—Siguiente, por favor.
Gene Kelly evolucionó en uno de sus exagerados ballets, Frank Sinatra y Betty Garrett bailaron un tango con un telescopio del Empire State; y apareció Ann Miller, con un vestido aún más corto, y luego Vera-Ellen. Llevaba el chalequito verde y la falda negra que Alis lucía en la fiesta aquella primera noche. Me senté en la cama.
Vera-Ellen cogió la mano de Gene Kelly y se alejó de la cámara.
—Congela —ordené—. Amplía. —Aquel pelo a contraluz, era inconfundible, y naturalmente, cuando volvió a girar, era Alis, extendiendo la mano, dirigiéndole una arrobada sonrisa a Gene.
Pedí un menú de las películas de Vera-Ellen.
—La bella de Nueva York —dije.
Aviso legal. Fred Astaire. Lo mismo con Tres palabras. Finalmente encontré El asombro de Brooklyn, y la repasé número por número, pero Alis no estaba allí, y debía de haber alguna otra explicación. ¿Qué? ¿Gene Kelly? Aparecía en Cantando bajo la lluvia y Un día en Nueva York.
—Levando anclas —dije.
Los compañeros de Gene eran Kathryn Grayson y José Iturbi. Ninguno de ellos era famoso por su habilidad como bailarines, así que no esperé que hubiera ningún número de producción. No me equivocaba. Gene Kelly bailaba con Frank Sinatra, con un coro de marineros y con un ratón de dibujos animados.
Era otro de sus exagerados números de fantasía, esta vez con un fondo animado, Tom y Jerry y un montón de efectos especiales pre-GO, pero él y el ratón Tom bailaban claque juntos, mano y pata casi tocándose, y casi parecía de verdad.
Contacté con Vincent, decidí que no quería que esto apareciera en la comunicación, y pulsé una tecla para anular, deseando que hubiera un modo de averiguar si Heada estaba montando guardia sin tener que abrir la puerta.
No lo había, pero no importaba. No estaba allí. Cerré la puerta por si regresaba, y bajé a la fiesta. Vincent demostraba un nuevo programa a un trío de asombradas Marilyns.
—Dale una orden —dijo Vincent, señalando la pantalla, donde Clint Eastwood, vestido con un poncho a rayas y un sombrero aplastado, estaba sentado en una silla, con los brazos a los costados como si fuera una marioneta—. Adelante.
Las Marilyns se rieron.
—De pie —se atrevió a decir una.
Clint se levantó torpemente.
—Retrocede dos pasos—dijo otra Marilyn.
—Madre, ¿puedo? —le dije yo—. Vincent, necesito hablar contigo. —Me interpuse entre él y las Marilyns—. Necesito introducir algo de vivacción en una escena por medio de pantalla azul. ¿Cómo lo hago?
—Es más fácil que partir de cero —dijo él, mirando la pantalla donde Clint, de pie, esperaba órdenes—. O un pastiche. ¿Qué clase de vivacción? ¿Humana?
—Sí, humana, pero un pastiche no funcionará. ¿Cómo meto la pantalla azul?
Él se encogió de hombros.
—Emplaza un pixar y un compositor. Tal vez un viejo Digimatte, si puedes encontrar uno. Las trampas para turatas los utilizan a veces. La parte difícil es el pegado: luces, perspectiva, ángulos de cámara, bordes.
Dejé de escuchar. El garito de Ha Nacido Una Estrella de Hollywood Boulevard tenía un Digimatte. Y Heada había dicho que¡ Alis había encontrado trabajo allí.
—Seguirá sin ser tan bueno como un gráfico —decía él—, Pero si tienes un mezclador experto, es posible.
Y un pixar, y el manual del comp, y los accesos. Alis no tenía nada de eso.
—¿Y si no tuvieras los accesos? ¿Y si quisieras hacerlo sin que nadie se enterara?
—Pensaba que tenías acceso pleno —señaló él, súbitamente interesado—. ¿Te ha despedido Mayer?
