro años, bailando en coros y siguiendo a Virgina Gibson, esperando una oportunidad de golpear a Virginia en la cabeza, esconderla detrás de un decorado, y ocupar su lugar en Siete novias. Así podría impresionar al productor de Una cara con ángel con su baile para que le ofreciera un papel, y finalmente conseguiría bailar con Fred Astaire, aunque sólo en el mismo número de producción.
Ni siquiera cocido de chooch me habría tragado eso. Pero era ella, así que tenía que haber una explicación. Tal vez entre trabajos en el coro Alis había conseguido un empleo como cuerpo presente. Entonces los tenían. Se llamaban dobles, y tal vez hizo de Virginia Gibson porque se parecían, y Alis la había sobornado para ocupar su lugar, o se las había arreglado para hacer que Virginia se perdiera una sesión de rodaje. Arme Baxter en Eva al desnudo. O tal vez Virginia tenía un problema con SA, y cuando apareció borracha, Alis tuvo que ocupar su lugar.