—Esto es para Mayer. Estoy quitando las SA de la película de un hackólito —dije, a ver si colaba—. Sol naciente. Hay demasiadas referencias visuales para hacer una anulación. Tengo que montar una escena entera, y quiero que sea auténtica.
Contaba con que él no hubiera visto la película, ni supiera que se había hecho antes de los accesos, una buena apuesta con alguien que había convertido a Clint Eastwood en una marioneta. El héroe superpone una imagen falsa sobre otra real para coger a un criminal.
Él frunció vagamente el ceño.
—¿Alguien irrumpe en el enlace de fibra-op en esta película?
—Sí —le dije—. ¿Cómo puedo hacer para que parezca de verdad?
—¿Fuente pirata? No. Necesitas acceso de estudio.
Eso me llevaba a un callejón sin salida. Y además rápido.
—No tengo que mostrar algo ilegal, sólo hablar de cómo encuentra una forma de sortear la codificación o irrumpir en las guardias de autorización —dije, pero él sacudió la cabeza.
—No funciona así. Los estudios han pagado demasiado por sus propiedades y actores para dejar que se produzcan fuentes piratas. Codificaciones, guardias de autorización, navajos, todo eso puede esquivarse. Por eso pasaron al bucle de fibra-op. Lo que sale vuelve a entrar.
En la pantalla Clint Eastwood había empezado a moverse. Alcé la cabeza. Caminaba como si fuera un ocho, las manos caídas, la cabeza gacha. Acechando.
—El enlace de fibra-op envía la señal fuera y atrás en un bucle continuo. Tengo una cerradura-ID insertada. La cerradura coteja la señal que llega con la que sale, y si no encajan, rechaza la que entra y sustituye la antigua.
—¿Todos los fotogramas? —dije, pensando que tal vez la cerradura sólo comprobaba cada cinco minutos, tiempo suficiente para colar una rutina de baile.
—Sí, uno por uno.
—¿No requiere eso un montón de memoria? ¿Una comprobación píxel a píxel?
—Comprobación browniana —dijo él, pero eso no era mucho mejor. La cerradura comprobaría píxels aleatorios y vería si encajaban, y no había forma de saber por adelantado cuáles serían. Lo único que se podría hacer para cambiar la imagen era meter otra exactamente igual.
—¿Qué pasa cuando tienes accesos? —pregunté, viendo a Clint hacer el circuito, una y otra vez. Boris Karloff en Frankenstein.
—En ese caso, la cerradura comprueba la imagen alterada en busca de autorización y la deja pasar.
—¿Y no hay manera de conseguir un acceso fácil?
El miraba irritado la pantalla, como si hubiera sido yo quien había puesto a Frankenstein en movimiento.
—Siéntate —ordenó. Clint obedeció.
—De pie —dije.
Vincent me miró.
—¿Para qué película dijiste que era?
—Un remake —dije, mirando hacia la puerta. Heada acababa de entrar—. Tal vez me contentaré con borrar —dije, y corrí hacia las escaleras.
—Sigo sin comprender por qué insistes en hacerlo a mano —gritó él—. Es absurdo. Tengo un programa de búsqueda y anulación…
Patiné escaleras arriba y pulsé la anulación, maldiciéndome por haber cerrado la puerta en primer lugar, la abrí, me acosté, recordé que se suponía que la puerta estaba cerrada, la cerré, y volví a meterme en la cama.
Correr no había sido una buena idea. La cabeza había empezado a resonarme como los tambores en el número latino de Té para dos.
Cerré los ojos y esperé a Heada, pero la que asomó por la puerta no debía de ser ella, o a lo mejor se había entretenido con Vincent y sus muñecos bailarines. Pedí Tres marinos y una chica, pero tanto «siguiente, por favor» me mareó un poco. Cerré los ojos, esperando que el aturdimiento pasara, y luego volví a abrirlos y traté de elaborar una teoría que no fuera sacada de una película.